METRICOOL

domingo, 28 de mayo de 2023

SORTEO DE LOTERÍA




El día había llegado y la mañana fría invitaba a ello. Con la ilusión puesta en el sorteo, recién levantados, nos dispusimos a preparar el desayuno y tomárnoslo mientras veíamos el sorteo de la lotería. No habíamos madrugado, así que cuando encendimos la televisión, el sorteo ya llevaba un rato repartiendo la suerte. Ninguno de los dos éramos jugadores, pero para este sorteo, como marcaba la tradición, sí que llevábamos algunos décimos, muchos comprados casi por compromiso, como el que se jugaba en la oficina y algunas participaciones ofrecidas por asociaciones o clubes en las que estaban amigos comunes.

Mientras los niños de San Ildefonso cantaban los números y los premios, hacíamos pereza, todavía en pijama, en el sofá, con unas tostadas, algo de fruta y los cafés, cuando, así como estabas, sentada sobre una pierna, te giraste hacia mí y me miraste con esa mirada indescifrable que no desvelaba qué quería decir, pero que anunciaba alguna ocurrencia de las tuyas.

¿Crees que nos tocará? Me preguntaste curiosa. No lo sé, pero nos vendría muy bien, te dije, y sonreímos asintiendo que así sería en ese caso.

Pero te notaba inquieta, como cuando quieres decirme algo y no terminas de atreverte, hasta que al final lo soltaste: es que se me ha ocurrido que podríamos hacer nuestra propia lotería y, naturalmente, nos tocaría sí o sí. ¿A qué te refieres? Inquirí. Y como si la idea te hubiese estado martilleando la cabeza durante horas y, casi sin tomar aliento, me espetaste del tirón: he pensado que podríamos hacer diez papeletas con las diez terminaciones, del 0 al 9 y, de ellas, en cinco tú y en cinco yo, pondríamos el premio que querríamos que nos tocase, claro que, tendría que ser, algo que pudiéramos…, hiciste una pequeña pausa antes de continuar, permitirnos, u ofrecer, sentenciaste. A ver, a ver, desarrolla esa idea, te pedí curioso. Me refiero, proseguiste, a que, por ejemplo, yo podría poner “sexo oral”, y si el primero, segundo o tercer premio, cae en la terminación de esa papeleta, nos damos ese gusto porque nos ha tocado. Naturalmente, empezaríamos por el orden en que salieran los premios, no necesariamente por el grado de importancia.

Nunca dejabas de sorprenderme, con tu mirada cándida y tu mente perversa, haciéndome partícipe de tu invento, con tu voz inocente e invitándome a un juego que podría ser muy divertido.

Vale, me parece bien, te dije, mientras dabas un salto del sofá y te dirigías a la habitación donde teníamos montado un pequeño despacho y, de una caja que guardabas dentro del armario, sacaste las diez papeletas que ya tenías preparadas, con los números 00.000, 00.001, y así correlativamente hasta el 00.09. Simulando ser décimos del sorteo de Navidad, las habías diseñado al mínimo detalle, dejando dos líneas debajo de la fecha del sorteo para poder escribir el premio que correspondía a esa terminación.

Haciendo gala de buena imaginación, y teniendo como referente el Kama Sutra más libidinoso, repartimos las papeletas de manera que los dos tuviéramos los mismos números impares que pares. Para ser sinceros, poco importaba quien tuviera la papeleta premiada, pues el disfrute iba a ser para los dos, asumiendo el riesgo de alguna sorpresa.

De esta manera seguimos desayunando, con el sonido de fondo de los chiquillos cantando los números, mientras dejábamos volar nuestras mentes. Cuando completé mis cinco papeletas, las guardé celosamente, boca abajo, para que no pudieras leer lo que había puesto, y me dediqué a contemplarte. Se te veía ilusionada con el juego, siempre habías tenido habilidad para este tipo de iniciativas, dándole un toque divertido a cualquier situación, y ese pijama de forro polar te sentaba maravillosamente bien. No era nada sugerente, pero marcaba tus pechos que, libres de sostén, bailaban de un lado a otro con cada movimiento tuyo, y esos movimientos me volvían loco y, cuando te inclinabas hacia adelante, se subía tu camiseta dejando la parte baja de tu espalda al aire, como invitando a que pasara mis manos por el hueco que quedaba y abrazarte bajo la ropa.

