Estoy muy cansada, fue lo primero que dijiste cuando abriste la
puerta de casa, mirándome a los ojos según estaba sentado en el sofá viendo un
anodino programa de televisión. Dejaste el bolso en una silla, comenzaste a
desabotonarte la blusa camino del dormitorio y oí como corría el agua de la
ducha del baño de nuestro vestidor. Había sido una larga jornada para ti, era
consciente, por eso mismo y, porque era nuestro aniversario, había preparado
una cena especial y puesto a enfriar una botella de cava, el brut nature que
tanto le gusta.
Mientras estabas duchándote apagué la tele, activé esa lista de
jazz que nos encanta en Spotify y comencé a poner la mesa, con nuestra vajilla
especial, nuestros cubiertos especiales, unas velas y dos caminos de mesa.
Los canapés estaban casi listos, había estado preparándolo todo
por la tarde. Iba a ser una cena fría, no muy copiosa, un pequeño aperitivo,
unos espárragos, salmón ahumado, unas tostaditas de caviar y una tabla de
curados y quesos, con un carpacho de tomate y bonito y otro de bacalao. Había
puesto a enfriar una botella de un tinto de Ribera del Duero y un albariño
gallego para que eligieras el que más te apeteciera beber.
Cuando quise darme cuenta, el murmullo del agua de la ducha había
dejado de sonar, y me dispuse a encender las velas cuando apareciste en el
salón.
Serena y elegante, con un batín de seda, entreabierto, que
insinuaba tu escote y la belleza de tus senos y mostraba explícitamente tu torneado
muslo. La prenda tenía una bonita caída y se ceñía a tus caderas, potenciando
la rotundidad de tus nalgas, dejando poco a la vista y mucho a la imaginación,
aunque anunciando indisimuladamente que era lo único que vestías.
Me acerqué a ti sin apartar nuestras miradas y según avanzaba
percibía el aroma que desprendías, suave y embriagador, el perfume de tu cuerpo
con tu piel recién lavada, fresca, primaveral, deseable.
Sin pronunciar palabra, pero clamando con los ojos, posé mis manos
sobre tus caderas mientras nuestras bocas se buscaban, hasta encontrarse. Los
labios se sellaban intermitentemente, con sutiles bocaditos, despertando nuestros
húmedos apéndices, que se entrelazaban en espirales imposibles.
Pasaste tus manos por detrás de mi cuello y aproveché para
deslizar las mías, por tu cintura, hacia tu espalda, dejándolas caer sobre tus
nalgas, dándote un apretoncito, mientras nuestras bocas se devoraban y nuestros
cuerpos se apretaban.
Nuestras respiraciones se agitaban poco a poco, mientras la música
seguía sonando y tus manos comenzaron a desabotonar mi camisa, hasta dejarme
con el torso desnudo. Con singular maestría, tus labios iniciaron el descenso
por mi cuerpo, atravesando mi cuello, víctima inocente de los arañazos de tus
dientes, y mi pecho, dónde aprovechaste para darte el capricho de pellizcarme
un pezón, continuando muy lentamente por mi abdomen, dónde jugueteaste en el
hoyo de mi ombligo a la vez que tus manos desabrochaban mi cinturón,
desabotonaban mi pantalón y lo dejabas caer a mis tobillos. Ante ti quedaba
expuesto, mostrándote la indisimulable reacción de mi masculinidad a tus
caricias, a tus besos, a tu presencia, a tu deseo. Apenas rozando mi abultado
bóxer con tus labios, comenzaste el camino de regreso a mi boca, donde volvimos
a disfrutar de las travesuras de nuestras lenguas.
Con nuestros cuerpos ceñidos y nuestras lenguas enredadas, deshice
el lazo del cinturón de tu batín, y deslicé mis manos por dentro hasta
sujetarte por la cintura. En recíproca tortura, deslicé mis labios lentamente
por tu cuello, dándote suaves bocaditos a la vez que cerrabas tus ojos dejando
caer tu cabeza hacia atrás. Mi boca buscó tu escote y besé con mimo las rugosas
protuberancias de tus pechos. Al sentir mi lengua haciendo círculos sobre tus
areolas inspiraste hondo, y cuando tus tostados pezones se erigieron y los
atrapé succionando entre mis labios, un gemido ahogado salió de tu garganta.
Delicioso bocado el de tu delicada carne, que abandoné para seguir en mi explorador
camino, descendiendo lentamente, y cuánto más al sur bajaba, más embriagador
era el aroma de tu cuerpo. Caí preso en la trampa de tu ombligo, no pudiendo
evitar besarlo y recorrerlo con mi lengua, lo que te provocó un escalofrío
haciéndote encoger el vientre.
Me detuve en mi camino, pegué mi cara a tu cuerpo y fui deslizando
mis manos hacia tu espalda, hasta sujetarte por las nalgas. Volví a posar mis
labios sobre tu piel y separaste tus muslos pidiendo, sin hablar, que terminara
de recorrer tu anatomía.
