El día había llegado y la mañana fría invitaba a ello. Con la
ilusión puesta en el sorteo, recién levantados, nos dispusimos a preparar el
desayuno y tomárnoslo mientras veíamos el sorteo de la lotería. No habíamos
madrugado, así que cuando encendimos la televisión, el sorteo ya llevaba un
rato repartiendo la suerte. Ninguno de los dos éramos jugadores, pero para este
sorteo, como marcaba la tradición, sí que llevábamos algunos décimos, muchos
comprados casi por compromiso, como el que se jugaba en la oficina y algunas
participaciones ofrecidas por asociaciones o clubes en las que estaban amigos
comunes.
Mientras los niños de San Ildefonso cantaban los números y los
premios, hacíamos pereza, todavía en pijama, en el sofá, con unas tostadas,
algo de fruta y los cafés, cuando, así como estabas, sentada sobre una pierna,
te giraste hacia mí y me miraste con esa mirada indescifrable que no desvelaba
qué quería decir, pero que anunciaba alguna ocurrencia de las tuyas.
¿Crees que nos tocará? Me preguntaste curiosa. No lo sé, pero nos
vendría muy bien, te dije, y sonreímos asintiendo que así sería en ese caso.
Pero te notaba inquieta, como cuando quieres decirme algo y no
terminas de atreverte, hasta que al final lo soltaste: es que se me ha ocurrido
que podríamos hacer nuestra propia lotería y, naturalmente, nos tocaría sí o
sí. ¿A qué te refieres? Inquirí. Y como si la idea te hubiese estado
martilleando la cabeza durante horas y, casi sin tomar aliento, me espetaste
del tirón: he pensado que podríamos hacer diez papeletas con las diez
terminaciones, del 0 al 9 y, de ellas, en cinco tú y en cinco yo, pondríamos el
premio que querríamos que nos tocase, claro que, tendría que ser, algo que
pudiéramos…, hiciste una pequeña pausa antes de continuar, permitirnos, u
ofrecer, sentenciaste. A ver, a ver, desarrolla esa idea, te pedí curioso. Me
refiero, proseguiste, a que, por ejemplo, yo podría poner “sexo oral”, y si el
primero, segundo o tercer premio, cae en la terminación de esa papeleta, nos
damos ese gusto porque nos ha tocado. Naturalmente, empezaríamos por el orden
en que salieran los premios, no necesariamente por el grado de importancia.
Nunca dejabas de sorprenderme, con tu mirada cándida y tu mente
perversa, haciéndome partícipe de tu invento, con tu voz inocente e invitándome
a un juego que podría ser muy divertido.
Vale, me parece bien, te dije, mientras dabas un salto del sofá y
te dirigías a la habitación donde teníamos montado un pequeño despacho y, de
una caja que guardabas dentro del armario, sacaste las diez papeletas que ya
tenías preparadas, con los números 00.000, 00.001, y así correlativamente hasta
el 00.09. Simulando ser décimos del sorteo de Navidad, las habías diseñado al
mínimo detalle, dejando dos líneas debajo de la fecha del sorteo para poder
escribir el premio que correspondía a esa terminación.
Haciendo gala de buena imaginación, y teniendo como referente el
Kama Sutra más libidinoso, repartimos las papeletas de manera que los dos
tuviéramos los mismos números impares que pares. Para ser sinceros, poco
importaba quien tuviera la papeleta premiada, pues el disfrute iba a ser para
los dos, asumiendo el riesgo de alguna sorpresa.
De esta manera seguimos desayunando, con el sonido de fondo de los
chiquillos cantando los números, mientras dejábamos volar nuestras mentes.
Cuando completé mis cinco papeletas, las guardé celosamente, boca abajo, para
que no pudieras leer lo que había puesto, y me dediqué a contemplarte. Se te
veía ilusionada con el juego, siempre habías tenido habilidad para este tipo de
iniciativas, dándole un toque divertido a cualquier situación, y ese pijama de
forro polar te sentaba maravillosamente bien. No era nada sugerente, pero
marcaba tus pechos que, libres de sostén, bailaban de un lado a otro con cada
movimiento tuyo, y esos movimientos me volvían loco y, cuando te inclinabas
hacia adelante, se subía tu camiseta dejando la parte baja de tu espalda al
aire, como invitando a que pasara mis manos por el hueco que quedaba y
abrazarte bajo la ropa.