Sin darme cuenta, mi imaginación había comenzado a andar mientras, concentrada, seguías pensando qué poner en tus papeletas, hasta que terminaste. Cuando las volviste, también boca abajo, me miraste con una mirada traviesa, una medio sonrisa girada y con un sugerente tono de voz me dijiste: mientras salen y no salen los premios podríamos darnos unos besitos. Estaba claro que estabas dispuesta a salir ganadora en el juego importándote muy poco el sorteo y la excusa de nuestras papeletas, aunque, sinceramente, me intrigaba saber qué habrías puesto en tus boletos.

Sin llegar a contestarte viniste hacia mí y te tumbaste sobre mi cuerpo, comenzando a besarme en la cara, dándome pequeños besitos sobre la frente, los párpados, la nariz, los pómulos, las mejillas, las orejitas y la barbilla, hasta que posaste tus labios sobre los míos y, en un sincrónico movimiento, nuestras bocas se abrieron dejando asomar nuestras lenguas que avanzaban al encuentro, enredándose en espirales húmedas y excitantes. Poco a poco fuiste acomodándote, encogiendo tus piernas, que estaban extendidas, flexionando tus rodillas, elevando tus caderas y apoyándote en las manos, hasta quedar a caballo sobre mí. Sentir la presión de tu cuerpo sobre el mío, aplastando literalmente con tu pubis mi miembro, había provocado una erección que se manifestaba indisimulada bajo el pijama que llevaba puesto y que, una vez que te sentaste sobre mí, se hizo mucho más patente. ¿Pero qué tenemos aquí? Preguntaste divertida, debe ser un quinto premio, porque el gordo todavía no ha salido, bromeaste y, acomodándote de nuevo, volviste a buscar mi boca para seguir besándonos. Eran besos provocadoramente lentos, en los que compartíamos humedad y pasión, mientras seguíamos oyendo el sorteo.

La temperatura iba subiendo a medida que éste avanzaba. Mis manos habían buceado bajo tu pijama, acariciando tu espalda, que arqueabas como una gatita en celo cuando sentías las yemas de mis dedos descender desde tu nuca, vértebra a vértebra, con la presión justa para sentir mis dedos, hasta que se perdían entre tus redondas nalgas y alcanzaban tu cóccix. Justo en ese punto, te masajeé con delicadeza, sabiendo que las sensaciones que te provocaban esas caricias te hacían humedecer por completo, jugando esta vez una baza con ventaja. Comenzaste a dar muestras de debilidad, balanceándote con un ligero vaivén de tus caderas, frotando tu entrepierna con mi enervada erección cuando se oyó un alboroto en el Teatro Real de Madrid, había salido uno de los tres premios principales. Enérgicamente te incorporaste, quedando con la espalda recta, sentada sobre mí, mientras mirabas atenta la televisión para ver qué numero había salido.

En cero, ha terminado en cero, gritaste entusiasmada y fuiste a ver tus papeletas. Las comprobaste, y una sonrisa pícara te delató inmediatamente. ¿Qué has puesto? Te pregunté intrigado. Y acercándote a mí me susurraste al oído: sesenta y nueve con beso negro. Sabía que era una de tus fantasías, me lo habías confesado más de una vez, pero nunca habíamos llegado a experimentarlo, quizá por prejuicios míos, pero el caso es que en esta ocasión estaba dispuesto a acatar las normas del juego. Mirándome fijamente y sin decir nada, comenzaste a desabotonar mi pijama hasta sacarme la camiseta, después, cogiendo el dobladillo de la tuya por la cintura, cruzaste tus brazos a la vez que los subías por encima de tu cabeza y te la quitaste por completo quedando desnuda ante mí. Ver tus pechos así era para mí hipnótico, me encantan esas redondas formas coronadas por tus areolas de color canela y esos pezones tostados que atraían mis labios como imanes al hierro. Seguidamente, te bajaste los pantalones del pijama, quedando completamente desnuda, con tu pubis milimétricamente recortado, formando un triángulo que con el vértice de su ángulo más agudo señalaba tu sonrosado sexo, mientras yo tiraba de los míos sobre el sofá hasta quitármelos también.

