Si no sabes por dónde empezar, empieza por un café. Buenos días.
Nada es lo que parece, pues hasta el más romántico de los hombres tiene su lado oscuro.
Si no sabes por dónde empezar, empieza por un café. Buenos días.
Despierto aturdido, somnoliento y
desorientado. Inspiro hondo y siento el vacío del que algo espera y nada
encuentra. Confundido y perezoso, despeinado y desvestido, vago hasta la cocina
y, con torpeza, me preparo un café. Ese “chute” de energía que necesito para
terminar de despegar mis pestañas y desentumecer mi cuerpo. Música parece el
compresor de la cafetera, que se torna deliciosa melodía cuando el aroma del
café recién hecho inunda el espacio. De nuevo inspiro y, ahora sí, encuentro. Y
con el primer sorbo mi cuerpo desnudo, templado por los rayos de sol que se
cuelan por el ventanal, comienza a despertar a la par que despierta mi mente. Y
tus recuerdos se agolpan provocando que, mi desvergonzada entrepierna, se
muestre evidente. A la vez que mi energía sube mi sexo se erecta. El café
despeja, el sol calienta, la potencia crece, el deseo aumenta. Y, con los ojos
cerrados, otro sorbo de la amarga infusión sobre tu cuerpo me lleva. Y te beso,
y te acaricio, y te muerdo, y te lamo, y te como, y te poseo, y te empujo, y te
acompaño, y te presiono, y me abalanzo, y te siento, suave, húmeda, cálida y
bella. Y con el regusto en mi boca mi respiración se altera, mi piel se eriza,
mi corazón se agita y mi rigidez palpita. Y en nuevo trago me siento atrapado
bajo tu rotunda fuerza. Y te mueves y me acunas. Y tus caderas se revelan, y
tus pechos bailan, tus gemidos claman y tus nalgas saltan, poderosas sombre mi
hombría, aplastando en sus caídas mis esferas, congestionadas e inflamadas por
la excitación acumulada. Y te desbocas cuando sientes sobre tus tostados
botones mi húmeda lengua, y te revuelves, y en tu interior me retuerces, y te
cimbreas y me exprimes, y jadeas y tras el trote te corres y en tu interior me
vacías, y te abandonas sobre mi pecho, te abrazo, te cobijo, te protejo, te
mimo y te beso mientras la calma a nuestros pechos regresa. Y de tu interior
resbalo y me descabalgas. De costado me miras mientras tu rostro, ruborizado
todavía, de tu cabello despejo. Y te contemplo, bella.
Abro los ojos, termino el café y mi
esencia brota, espontánea, provocando que unas gotas resbalen viscosas por el
carnal mástil hasta perderse por la sinuosidad de mi ingle.
La energía se agota. Haré otro café.
Poderoso café, vigoroso café, evocador de recuerdos, tus recuerdos, mi
tentación, mi deseo. Mi poderosa hembra.
Y oigo tus pasos que, tras el reposo,
hacia donde estoy avanzan.
Y mi mente se activa. Vuelven mis ganas.
El reloj retrasó su hora, la luz cambió.