Tu piel, sedosa y templada, reaccionaba erizándose al contacto con
mi lengua que, lenta pero inexorablemente, continuó su previsible camino desde
tu ombligo hacia el delta de tus muslos. Apenas alcancé tu pubis, fue
inevitable aplastar mi cara contra tu delicada anatomía, lo que provocó que
exhalaras entre deseosa y aliviada por sentirte al fin atendida en tus más
carnales demandas. Pero lo obvio es fácil y aburrido, así que decidí arrastrar
mi lengua circunvalando tu tesoro, dándole emoción a tu deseo, alcanzando tu
ingle, que recorrí con cautela, rozando leve pero inevitablemente tu sonrosada
vulva con mi rostro, que poco a poco descendía por la cara interna de tu muslo
para, una vez alcanzada tu rodilla, continuar hasta tu tobillo.
Levantaste tu pierna hasta apoyar tu pie en mi hombro mientras
buscabas el equilibrio con tus nalgas en la mesa. Lo besé mientras lo
masajeaba, relajando tu pierna hasta tu gemelo, y comencé a lamer tus dedos,
lubricándolos con mi saliva y succionándolos con suavidad, provocando
sensaciones increíblemente placenteras con los escalofríos que ascendían como
relámpagos para tronar en tu entrepierna. Comencé por el más pequeño de tus
dedos y, uno a uno, fui succionando todos ellos hasta llegar al pulgar,
mientras mis manos seguían masajeándote con mimo.
La intensidad de tu respiración me indicaba que te estaba
resultando singularmente placentero así que, con cuidado, acompañé tu pie hasta
posarlo en el suelo e hice el gesto de coger el otro, acto que entendiste de
inmediato y a lo que accediste complaciente.
Las mismas caricias, con la misma intensidad, con el mismo mimo,
durante el mismo tiempo, en el mismo orden, fui dibujando sobre tu otro pie,
hasta llegar a tu tobillo, punto de partida para escalar a tu rodilla, de donde
proseguí por la cara interna de tu muslo hasta alcanzar tu ingle, que con
provocación lamí, volviendo a rozar con mi rostro tu vulva que, comenzaba a
destilar el néctar de tu goce, volviendo a rodear tu sexo y apoyando de nuevo
mi rostro en tu pubis.
Sentí tu respiración agitada y a la vez que tu sexo comenzaba a
desplegarse, tu piel comenzaba a transpirar, dejando sobre tu cuerpo una pátina
brillante.
Separaste todo lo que pudiste tus muslos, te acomodaste en la mesa
y, según seguía arrodillado entre tus piernas, cogiste mi cabello y me
indicaste que había llegado el momento de que saboreara tu feminidad.
Alcé la cabeza y te miré fijamente, irradiabas deseo. El batín
estaba completamente abierto y tus pechos se veían majestuosos desde el sur de
tu cuerpo, revelando la indiscreción de tus pezones erguidos que se alzaban
coronando la redondez de tus tetas.
Rocé con mis labios tu pubis y comencé a darte suaves besos sobre
tu más íntima y preciada anatomía. Los pétalos de tu rosa se estremecían al
contacto con mi boca y, poco a poco, fueron desplegándose hasta abrirse por
completo. Mi lengua comenzó a juguetear en tus ingles, rozando las crestas de
tu flor, recorriendo todos los pliegues ocultos, todos los rincones secretos,
todo el protegido mapa de tu nido de placer.
Pequeños gemidos se te escapaban cuando sentías la caricia en una
zona más delicada, cuando la presión aumentaba, cuando sentías como tu sexo se
congestionaba, se hinchaba, se irrigaba, se abría, se mojaba.
Y mi lengua lujuriosa con ganas se deslizó por la línea que marca
el centro de tu cuerpo, dividiendo tu coñito en simétricas mitades, desde tu
sur a tu norte, hasta quedar sobre tu delicado caramelo, que asomaba impávido y
curioso al festival de sensaciones. Lo aplasté con mi húmedo apéndice y, esta
vez, tu gemido fue menos comedido.
Tensé mi lengua, la alargué, y deshice el camino andando,
separando definitivamente tus labios vaginales, mezclando mi saliva con tu viscoso
elixir, resbalando entre tu cuerpo, hasta alcanzar tu perineo. Pero la lujuria
nublaba mi mente y no me detuve. Seguí en mi camino, hasta posar mi lengua
sobre tu ano. Ahora fue un jadeo el que me indicó que había llegado a buen
puerto, y comencé a dibujar círculos imposibles sobre tu esfínter, aumentando
la presión y la velocidad de mi lengua. Y paré un segundo, tomé aire, y comencé
a ascender de nuevo hasta llegar a la entrada de tu túnel que, con mi lengua
penetré mientras empujaba mi rostro contra tu cuerpo. Comencé a hacerla bailar
en tu interior, recorriendo en el sentido de las agujas del reloj todas tus
paredes vaginales, haciendo que cerraras tus rodillas y aprisionaras mi cabeza
entre tus muslos.