Acto seguido, me hiciste un gesto indicándome que me tumbara en el chaiselongue y pusiste tus rodillas una a cada lado de mi rostro, quedando tu sexo al alcance de mi boca, a la vez que te dejabas caer sobre mi cuerpo apoyando tus manos en mis piernas. La visión de tu sexo me llevó a separar tus nalgas con mis manos y, estirando ligeramente el cuello, pasar la punta de mi lengua por tus ingles, haciendo caso omiso a tu coñito expectante, que había comenzado a desplegar sus labios mayores. Pasaba mi lengua de un lado a otro, arrastrándola suavemente por los extremos de tu sexo, pasando por tu perineo y regresando por tu otro muslo, rodeando tu clítoris sin contactarlo, una y otra vez, y en ese recorrido tus caderas comenzaron a buscar cómo acoplar tu entrepierna con mi apéndice. Sentía tu sexo cada vez más húmedo y destilando un aroma que me resultaba embriagador y salvajemente sexual, el olor de tu excitación endurecía todavía más mi falo que, sin identificar con qué parte de tu cuerpo, sentía roces esporádicos pero maravillosos. Intuía, por la humedad que sentía y las placenteras caricias, que lamías mis testículos meticulosamente depilados, sintiendo tu aliento cálido en mi sensible piel, lo que provocó que mi verga comenzara a palpitar. Sentí tu lengua masajeando mi escroto, dando bocaditos en tan sensible zona de mi anatomía cuando sin esperarlo, succionaste un testículo en tu boca, lo que me hizo encoger por ese placer desgarrador. Mi reacción espontánea fue tensar mi lengua y, apoyándola sobre tu clítoris, darte unos golpecitos con la punta y comenzar a arrastrarla presionando con todas mis fuerzas por tu rajita, desplegando por completo tus labios vaginales y dejando que tus flujos se derramaran, como cuando explotas en la boca un bombón de licor y éste cae desde el paladar por los lados de la lengua, avanzando lentamente en mi camino hacia tu perineo y continuando hasta alcanzar tu esfínter, que comencé a masajear y lubricar con esa explosiva mezcla de tus flujos y mi saliva, haciendo círculos sobre él y presionándolo cada vez un poquito más. Al sentir mi lengua en tu ano contrajiste con fuerza tus glúteos, pero impotente al tenerlos separados con mis manos, desististe y los relajaste, al tiempo que compartiste un gemido ahogado, que me indicó que esa sensación te estaba gustando. Tal provocación despertó tu ira y, en un arrebato de placentera venganza, arrastraste tu lengua por el tronco de mi erección y, sin utilizar las manos, abrazaste con tus labios mi glande, que comenzaste a succionar a la vez que, con tu lengua, hacías círculos sobre él, engulléndolo lentamente. Mi respiración se agitó descontrolada mientras comenzaba a mover mi cintura deslizando mi miembro por tu boca cuando interpretaste que eso podría terminar demasiado pronto, por lo que abandonaste mi sexo mojado y volviste a entretenerte con mis atributos colgantes. Sentía el aire de tu respiración en la humedad de mi glande, la ligera brisa que provocaban tus movimientos y tu aliento, cuando cogiste mis huevos con una mano y apretándolos lo justo, los apartaste a un lado. Tu lengua se arrastró por debajo de mis testículos, por mi perineo e, instintivamente, separé mis piernas. La sensación era nueva para mí, pero estaba resultando muy placentera, estaba expectante, mientras seguía con mi boca entre tus nalgas, hasta que sentí una suave y mojada caricia en mi pequeño orificio, que me hizo contraer con fuerza los músculos. Insististe, prudente, con caricias sutiles que, poco a poco, fueron haciéndose más intensas, más húmedas, más gozosas, haciendo que olvidara mis tabúes y predisponiéndome a disfrutar plenamente de esa maravilla.

