METRICOOL

miércoles, 26 de julio de 2023

AURAL



Estoy muy cansada, fue lo primero que dijiste cuando abriste la puerta de casa, mirándome a los ojos según estaba sentado en el sofá viendo un anodino programa de televisión. Dejaste el bolso en una silla, comenzaste a desabotonarte la blusa camino del dormitorio y oí como corría el agua de la ducha del baño de nuestro vestidor. Había sido una larga jornada para ti, era consciente, por eso mismo y, porque era nuestro aniversario, había preparado una cena especial y puesto a enfriar una botella de cava, el brut nature que tanto le gusta.

Mientras estabas duchándote apagué la tele, activé esa lista de jazz que nos encanta en Spotify y comencé a poner la mesa, con nuestra vajilla especial, nuestros cubiertos especiales, unas velas y dos caminos de mesa.

Los canapés estaban casi listos, había estado preparándolo todo por la tarde. Iba a ser una cena fría, no muy copiosa, un pequeño aperitivo, unos espárragos, salmón ahumado, unas tostaditas de caviar y una tabla de curados y quesos, con un carpacho de tomate y bonito y otro de bacalao. Había puesto a enfriar una botella de un tinto de Ribera del Duero y un albariño gallego para que eligieras el que más te apeteciera beber.

Cuando quise darme cuenta, el murmullo del agua de la ducha había dejado de sonar, y me dispuse a encender las velas cuando apareciste en el salón.

Serena y elegante, con un batín de seda, entreabierto, que insinuaba tu escote y la belleza de tus senos y mostraba explícitamente tu torneado muslo. La prenda tenía una bonita caída y se ceñía a tus caderas, potenciando la rotundidad de tus nalgas, dejando poco a la vista y mucho a la imaginación, aunque anunciando indisimuladamente que era lo único que vestías.

Me acerqué a ti sin apartar nuestras miradas y según avanzaba percibía el aroma que desprendías, suave y embriagador, el perfume de tu cuerpo con tu piel recién lavada, fresca, primaveral, deseable.

Sin pronunciar palabra, pero clamando con los ojos, posé mis manos sobre tus caderas mientras nuestras bocas se buscaban, hasta encontrarse. Los labios se sellaban intermitentemente, con sutiles bocaditos, despertando nuestros húmedos apéndices, que se entrelazaban en espirales imposibles.

Pasaste tus manos por detrás de mi cuello y aproveché para deslizar las mías, por tu cintura, hacia tu espalda, dejándolas caer sobre tus nalgas, dándote un apretoncito, mientras nuestras bocas se devoraban y nuestros cuerpos se apretaban.

Nuestras respiraciones se agitaban poco a poco, mientras la música seguía sonando y tus manos comenzaron a desabotonar mi camisa, hasta dejarme con el torso desnudo. Con singular maestría, tus labios iniciaron el descenso por mi cuerpo, atravesando mi cuello, víctima inocente de los arañazos de tus dientes, y mi pecho, dónde aprovechaste para darte el capricho de pellizcarme un pezón, continuando muy lentamente por mi abdomen, dónde jugueteaste en el hoyo de mi ombligo a la vez que tus manos desabrochaban mi cinturón, desabotonaban mi pantalón y lo dejabas caer a mis tobillos. Ante ti quedaba expuesto, mostrándote la indisimulable reacción de mi masculinidad a tus caricias, a tus besos, a tu presencia, a tu deseo. Apenas rozando mi abultado bóxer con tus labios, comenzaste el camino de regreso a mi boca, donde volvimos a disfrutar de las travesuras de nuestras lenguas.

Con nuestros cuerpos ceñidos y nuestras lenguas enredadas, deshice el lazo del cinturón de tu batín, y deslicé mis manos por dentro hasta sujetarte por la cintura. En recíproca tortura, deslicé mis labios lentamente por tu cuello, dándote suaves bocaditos a la vez que cerrabas tus ojos dejando caer tu cabeza hacia atrás. Mi boca buscó tu escote y besé con mimo las rugosas protuberancias de tus pechos. Al sentir mi lengua haciendo círculos sobre tus areolas inspiraste hondo, y cuando tus tostados pezones se erigieron y los atrapé succionando entre mis labios, un gemido ahogado salió de tu garganta. Delicioso bocado el de tu delicada carne, que abandoné para seguir en mi explorador camino, descendiendo lentamente, y cuánto más al sur bajaba, más embriagador era el aroma de tu cuerpo. Caí preso en la trampa de tu ombligo, no pudiendo evitar besarlo y recorrerlo con mi lengua, lo que te provocó un escalofrío haciéndote encoger el vientre.

Me detuve en mi camino, pegué mi cara a tu cuerpo y fui deslizando mis manos hacia tu espalda, hasta sujetarte por las nalgas. Volví a posar mis labios sobre tu piel y separaste tus muslos pidiendo, sin hablar, que terminara de recorrer tu anatomía.