Sin darme cuenta, mi imaginación había comenzado a andar mientras,
concentrada, seguías pensando qué poner en tus papeletas, hasta que terminaste.
Cuando las volviste, también boca abajo, me miraste con una mirada traviesa,
una medio sonrisa girada y con un sugerente tono de voz me dijiste: mientras
salen y no salen los premios podríamos darnos unos besitos. Estaba claro que
estabas dispuesta a salir ganadora en el juego importándote muy poco el sorteo
y la excusa de nuestras papeletas, aunque, sinceramente, me intrigaba saber qué
habrías puesto en tus boletos.
Sin llegar a contestarte viniste hacia mí y te tumbaste sobre mi
cuerpo, comenzando a besarme en la cara, dándome pequeños besitos sobre la
frente, los párpados, la nariz, los pómulos, las mejillas, las orejitas y la
barbilla, hasta que posaste tus labios sobre los míos y, en un sincrónico
movimiento, nuestras bocas se abrieron dejando asomar nuestras lenguas que
avanzaban al encuentro, enredándose en espirales húmedas y excitantes. Poco a
poco fuiste acomodándote, encogiendo tus piernas, que estaban extendidas,
flexionando tus rodillas, elevando tus caderas y apoyándote en las manos, hasta
quedar a caballo sobre mí. Sentir la presión de tu cuerpo sobre el mío,
aplastando literalmente con tu pubis mi miembro, había provocado una erección
que se manifestaba indisimulada bajo el pijama que llevaba puesto y que, una
vez que te sentaste sobre mí, se hizo mucho más patente. ¿Pero qué tenemos
aquí? Preguntaste divertida, debe ser un quinto premio, porque el gordo todavía
no ha salido, bromeaste y, acomodándote de nuevo, volviste a buscar mi boca
para seguir besándonos. Eran besos provocadoramente lentos, en los que
compartíamos humedad y pasión, mientras seguíamos oyendo el sorteo.
La temperatura iba subiendo a medida que éste avanzaba. Mis manos
habían buceado bajo tu pijama, acariciando tu espalda, que arqueabas como una
gatita en celo cuando sentías las yemas de mis dedos descender desde tu nuca,
vértebra a vértebra, con la presión justa para sentir mis dedos, hasta que se
perdían entre tus redondas nalgas y alcanzaban tu cóccix. Justo en ese punto,
te masajeé con delicadeza, sabiendo que las sensaciones que te provocaban esas
caricias te hacían humedecer por completo, jugando esta vez una baza con
ventaja. Comenzaste a dar muestras de debilidad, balanceándote con un ligero
vaivén de tus caderas, frotando tu entrepierna con mi enervada erección cuando
se oyó un alboroto en el Teatro Real de Madrid, había salido uno de los tres
premios principales. Enérgicamente te incorporaste, quedando con la espalda
recta, sentada sobre mí, mientras mirabas atenta la televisión para ver qué
numero había salido.
En cero, ha terminado en cero, gritaste entusiasmada y fuiste a
ver tus papeletas. Las comprobaste, y una sonrisa pícara te delató
inmediatamente. ¿Qué has puesto? Te pregunté intrigado. Y acercándote a mí me
susurraste al oído: sesenta y nueve con beso negro. Sabía que era una de tus
fantasías, me lo habías confesado más de una vez, pero nunca habíamos llegado a
experimentarlo, quizá por prejuicios míos, pero el caso es que en esta ocasión
estaba dispuesto a acatar las normas del juego. Mirándome fijamente y sin decir
nada, comenzaste a desabotonar mi pijama hasta sacarme la camiseta, después,
cogiendo el dobladillo de la tuya por la cintura, cruzaste tus brazos a la vez
que los subías por encima de tu cabeza y te la quitaste por completo quedando
desnuda ante mí. Ver tus pechos así era para mí hipnótico, me encantan esas
redondas formas coronadas por tus areolas de color canela y esos pezones
tostados que atraían mis labios como imanes al hierro. Seguidamente, te bajaste
los pantalones del pijama, quedando completamente desnuda, con tu pubis
milimétricamente recortado, formando un triángulo que con el vértice de su
ángulo más agudo señalaba tu sonrosado sexo, mientras yo tiraba de los míos
sobre el sofá hasta quitármelos también.