Mi lengua había comenzado a recorrer todos los pliegues de tus labios, que se manifestaban ligeramente hinchados y que estaban completamente empapados, resbalando sin ninguna dificultad por tu anatomía más íntima, extendiendo esa viscosidad desde tu clítoris, que ya había asomado por completo abandonando el capuchoncito de piel que lo protege, mostrándose congestionado y rígido demandando toda la atención. Miraba, entre tus muslos, y veía los rizos de tu pubis y, al fondo, tus preciosas tetas aplastadas contra mis muslos.

Seguías lamiendo mi ano y eso me había sobreexcitado. Esas endiabladas caricias, esa humedad, ese calor, ese placer, hacían que sintiera mi polla a punto de explotar cuando de nuevo, oímos gran revuelo en la televisión, cesando los dos inmediatamente en las caricias y prestando atención de nuevo al sorteo. No es que no estuviéramos disfrutando, todo lo contrario, es que ninguno de los dos queríamos que aquel placer fuera efímero e intentábamos prolongarlo todo lo posible.

Yo lo intenté, pero tus muslos me privaban de la vista de la tele, pero tú levantaste la cabeza y observaste lo que pasaba. En cuatro, ahora ha acabado en cuatro, me dijiste ilusionada y no queriendo descomponer nuestra posición, alargaste tu mano cual contorsionista, hasta la mesita y cogiste tus papeletas. Las comprobaste, pero no tenías esa terminación. Acércame las mías, te dije, así que me las diste y ahí estaba, el 00.004. ¿Qué pusiste? Preguntaste curiosa. La postura del exprimidor, te dije lujurioso. ¿Y eso cómo es? A lo que te contesté, yo estoy tumbado boca arriba y tú sobre mí, como estabas ahora, pero bajando un poquito más hasta que conseguimos encajar. Los ojos se te iluminaron y, sin mediar palabra, comenzaste a deslizar tu cuerpo sobre el mío, hasta que tu pubis quedó sobre el mío. Cogiste mi polla, la frotaste contra tu coñito, extendiendo aún más tus flujos, separando con amplitud tus labios vaginales y, encarándola a la entrada de tu vagina, con unos hábiles movimientos de tus caderas, hiciste que fuera deslizándome por tu interior hasta llegar al final de tu cuerpo. ¡Ggggrrrrrrrrrrrrrrrrrrr! Solté un ronco gruñido de placer absoluto. Erguiste tu espalda y comenzaste a moverte en círculos provocando que mi erección se frotara una y otra vez con todas las paredes de tu cuerpo. Me estabas volviendo loco y en tu piel comenzó a adivinarse un brillo especial por la traspiración de tu cuerpo. Estabas como yo, muy, muy, muy excitada. Cambiaste de movimiento y ahora frotabas tu cuerpo de delante hacia atrás, aplastando mis pelotas con tu pubis cuando llevabas tu cuerpo hacia adelante todo lo que podías. Mis manos acariciaban tus caderas y tu espalda, del norte al sur de tu cuerpo, lentamente, y girando hacia tu abdomen, buscando rozar las copas de tus pechos.

Seguíamos escuchando de fondo, como un mantra, la pegadiza sintonía del sorteo, pero habíamos elevado el nivel de excitación y estábamos en otra fase de esa quinielística cópula. Nuestras respiraciones agitadas mitigaban el resto de estímulos auditivos. Compartíamos gemidos y jadeos al ritmo de nuestras caderas.

