Y están los expertos. Dedos que saben buscar donde no se ve, que
encuentran rugosas protuberancias esponjosas de las que con hábiles técnicas
hacen manar manantiales de embriagadores elixires.
Dedos que confunden a tu cuerpo, haciéndote sentir sensaciones
inconclusas, enloqueciendo a tu razón que, por un lado, te ordena decirme que
cese en la tortura y, por otro, en cambio, te hace gemir que concluya.
Dedos perversos y pacientes, que oprimen y frotan incansables, al
ritmo de las caderas que se contorsionan al sentir esas caricias en las
entrañas de tu vientre.
Dedos que se arrugan al contacto prolongado con el néctar de tu
sexo, dedos que aceleran el ritmo, aumentan la presión, centrifugan tu intimidad
hasta que expeles ríos de cálido caldo, al compás de las oleadas de las
contracciones de tu canal de placer.
No dejes de disfrutarlos cuando tengas ocasión.
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