Acto seguido, me hiciste un gesto indicándome que me tumbara en el
chaiselongue y pusiste tus rodillas una a cada lado de mi rostro, quedando tu
sexo al alcance de mi boca, a la vez que te dejabas caer sobre mi cuerpo
apoyando tus manos en mis piernas. La visión de tu sexo me llevó a separar tus
nalgas con mis manos y, estirando ligeramente el cuello, pasar la punta de mi
lengua por tus ingles, haciendo caso omiso a tu coñito expectante, que había
comenzado a desplegar sus labios mayores. Pasaba mi lengua de un lado a otro,
arrastrándola suavemente por los extremos de tu sexo, pasando por tu perineo y
regresando por tu otro muslo, rodeando tu clítoris sin contactarlo, una y otra
vez, y en ese recorrido tus caderas comenzaron a buscar cómo acoplar tu
entrepierna con mi apéndice. Sentía tu sexo cada vez más húmedo y destilando un
aroma que me resultaba embriagador y salvajemente sexual, el olor de tu excitación
endurecía todavía más mi falo que, sin identificar con qué parte de tu cuerpo,
sentía roces esporádicos pero maravillosos. Intuía, por la humedad que sentía y
las placenteras caricias, que lamías mis testículos meticulosamente depilados,
sintiendo tu aliento cálido en mi sensible piel, lo que provocó que mi verga
comenzara a palpitar. Sentí tu lengua masajeando mi escroto, dando bocaditos en
tan sensible zona de mi anatomía cuando sin esperarlo, succionaste un testículo
en tu boca, lo que me hizo encoger por ese placer desgarrador. Mi reacción
espontánea fue tensar mi lengua y, apoyándola sobre tu clítoris, darte unos
golpecitos con la punta y comenzar a arrastrarla presionando con todas mis
fuerzas por tu rajita, desplegando por completo tus labios vaginales y dejando
que tus flujos se derramaran, como cuando explotas en la boca un bombón de
licor y éste cae desde el paladar por los lados de la lengua, avanzando
lentamente en mi camino hacia tu perineo y continuando hasta alcanzar tu
esfínter, que comencé a masajear y lubricar con esa explosiva mezcla de tus
flujos y mi saliva, haciendo círculos sobre él y presionándolo cada vez un
poquito más. Al sentir mi lengua en tu ano contrajiste con fuerza tus glúteos,
pero impotente al tenerlos separados con mis manos, desististe y los relajaste,
al tiempo que compartiste un gemido ahogado, que me indicó que esa sensación te
estaba gustando. Tal provocación despertó tu ira y, en un arrebato de
placentera venganza, arrastraste tu lengua por el tronco de mi erección y, sin
utilizar las manos, abrazaste con tus labios mi glande, que comenzaste a
succionar a la vez que, con tu lengua, hacías círculos sobre él, engulléndolo
lentamente. Mi respiración se agitó descontrolada mientras comenzaba a mover mi
cintura deslizando mi miembro por tu boca cuando interpretaste que eso podría
terminar demasiado pronto, por lo que abandonaste mi sexo mojado y volviste a
entretenerte con mis atributos colgantes. Sentía el aire de tu respiración en
la humedad de mi glande, la ligera brisa que provocaban tus movimientos y tu
aliento, cuando cogiste mis huevos con una mano y apretándolos lo justo, los
apartaste a un lado. Tu lengua se arrastró por debajo de mis testículos, por mi
perineo e, instintivamente, separé mis piernas. La sensación era nueva para mí,
pero estaba resultando muy placentera, estaba expectante, mientras seguía con
mi boca entre tus nalgas, hasta que sentí una suave y mojada caricia en mi
pequeño orificio, que me hizo contraer con fuerza los músculos. Insististe,
prudente, con caricias sutiles que, poco a poco, fueron haciéndose más
intensas, más húmedas, más gozosas, haciendo que olvidara mis tabúes y
predisponiéndome a disfrutar plenamente de esa maravilla.