Echaste tu cuerpo ligeramente hacia adelante, apoyándote en una mano, y llevaste la otra libre a tu clítoris que comenzaste a masturbar mientras seguías moviendo tus caderas. Ahora tenía una visión de tus nalgas privilegiada, y no dudé en acariciar tu redondo culo, masajeando tus glúteos, llevando mis dedos pulgares hacia tus ingles, sobre las que resbalaban por tu humedad, masajeándote cada vez más hacia el interior, haciendo que mis dedos se deslizaran entre tus labios vaginales, de arriba hacia abajo, hasta que posé un dedo sobre tu ano. Al notarlo soltaste un jadeo y aumentaste el ritmo, correspondiéndote con caricias redondas sobre tu esfínter, y una presión que, según aumentaba tu ritmo, iba in crescendo. Estabas completamente poseída cuando, la presión constante sobre tu culo y las primeras contracciones de tu orgasmo, hicieron que relajaras involuntariamente tus músculos y la primera falange de mi dedo te penetró por detrás, soltando un grito ahogado de placer al tiempo que convulsionabas y sentía en mi dedito como los anillos de tu esfínter me transmitían las oleadas de placer de tu vientre en rítmicas contracciones.

¡Jodeeeerrrr! Exclamé, me estás destrozando la polla, te confesé primitivamente salvaje, respondiéndome con un apretón de huevos y una caricia premonitoria de lo que quedaba por venir. Sentí como uno de tus dedos presionaba tras mis huevos, que estaban hinchados y dilatados por la excitación acumulada, y lentamente iba descendiendo camino de mi virgen intimidad. Y entonces noté una ligera presión sobre mi ano, todavía mojado y lubricado por tu saliva. Comenzaste a dibujar círculos aumentando muy lentamente la presión, y ese desconcertante placer casi me estaba haciendo perder la conciencia. Aumenté, como pude, el movimiento de mi cintura bajo tus nalgas, que temporalmente habían bajado el ritmo pero que de nuevo lo recobraban. La velocidad de tu cuerpo me desesperaba y sentía mi verga latiendo en tu interior. Sin esperarlo sentí como la presión de mi semen comenzaba a empujar buscando liberar esa tensión y entre contracción y contracción, empujaste contra mi ano penetrándome con la yema del dedo. Ese placer fue el detonante para que el mecanismo de expulsión se pusiera en marcha y, espasmo tras espasmo, comencé a liberar la lava que me ardía dentro de tu cuerpo, mientras me retorcía de placer al tiempo que gruñía como una bestia, hasta quedar vacío, exhausto, complacido.

Te quedaste inmóvil, con tu cuerpo sobre mis piernas y la cabeza girada hacia la tele. Te miraba absorto disfrutando de esa paz y esa calma.

Poco a poco, fuimos recuperando el resuello, recomponiéndonos y tomando conciencia del placer que habíamos disfrutado. Los niños seguían cantando premios, ajenos a nuestro particular sorteo.

¿Repetiremos? Me preguntaste, dejando claramente entrever que te referías a esa práctica que siempre habías querido experimentar y, hasta ahora, nunca habíamos hecho. Me has hecho disfrutar muchísimo, te confesé, añadiendo: no siento haber perdido un ápice de masculinidad por tener una visión más abierta del placer, librándome de ese estigmatizante tabú.

Y mientras nos confesábamos, volvió el jaleo, en televisión, a la sala del sorteo. Ha salido el último premio, te dije. Ha vuelto a terminar en cero. No nos hemos perdido nada, haciendo referencia a que esa terminación ya la habíamos “disfrutado”, como si hiciera falta justificar que los dos no habíamos soportado el placer como para contener nuestras ansias hasta que hubieran salido los tres premios principales.


 

4 comentarios:

  1. Joder!!! Me encanta que una letras me lleven a sentir explícitamente lo que leo!! 🔥

    ResponderEliminar
  2. Cabecitalinda22 mayo, 2025 23:05

    Nunca un sorteo de la lotería me había despertado tanto la curiosidad y el l interés como éste y creo que puede llevar un mensaje. Cuando hay complicidad y confianza hay que aprender a disfrutar y desinhibirse, simplemente dejarse llevar...

    ResponderEliminar

Deja tu comentario sincero sobre lo que te ha parecido el relato. Lo leeré con mucha atención. Gracias.

LA TÉNUE LUZ DEL ALBA

La ténue luz del alba se colaba entre las cortinas reflejando bellas sombras sobre nuestros cuerpos desnudos. Todavía dormías, como un áng...