Tu piel, sedosa y templada, reaccionaba erizándose al contacto con mi lengua que, lenta pero inexorablemente, continuó su previsible camino desde tu ombligo hacia el delta de tus muslos. Apenas alcancé tu pubis, fue inevitable aplastar mi cara contra tu delicada anatomía, lo que provocó que exhalaras entre deseosa y aliviada por sentirte al fin atendida en tus más carnales demandas. Pero lo obvio es fácil y aburrido, así que decidí arrastrar mi lengua circunvalando tu tesoro, dándole emoción a tu deseo, alcanzando tu ingle, que recorrí con cautela, rozando leve pero inevitablemente tu sonrosada vulva con mi rostro, que poco a poco descendía por la cara interna de tu muslo para, una vez alcanzada tu rodilla, continuar hasta tu tobillo.

Levantaste tu pierna hasta apoyar tu pie en mi hombro mientras buscabas el equilibrio con tus nalgas en la mesa. Lo besé mientras lo masajeaba, relajando tu pierna hasta tu gemelo, y comencé a lamer tus dedos, lubricándolos con mi saliva y succionándolos con suavidad, provocando sensaciones increíblemente placenteras con los escalofríos que ascendían como relámpagos para tronar en tu entrepierna. Comencé por el más pequeño de tus dedos y, uno a uno, fui succionando todos ellos hasta llegar al pulgar, mientras mis manos seguían masajeándote con mimo.

La intensidad de tu respiración me indicaba que te estaba resultando singularmente placentero así que, con cuidado, acompañé tu pie hasta posarlo en el suelo e hice el gesto de coger el otro, acto que entendiste de inmediato y a lo que accediste complaciente.

Las mismas caricias, con la misma intensidad, con el mismo mimo, durante el mismo tiempo, en el mismo orden, fui dibujando sobre tu otro pie, hasta llegar a tu tobillo, punto de partida para escalar a tu rodilla, de donde proseguí por la cara interna de tu muslo hasta alcanzar tu ingle, que con provocación lamí, volviendo a rozar con mi rostro tu vulva que, comenzaba a destilar el néctar de tu goce, volviendo a rodear tu sexo y apoyando de nuevo mi rostro en tu pubis.

Sentí tu respiración agitada y a la vez que tu sexo comenzaba a desplegarse, tu piel comenzaba a transpirar, dejando sobre tu cuerpo una pátina brillante.

Separaste todo lo que pudiste tus muslos, te acomodaste en la mesa y, según seguía arrodillado entre tus piernas, cogiste mi cabello y me indicaste que había llegado el momento de que saboreara tu feminidad.

Alcé la cabeza y te miré fijamente, irradiabas deseo. El batín estaba completamente abierto y tus pechos se veían majestuosos desde el sur de tu cuerpo, revelando la indiscreción de tus pezones erguidos que se alzaban coronando la redondez de tus tetas.

Rocé con mis labios tu pubis y comencé a darte suaves besos sobre tu más íntima y preciada anatomía. Los pétalos de tu rosa se estremecían al contacto con mi boca y, poco a poco, fueron desplegándose hasta abrirse por completo. Mi lengua comenzó a juguetear en tus ingles, rozando las crestas de tu flor, recorriendo todos los pliegues ocultos, todos los rincones secretos, todo el protegido mapa de tu nido de placer.

Pequeños gemidos se te escapaban cuando sentías la caricia en una zona más delicada, cuando la presión aumentaba, cuando sentías como tu sexo se congestionaba, se hinchaba, se irrigaba, se abría, se mojaba.

Y mi lengua lujuriosa con ganas se deslizó por la línea que marca el centro de tu cuerpo, dividiendo tu coñito en simétricas mitades, desde tu sur a tu norte, hasta quedar sobre tu delicado caramelo, que asomaba impávido y curioso al festival de sensaciones. Lo aplasté con mi húmedo apéndice y, esta vez, tu gemido fue menos comedido.

Tensé mi lengua, la alargué, y deshice el camino andando, separando definitivamente tus labios vaginales, mezclando mi saliva con tu viscoso elixir, resbalando entre tu cuerpo, hasta alcanzar tu perineo. Pero la lujuria nublaba mi mente y no me detuve. Seguí en mi camino, hasta posar mi lengua sobre tu ano. Ahora fue un jadeo el que me indicó que había llegado a buen puerto, y comencé a dibujar círculos imposibles sobre tu esfínter, aumentando la presión y la velocidad de mi lengua. Y paré un segundo, tomé aire, y comencé a ascender de nuevo hasta llegar a la entrada de tu túnel que, con mi lengua penetré mientras empujaba mi rostro contra tu cuerpo. Comencé a hacerla bailar en tu interior, recorriendo en el sentido de las agujas del reloj todas tus paredes vaginales, haciendo que cerraras tus rodillas y aprisionaras mi cabeza entre tus muslos.