Mi lengua había comenzado a recorrer todos los pliegues de tus labios,
que se manifestaban ligeramente hinchados y que estaban completamente
empapados, resbalando sin ninguna dificultad por tu anatomía más íntima,
extendiendo esa viscosidad desde tu clítoris, que ya había asomado por completo
abandonando el capuchoncito de piel que lo protege, mostrándose congestionado y
rígido demandando toda la atención. Miraba, entre tus muslos, y veía los rizos
de tu pubis y, al fondo, tus preciosas tetas aplastadas contra mis muslos.
Seguías lamiendo mi ano y eso me había sobreexcitado. Esas
endiabladas caricias, esa humedad, ese calor, ese placer, hacían que sintiera
mi polla a punto de explotar cuando de nuevo, oímos gran revuelo en la
televisión, cesando los dos inmediatamente en las caricias y prestando atención
de nuevo al sorteo. No es que no estuviéramos disfrutando, todo lo contrario,
es que ninguno de los dos queríamos que aquel placer fuera efímero e
intentábamos prolongarlo todo lo posible.
Yo lo intenté, pero tus muslos me privaban de la vista de la tele,
pero tú levantaste la cabeza y observaste lo que pasaba. En cuatro, ahora ha
acabado en cuatro, me dijiste ilusionada y no queriendo descomponer nuestra
posición, alargaste tu mano cual contorsionista, hasta la mesita y cogiste tus
papeletas. Las comprobaste, pero no tenías esa terminación. Acércame las mías,
te dije, así que me las diste y ahí estaba, el 00.004. ¿Qué pusiste?
Preguntaste curiosa. La postura del exprimidor, te dije lujurioso. ¿Y eso cómo
es? A lo que te contesté, yo estoy tumbado boca arriba y tú sobre mí, como
estabas ahora, pero bajando un poquito más hasta que conseguimos encajar. Los
ojos se te iluminaron y, sin mediar palabra, comenzaste a deslizar tu cuerpo
sobre el mío, hasta que tu pubis quedó sobre el mío. Cogiste mi polla, la
frotaste contra tu coñito, extendiendo aún más tus flujos, separando con
amplitud tus labios vaginales y, encarándola a la entrada de tu vagina, con
unos hábiles movimientos de tus caderas, hiciste que fuera deslizándome por tu
interior hasta llegar al final de tu cuerpo. ¡Ggggrrrrrrrrrrrrrrrrrrr! Solté un
ronco gruñido de placer absoluto. Erguiste tu espalda y comenzaste a moverte en
círculos provocando que mi erección se frotara una y otra vez con todas las
paredes de tu cuerpo. Me estabas volviendo loco y en tu piel comenzó a
adivinarse un brillo especial por la traspiración de tu cuerpo. Estabas como
yo, muy, muy, muy excitada. Cambiaste de movimiento y ahora frotabas tu cuerpo
de delante hacia atrás, aplastando mis pelotas con tu pubis cuando llevabas tu
cuerpo hacia adelante todo lo que podías. Mis manos acariciaban tus caderas y
tu espalda, del norte al sur de tu cuerpo, lentamente, y girando hacia tu
abdomen, buscando rozar las copas de tus pechos.
Seguíamos escuchando de fondo, como un mantra, la pegadiza
sintonía del sorteo, pero habíamos elevado el nivel de excitación y estábamos
en otra fase de esa quinielística cópula. Nuestras respiraciones agitadas
mitigaban el resto de estímulos auditivos. Compartíamos gemidos y jadeos al
ritmo de nuestras caderas.