Amaneció tan antes como antes se puso el sol. Hora concedida al alba como
robada lo fue a la tarde. Me trastoca, me afecta, me irrita, me molesta y
descoloca. Apenas una hora que rompe mi paz, mi calma, mi ritmo. Una hora que
me engaña cuando despierto ofendido por la impertinente luz del sol. Hora que
me falta cuando cae la tarde, la oscuridad acecha y el ocaso se apodera de las
horas que todavía faltan para que busque reposo. Y en mi desorientación veo, al
trasluz de la luz de las velas, la silueta de tu desnudo cuerpo paseándose
elegantemente por el salón. Dudo de mi vista, pero tu perfume me lo confirma,
eres tú. Piel brillante que refleja la tintineante luz de las candelas. Y lo
que parecía imposible cobra vida. Y mi cuerpo, confundido por el cambio
horario, recupera fuerzas. Y se manifiesta alerta y deseoso de probar y
disfrutar el calor de tu cuerpo. El tiempo pasa inexorablemente, igual que tu
cuerpo pasa de un lado a otro de la estancia, acercándose provocadoramente a
mí. Nos cruzamos y, alargando las manos, las entrelazamos dejándonos llevar por
la suave melodía que de fondo suena. Te miro y disfruto de la vista que tu
cuerpo me ofrece e, indisimuladamente, acerco mis labios a los tuyos que con
pasión me reciben. Nos besamos, largo y apasionadamente, al tiempo que nuestros
cuerpos se rozan, las pieles se erizan, las carnes se yerguen y los delicados
rincones se humedecen destilando néctares dulces y sabrosos. El calor nos funde
y mi granítico miembro se cuela entre tus algodonosos muslos. Tus elixires me
riegan haciendo de la fricción un gozoso roce. Nuestras lenguas se anudan, mis
manos te atraen, tirando de tus nalgas hacia mí al tiempo que clavas tus uñas
en mi espalda. Se oyen gemidos, respiraciones agitadas. Las caderas se agitan
nerviosas y la cópula se ejecuta, deslizándome por tu cueva lenta pero
ininterrumpidamente, hasta topetear en tu cuerpo con mis colgantes atributos.
Gruño de placer. Me aprietas y frotas en tu interior haciéndome perder la noción
del tiempo. Empujo y empujas mientras nuestros cuerpos sudan. Aumentas el
ritmo. Jadeas. Tus pezones delatan el fuego de tu vientre que mi miembro quema,
y los muerdo. Me arengas. Sigue, no pares, en mi oído susurras, mientras
nuestros pubis chocan, aplastando, envite tras envite, tu sonrosado y desnudo
caramelo que sobre tu vulva asoma. Me arañas, te follo, te corres, me mojas. Y
al compás de tus contracciones mi miembro ordeñas, inundando tu cuerpo que
aflojado queda. Te abrazo, me besas. Y mientras recuperamos el aliento resbalo
de tu cueva. Abrimos los ojos, luz de velas, la música suena, el reloj sigue
marcando las horas.
Con las gotas de lluvia resbalando por
los cristales del salón, nos entregamos uno al otro sobre la mullida alfombra
frente al gran ventanal. Húmeda tarde de octubre que contrastaba con el calor
de nuestros cuerpos, provocando que de nuestra piel emanara un ligero vaho,
propio de la condensación por la traspiración y el cálido calor del fuego de la
chimenea. Y la lluvia arreció al tiempo que nuestros muslos se enredaban. Y el
hipnótico sonido de la lluvia se mezcló con nuestros tímidos susurros y
gemidos. Y el cielo tronó cuando en tus carnes me enterraste sin piedad, ávida
y deseosa de sentirte plena. Y de mi garganta arrancaste gruñidos exasperantes
al sentirme prisionero bajo tu cuerpo, atrapado por tu pasión, animal indefenso
ante la voracidad de su depredador. Me retorcí cada vez que con tus nalgas
aplastabas mis atributos, cada vez más hinchados, más congestionados, más
mojados por la mezcla de nuestros propios elixires que resbalaba de tu oculta
flor. Ahogabas mis roncos gruñidos que intentabas evitar, tapándome la boca y
agarrándome por el cuello, buscando privarme de sentido, evitando que ese
excitante sonido te arrastrara al summum del placer, anhelando prolongar
eternamente ese inigualable gozo. Estéril esfuerzo, pues con el redoble de la
lluvia tus caderas redoblaron sobre mí, tiritando temblorosas, rítmicamente,
sincronizadas con las palpitaciones de mi miembro que, sin remedio, se
derramaba en tu interior, hasta quedar exhaustos, complacidos, sudorosos,
satisfechos. Y la lluvia cesó en el momento en que te mesaba el cabello, justo
cuando apoyaste tu cabeza en mi pecho, en el preciso momento en que nuestra
respiración recuperó la paz.
La tarde se presta a delicados placeres.