Estabas totalmente empapada y estabas dejando la impronta de tu excitación en mi rostro.

Tal era tu excitación que, tirando con fuerza de mi pelo me hiciste levantar hasta tener mi boca a tu alcance y, mientras acercabas tus labios a los míos, con ansías bajabas mi bóxer, lo justo para coger mi pene erecto y comenzar a frotarte con mi glande, extendiendo todavía más tus flujos, lubricando mi rigidez y pajeándote con descaro.

En tu ansia por engullirme alargaste tu mano libre para agarrar sin delicadeza mis huevos que, todavía dentro del bóxer, quedaban protegidos, aunque hinchados y pesados. Los liberaste de la presión del calzoncillo, que hábilmente empujaste hacia mis rodillas.

Nos estábamos comiendo las bocas mientras seguías masturbándote con mi erección, cada vez más fuerte y rápido, lo que agitaba excitantemente mis esféricos atributos, hasta que decidiste saciar tus ganas y, encarándome para entrar en lo más profundo de tu cuerpo, tiraste de mis caderas hacia ti mientras empujabas en mis nalgas con tus talones.

Despacio, pero inexorablemente, comencé a deslizarme por el interior de tu vientre con asombrosa facilidad. No estabas lubricada, no, estabas absolutamente empapada y, sentir esa cálida humedad en mis huevos cuando estos topetearon en tu culo, me provocó un escalofrío que recorrió mi columna vertebral desde mi ano hasta mi nuca.

Quedé inmóvil en lo más profundo de tu cuerpo mientras seguías presionándome en el culo con tus talones, mientras apretabas con tus manos mi cintura, cuando acercando mi boca a tu orejita te dije: aprieta fuerte, cariño, apriétame todo lo fuerte que puedas, y comencé a sentir un no sé qué, un vacío, una succión, que por un momento pensé que me ibas a sacar hasta la médula.

Liberaste mi polla de tu presión y comencé a salir muy lentamente, hasta dejar entre tus labios mi glande, y volví a pedirte que apretaras. El aleteo de tus labios vaginales en la punta de mi verga me proporcionaba un cosquilleo tan placentero y tan indescriptible que es difícil de explicar.

Soltaste y comencé a empujar hasta aplastar tu clítoris con mi pubis y, después de unos segundos quieto, te di cinco o seis empujoncitos más fuertes, todo ello sin empezar a bombear en tu interior.

Nuestras respiraciones estaban agitadísimas, nuestros corazones latían sin concierto y nuestros cuerpos transpiraban por el placer disfrutado y ciertas ganas contenidas.

Estabas apoyada sobre tus codos, por lo que decidí pasar mis manos bajo tus nalgas para ayudarte en tus vaivenes, que iban aumentando según aumentaba tu placer. Masajeaba tu culo al compás de los envites, deslizando sutilmente la yema de mi dedo índice hacia tus ingles, donde recogí tus ya escandalosos flujos y los llevé resbalando por tu perineo hasta tu ano, que comencé a lubricar y masajear con sumo mimo.

Cuando me sentiste en tu delicado agujero, un suspiro ahogado salió de tu garganta, y te pregunte: mi amor, ¿Te gusta? Mucho, me dijiste, así que seguí acariciándote aumentando progresivamente la presión, a la vez que comenzaba a moverme en el interior de tu coñito.

No llevábamos mucho tiempo cuando un dulce rubor rosa comenzó a ascender por tu vientre, mientras tu respiración se descontrolaba. Vamos cariño, te dije, regálame tu orgasmo, y el rubor ascendió por tu abdomen, por tu escote, por tu cuello, hasta iluminar tu rostro, momento en que mis movimientos eran fuertes y profundos, momento en que mi dedo invadió tu esfínter, momento en que con voz rasgada me dijiste: córrete conmigo, no pudiendo contener la ira de mi excitación y descargando en tu interior mi pesada y lechosa carga, mientras gruñía como una bestia y caía sobre tu cuerpo.

Todavía con mi verga latiendo en tu interior, expulsando las últimas gotas de mi néctar, me cogiste la cara con las manos y la acercaste a tu boca, dándonos un apasionado beso.

Felicidades cariño, felicidades corazón. Has estado increíble, te dije.

Nos recompusimos y miramos la mesa puesta y descompuesta. Reímos. Duchémonos.

La cena no se enfría.

Brindamos con cava.


 

4 comentarios:

  1. Increíble maestría a la hora de relatar momentos tan íntimos de amor e intensa pasión abandonándose los cuerpos hasta desbordar de placer. Un magnífico anfitrión...maravilloso comienzo para un final apoteósico 🥂🔥🔥

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    1. Muchísimas gracias por tus bonitas palabras. La velada comenzó tranquila, pero el final fue apoteósico.

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  2. Que relato tan bonito y apasionante……
    Una verdadera belleza en todos los sentidos.,pasion y amor unidos en bellas palabras.

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