Echaste tu cuerpo ligeramente hacia adelante, apoyándote en una
mano, y llevaste la otra libre a tu clítoris que comenzaste a masturbar
mientras seguías moviendo tus caderas. Ahora tenía una visión de tus nalgas
privilegiada, y no dudé en acariciar tu redondo culo, masajeando tus glúteos,
llevando mis dedos pulgares hacia tus ingles, sobre las que resbalaban por tu
humedad, masajeándote cada vez más hacia el interior, haciendo que mis dedos se
deslizaran entre tus labios vaginales, de arriba hacia abajo, hasta que posé un
dedo sobre tu ano. Al notarlo soltaste un jadeo y aumentaste el ritmo,
correspondiéndote con caricias redondas sobre tu esfínter, y una presión que,
según aumentaba tu ritmo, iba in crescendo. Estabas completamente poseída
cuando, la presión constante sobre tu culo y las primeras contracciones de tu
orgasmo, hicieron que relajaras involuntariamente tus músculos y la primera
falange de mi dedo te penetró por detrás, soltando un grito ahogado de placer
al tiempo que convulsionabas y sentía en mi dedito como los anillos de tu
esfínter me transmitían las oleadas de placer de tu vientre en rítmicas
contracciones.
¡Jodeeeerrrr! Exclamé, me estás destrozando la polla, te confesé
primitivamente salvaje, respondiéndome con un apretón de huevos y una caricia
premonitoria de lo que quedaba por venir. Sentí como uno de tus dedos
presionaba tras mis huevos, que estaban hinchados y dilatados por la excitación
acumulada, y lentamente iba descendiendo camino de mi virgen intimidad. Y
entonces noté una ligera presión sobre mi ano, todavía mojado y lubricado por
tu saliva. Comenzaste a dibujar círculos aumentando muy lentamente la presión,
y ese desconcertante placer casi me estaba haciendo perder la conciencia.
Aumenté, como pude, el movimiento de mi cintura bajo tus nalgas, que
temporalmente habían bajado el ritmo pero que de nuevo lo recobraban. La
velocidad de tu cuerpo me desesperaba y sentía mi verga latiendo en tu
interior. Sin esperarlo sentí como la presión de mi semen comenzaba a empujar
buscando liberar esa tensión y entre contracción y contracción, empujaste
contra mi ano penetrándome con la yema del dedo. Ese placer fue el detonante
para que el mecanismo de expulsión se pusiera en marcha y, espasmo tras
espasmo, comencé a liberar la lava que me ardía dentro de tu cuerpo, mientras
me retorcía de placer al tiempo que gruñía como una bestia, hasta quedar vacío,
exhausto, complacido.
Te quedaste inmóvil, con tu cuerpo sobre mis piernas y la cabeza
girada hacia la tele. Te miraba absorto disfrutando de esa paz y esa calma.
Poco a poco, fuimos recuperando el resuello, recomponiéndonos y
tomando conciencia del placer que habíamos disfrutado. Los niños seguían
cantando premios, ajenos a nuestro particular sorteo.
¿Repetiremos? Me preguntaste, dejando claramente entrever que te
referías a esa práctica que siempre habías querido experimentar y, hasta ahora,
nunca habíamos hecho. Me has hecho disfrutar muchísimo, te confesé, añadiendo:
no siento haber perdido un ápice de masculinidad por tener una visión más
abierta del placer, librándome de ese estigmatizante tabú.
Y mientras nos confesábamos, volvió el jaleo, en televisión, a la
sala del sorteo. Ha salido el último premio, te dije. Ha vuelto a terminar en
cero. No nos hemos perdido nada, haciendo referencia a que esa terminación ya
la habíamos “disfrutado”, como si hiciera falta justificar que los dos no
habíamos soportado el placer como para contener nuestras ansias hasta que
hubieran salido los tres premios principales.
Joder!!! Me encanta que una letras me lleven a sentir explícitamente lo que leo!! 🔥
ResponderEliminarInteresante reacción. Muchas gracias.
EliminarNunca un sorteo de la lotería me había despertado tanto la curiosidad y el l interés como éste y creo que puede llevar un mensaje. Cuando hay complicidad y confianza hay que aprender a disfrutar y desinhibirse, simplemente dejarse llevar...
ResponderEliminarMe encanta tu conclusión.
Eliminar