Otoño incipiente de rojizos ocasos. El incienso se huele, la música suena, el
aceite se templa. Los cuerpos esperan. Mientras tu mirada fijas en la luz de
mis pupilas alargas tu pierna. La apoyo en mi pecho, derramo unas gotas del
untuoso y aromatizado líquido que caliente sobre tu piel brilla. Comienza la
orgía. Masaje excitante que prepara el cuerpo para que la excitación fluya. El
corazón galopa, la respiración se agita, los sexos se muestran, explícitos, sin
vergüenza, descarados, con deseo, erguidos, mojados, abiertos, dispuestos a
consumar la cópula. Cuerpos calientes que al compás de la música las pelvis
cimbrean. Aumenta el compás, se acelera el ritmo, el clímax explota. Sudoroso
abrazo el que tras el encuentro en mi cuerpo te arropa. Te beso, te calmo, te
acaricio. Te amo.
Se
acerca el fin del verano y aprovecho los últimos días para terminar de cargar
las pilas. Disfruto de la memoria de nuestros momentos, ahora que ya regresaste
a Madrid. Busco los rincones, entre los dos descubiertos y recalo en esa
solitaria playa, a la mágica hora en que no la tengo que compartir con nadie.
Desnudo me baño y disfruto de la placentera sensación de ser acariciado por el
agua en toda la extensión de mi piel. Me tumbo, medio sumergido, apoyado en los
codos, apenas con mi cabeza y mi torso fuera del agua. Relajado y solitario
baño, acunado por el rumor de las olas. Paz interior. Cierro los ojos, dejo
caer la cabeza hacia atrás y a mis recuerdos vuelves, como una amazona
poderosa. Y mi cuerpo se excita al sentir mis atributos yendo y viniendo entre
mis muslos chocando con ellos por el suave movimiento de la mar. Y más se
altera cuando te recuerdo, en esa misma playa, en esa misma posición. Cuando
hacía apenas dos días me tumbaste y me montaste, agitando mi sexo como ahora
hace la salada agua. Cuando dejaste caer tus senos en mi rostro para que los
buscara con mis labios. Cuando buscaste exprimirme, presa de tu placer,
aplastando mis testículos con tus nalgas. Cuando te desbocaste y me cabalgaste
con un endiablado brío. Cuando derrumbada caíste sobre mi pecho y buscaste mi
boca con tu boca. Cuando exploté en tu interior, y como un volcán en erupción,
no pude contener la lava ardiente que te inundó y satisfizo. Y ahí, en mis
recuerdos, mi cuerpo se abandonó a ese irrefrenable deseo de placer inminente.
Te deseo.
Derrite es hielo sobre mi piel caliente. Apaga mi fuego con tu
vientre ardiente.
Sólo
nosotros sabemos lo que esos besos significan. Sólo nosotros sabemos el destino
de esa boca. Sólo nosotros sabemos los placeres que mi lengua evoca, cuando
entre tus nalgas se arrastra y éstas tiritan. Sudor, placer, mojados sexos,
angustia, calor, gozo supremo, pieles y lenguas, clímax extremo.
Despierto
temprano y busco mi soledad. Playa escondida y desierta donde dejar que mi
cuerpo disfrute desnudo de los primeros rayos de sol. Baño furtivo mientras el
sol se despereza. Libertad de sentir el agua acariciando hasta el último
centímetro de mi piel. Inspiro y escucho el rumor de las olas en la playa.
Siento paz y en ese momento te recuerdo durmiendo y pienso si no hubieras
preferido que te despertara para compartir juntos este momento. Para jugar
entre las olas, para abrazarnos desnudos en el agua, para robarnos besos
salados, para hacer cómplice al astro rey de la ardiente pasión de nuestros
cuerpos en ese idílico lugar, para abandonarnos al amor, para sentirnos en
plenitud, para luchar por el placer en la guerra del lascivo encuentro. ¿Te
despierto y vienes?
La ténue luz del alba se colaba entre las cortinas reflejando bellas sombras sobre nuestros cuerpos desnudos. Todavía dormías, como un áng...