Estabas totalmente empapada y estabas dejando la impronta de tu
excitación en mi rostro.
Tal era tu excitación que, tirando con fuerza de mi pelo me
hiciste levantar hasta tener mi boca a tu alcance y, mientras acercabas tus
labios a los míos, con ansías bajabas mi bóxer, lo justo para coger mi pene
erecto y comenzar a frotarte con mi glande, extendiendo todavía más tus flujos,
lubricando mi rigidez y pajeándote con descaro.
En tu ansia por engullirme alargaste tu mano libre para agarrar
sin delicadeza mis huevos que, todavía dentro del bóxer, quedaban protegidos, aunque
hinchados y pesados. Los liberaste de la presión del calzoncillo, que
hábilmente empujaste hacia mis rodillas.
Nos estábamos comiendo las bocas mientras seguías masturbándote
con mi erección, cada vez más fuerte y rápido, lo que agitaba excitantemente mis
esféricos atributos, hasta que decidiste saciar tus ganas y, encarándome para
entrar en lo más profundo de tu cuerpo, tiraste de mis caderas hacia ti
mientras empujabas en mis nalgas con tus talones.
Despacio, pero inexorablemente, comencé a deslizarme por el
interior de tu vientre con asombrosa facilidad. No estabas lubricada, no,
estabas absolutamente empapada y, sentir esa cálida humedad en mis huevos
cuando estos topetearon en tu culo, me provocó un escalofrío que recorrió mi
columna vertebral desde mi ano hasta mi nuca.
Quedé inmóvil en lo más profundo de tu cuerpo mientras seguías
presionándome en el culo con tus talones, mientras apretabas con tus manos mi
cintura, cuando acercando mi boca a tu orejita te dije: aprieta fuerte, cariño,
apriétame todo lo fuerte que puedas, y comencé a sentir un no sé qué, un vacío,
una succión, que por un momento pensé que me ibas a sacar hasta la médula.
Liberaste mi polla de tu presión y comencé a salir muy lentamente,
hasta dejar entre tus labios mi glande, y volví a pedirte que apretaras. El
aleteo de tus labios vaginales en la punta de mi verga me proporcionaba un
cosquilleo tan placentero y tan indescriptible que es difícil de explicar.
Soltaste y comencé a empujar hasta aplastar tu clítoris con mi
pubis y, después de unos segundos quieto, te di cinco o seis empujoncitos más
fuertes, todo ello sin empezar a bombear en tu interior.
Nuestras respiraciones estaban agitadísimas, nuestros corazones
latían sin concierto y nuestros cuerpos transpiraban por el placer disfrutado y
ciertas ganas contenidas.
Estabas apoyada sobre tus codos, por lo que decidí pasar mis manos
bajo tus nalgas para ayudarte en tus vaivenes, que iban aumentando según
aumentaba tu placer. Masajeaba tu culo al compás de los envites, deslizando sutilmente
la yema de mi dedo índice hacia tus ingles, donde recogí tus ya escandalosos
flujos y los llevé resbalando por tu perineo hasta tu ano, que comencé a
lubricar y masajear con sumo mimo.
Cuando me sentiste en tu delicado agujero, un suspiro ahogado salió
de tu garganta, y te pregunte: mi amor, ¿Te gusta? Mucho, me dijiste, así que
seguí acariciándote aumentando progresivamente la presión, a la vez que
comenzaba a moverme en el interior de tu coñito.
No llevábamos mucho tiempo cuando un dulce rubor rosa comenzó a
ascender por tu vientre, mientras tu respiración se descontrolaba. Vamos
cariño, te dije, regálame tu orgasmo, y el rubor ascendió por tu abdomen, por
tu escote, por tu cuello, hasta iluminar tu rostro, momento en que mis
movimientos eran fuertes y profundos, momento en que mi dedo invadió tu
esfínter, momento en que con voz rasgada me dijiste: córrete conmigo, no
pudiendo contener la ira de mi excitación y descargando en tu interior mi
pesada y lechosa carga, mientras gruñía como una bestia y caía sobre tu cuerpo.
Todavía con mi verga latiendo en tu interior, expulsando las
últimas gotas de mi néctar, me cogiste la cara con las manos y la acercaste a
tu boca, dándonos un apasionado beso.
Felicidades cariño, felicidades corazón. Has estado increíble, te
dije.
Nos recompusimos y miramos la mesa puesta y descompuesta. Reímos.
Duchémonos.
La cena no se enfría.
Brindamos con cava.
Increíble maestría a la hora de relatar momentos tan íntimos de amor e intensa pasión abandonándose los cuerpos hasta desbordar de placer. Un magnífico anfitrión...maravilloso comienzo para un final apoteósico 🥂🔥🔥
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tus bonitas palabras. La velada comenzó tranquila, pero el final fue apoteósico.
EliminarQue relato tan bonito y apasionante……
ResponderEliminarUna verdadera belleza en todos los sentidos.,pasion y amor unidos en bellas palabras.
Muchísimas gracias. Celebro que te haya gustado.
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