El reloj retrasó su hora, la luz cambió.
Amaneció tan antes como antes se puso el sol. Hora concedida al alba como
robada lo fue a la tarde. Me trastoca, me afecta, me irrita, me molesta y
descoloca. Apenas una hora que rompe mi paz, mi calma, mi ritmo. Una hora que
me engaña cuando despierto ofendido por la impertinente luz del sol. Hora que
me falta cuando cae la tarde, la oscuridad acecha y el ocaso se apodera de las
horas que todavía faltan para que busque reposo. Y en mi desorientación veo, al
trasluz de la luz de las velas, la silueta de tu desnudo cuerpo paseándose
elegantemente por el salón. Dudo de mi vista, pero tu perfume me lo confirma,
eres tú. Piel brillante que refleja la tintineante luz de las candelas. Y lo
que parecía imposible cobra vida. Y mi cuerpo, confundido por el cambio
horario, recupera fuerzas. Y se manifiesta alerta y deseoso de probar y
disfrutar el calor de tu cuerpo. El tiempo pasa inexorablemente, igual que tu
cuerpo pasa de un lado a otro de la estancia, acercándose provocadoramente a
mí. Nos cruzamos y, alargando las manos, las entrelazamos dejándonos llevar por
la suave melodía que de fondo suena. Te miro y disfruto de la vista que tu
cuerpo me ofrece e, indisimuladamente, acerco mis labios a los tuyos que con
pasión me reciben. Nos besamos, largo y apasionadamente, al tiempo que nuestros
cuerpos se rozan, las pieles se erizan, las carnes se yerguen y los delicados
rincones se humedecen destilando néctares dulces y sabrosos. El calor nos funde
y mi granítico miembro se cuela entre tus algodonosos muslos. Tus elixires me
riegan haciendo de la fricción un gozoso roce. Nuestras lenguas se anudan, mis
manos te atraen, tirando de tus nalgas hacia mí al tiempo que clavas tus uñas
en mi espalda. Se oyen gemidos, respiraciones agitadas. Las caderas se agitan
nerviosas y la cópula se ejecuta, deslizándome por tu cueva lenta pero
ininterrumpidamente, hasta topetear en tu cuerpo con mis colgantes atributos.
Gruño de placer. Me aprietas y frotas en tu interior haciéndome perder la noción
del tiempo. Empujo y empujas mientras nuestros cuerpos sudan. Aumentas el
ritmo. Jadeas. Tus pezones delatan el fuego de tu vientre que mi miembro quema,
y los muerdo. Me arengas. Sigue, no pares, en mi oído susurras, mientras
nuestros pubis chocan, aplastando, envite tras envite, tu sonrosado y desnudo
caramelo que sobre tu vulva asoma. Me arañas, te follo, te corres, me mojas. Y
al compás de tus contracciones mi miembro ordeñas, inundando tu cuerpo que
aflojado queda. Te abrazo, me besas. Y mientras recuperamos el aliento resbalo
de tu cueva. Abrimos los ojos, luz de velas, la música suena, el reloj sigue
marcando las horas.
Las agujas del reloj pueden mermar las horas, pero no puede disminuir los momentos de deseo...
ResponderEliminarPor muy deprisa que sintamos que pasa el tiempo cuando estamos disfrutando, nunca dejaremos de hacerlo.
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