¿Los compartimos?
Nada es lo que parece, pues hasta el más romántico de los hombres tiene su lado oscuro.
¿Los compartimos?
Mañana
de domingo, en la que compartimos un paseo por el Retiro, risas, confidencias,
sorpresas agradables aliñadas al sol en una terraza con unas cervezas y unas
tapas. El verano amenaza con ese sopor por el calor y nos lleva a refugiarnos
en casa. Nos dormimos una siesta reconfortante y relajada, en la que nuestros
desnudos cuerpos se respetan, a pesar de los inevitables roces, alguna caricia
robada y besos cómplices. Despierto y duermes. Voy a la cocina a por un vaso de
agua y al regresar contemplo tu estampa. Me descubres yendo hacia ti, me miras
fijamente y percibes ese brillo en mis pupilas que delatan el placer que deseo
hacerte sentir. No articulas palabra, pero los gestos hablan. Y si el deseo
invade mi sexo, tus muslos abrasan. Me acerco y me acoges, me alcanzas y tiras
de mí hacia ti como esa pantera que alcanza su presa, celosa por devorarla. Y
la lucha empieza, suenan timbales al ritmo que las ansias nos marcan. Los sexos
despiertan, y se enervan, se crecen, se abren, se mojan. Los gemidos invaden la
sala, los gruñidos caen sobre la almohada, los cuerpos se baten en lid
sofocada. Y afloran sudores, saliva, fluidos que provocan que nuestras pieles
resbalen. Y entro hasta tú más profundo interior extrayendo de ti tu mejor
néctar. Me clavas las uñas, me estiro, me anudas con tus muslos, te empujo, te
arqueas, me tenso, me atrapas, te giras, me montas salvaje. Y en brutal
cabalgada jadeas al límite, hasta saciar tu sed, hasta alcanzar tu clímax,
hasta hacerme gruñir, hasta exprimir mi más masculina dureza. Caes sobre mi
pecho, te acojo, te beso, te mimo, te cuido, te calmo, te abrazo.
Repasando
en los viejos volúmenes de mi biblioteca, encontré tres ejemplares en los que
suelo refugiarme con cierta periodicidad. No son grandes obras, pero me
escuchan sin juzgarme, cuando ahogado en dudas recurro a ellos buscando
respuestas.
Quizá
sea por mi mala cabeza, mi mala suerte, mi exigencia o, en ocasiones, mi
impertinencia, pero como hombre y mortal, a veces soy pecador y caigo ante
tentaciones de las que es mejor guardar buenos recuerdos que arrepentirse, pues
en su goce estuvo el pecado y en el placer la penitencia.
En
ocasiones me da por hacer anotaciones, pequeños apuntes, breves reseñas que me
ayuden a recordar esa fantasía que mi mente imaginó o ese prohibido placer que
mi carne disfrutó, en el tálamo compartido con la lujuria y la lascivia como
silentes testigos.
Y cuando
tengo algo de tiempo, ese bien tan preciado y muchas veces infravalorado, cosa
que no ocurre con frecuencia, lamentablemente para mí, repaso esas ideas
garabateadas y, con los ojos cerrados, recreo la escena fantaseada o, con
evocadoras profundas inspiraciones saboreo el regusto del goce disfrutado y
compartido y, con serena paciencia, intento darle forma a través de las letras
configurando, humildemente, mis propios tres viejos cuadernos.
De esta
forma acumulo, cual Diógenes, recuerdos y fantasías que se mezclan en mi mente
y, a la par que me complacen me confunden. La imaginación es poderosa en la
mente inquieta y el cuerpo que desea y, cuando se activa, empieza una espiral
sin fin en la que en cada giro aumenta la velocidad, aumenta el radio, aumenta
la estela, aumenta el deseo y el cuerpo despierta. Placer mental que se
retroalimenta al calor que la tinta de la pluma deja sobre el papel según se
dibujan las letras que describen la mental escena.
Y mi
inconformismo me lleva a leer y releer lo ya escrito buscando pulir rebabas y
abrillantar detalles, en los que me sumerjo, en apnea imposible que me priva
del vital aire a la par que la más primitiva de las excitaciones se apoderan de
mi voluntad, derivándome, cuál náufrago exhausto, a esa isla desierta en la que
mi masculinidad no conoce la vergüenza y se yergue desafiante en mi regazo
mientras termino de dar forma al texto, sobre el que queda algún borrón de
tinta cuando mi pulso tiembla por la excitación que mi cuerpo acumula dejando
el mismo muestras de gotas traslúcidas que involuntariamente mi miembro
expulsa.
Llega el
calor, la respiración agitada, el corazón acelerado, los sofocos, la salvaje
excitación de sentir el aire acariciando mi cuerpo desnudo sentado frente al
escritorio y las palpitaciones bajo mi vientre manteniendo erguido mi sexo que
clama por ser liberado en tan agónica escena.
Y en
placentera sincronía, al tiempo que los protagonistas de mi calenturienta…
¿fantasía?, ¿recuerdo?, quizá fusión de las mismas, se retuercen de placer
cuando les asalta el clímax, mi cuerpo les acompaña fundiéndose en un
compartido éxtasis que hace que me abandone hasta recuperar la cordura.
Perdón
por la impostura si acaso mi elucubración no fue de tu interés, más sólo
pretendía buscar refugio, como decía al principio, quizá de mis propios
demonios. No desaprovecharé la ocasión para invitarte a que eches un vistazo a
mis tres viejos e incompletos cuadernos, con la advertencia de que no pretenden
ser nada, sólo un pequeño refugio para mi pecadora alma.
Es viernes, y el cuerpo lo sabe. Dame los buenos días como sólo tú
sabes hacerlo.
La tarde trascurrió sin nada que
interrumpiera nuestra cómplice intimidad. Juegos de besos, miradas e
insinuaciones que, como era de prever, fueron caldeando el ambiente y subiendo
un puntito el grado de lujuriosa provocación que iba in crescendo, lenta pero
inexorablemente.
Hasta que me vi, con el cuerpo
desnudo y las ganas desaforadas. Hasta que te vi, con un ligero sweater que
apenas tapaba tu ombligo, como única vestimenta.
Y me retaste, dándome la espalda y
mostrándome las redondeces de tu anatomía. Las mismas que aceleraron mi pulso,
entrecortaron mi respiración, desbocaron mis deseos y enardecieron mi
masculinidad.
Respondí a tu reto deslizando mi mano
entre tus muslos, mientras mi brazo rozaba con los cachetes de tus nalgas.
Y al posar mi mano en tu delicada
flor, elevaste tus talones poniéndote de puntillas, en un instintivo gesto de
íntima protección. Más no temiste cuando con hábiles giros de tus caderas
acomodaste la palma de mi mano sobre tu tesoro.
Y suspiraste, y te frotaste, y
gemiste.
Y tus pétalos se abrieron
impregnándome de tu sabroso néctar, justo en el momento en que vientre se
contraía rítmicamente en cálidas oleadas de placer.
Buscando mi refugio me acordé de ti. ¿Vienes?
Vamos a darnos los buenos días como merecemos. ¿Te apetece?
Nudos imposibles de cuerpos desnudos. Profundas sensaciones en
sexos fundidos.
Abrázame antes de que escondamos nuestros desnudos cuerpos bajo el
edredón que te protege.
La ténue luz del alba se colaba entre las cortinas reflejando bellas sombras sobre nuestros cuerpos desnudos. Todavía dormías, como un áng...