METRICOOL

miércoles, 31 de mayo de 2023

ALWAYS





Always.

 

martes, 30 de mayo de 2023

REENCUENTRO




Reencuentro emocionado, emocionante, deseado, cálido y prometedor. Ven a mis brazos querida, siente mi calor.

 

lunes, 29 de mayo de 2023

NOSTALGIA




Y hay mañanas en las que la nostalgia se apodera de mi mente, que melancólica te recuerda, sentada frente a mí, tomando un café una fría mañana de invierno, o tumbada a mi lado en la playa, contemplando el ir y venir anárquico de las olas, o recostada en mi pecho, en el sofá bajo la manta, viendo una película una tarde de domingo, prisionera bajo mi cuerpo, desnudos, amándonos con pasión desmedida.

Hay meses en los que abandonas mi mente y mañanas en las que te pediría tres veces.

 

domingo, 28 de mayo de 2023

SORTEO DE LOTERÍA




El día había llegado y la mañana fría invitaba a ello. Con la ilusión puesta en el sorteo, recién levantados, nos dispusimos a preparar el desayuno y tomárnoslo mientras veíamos el sorteo de la lotería. No habíamos madrugado, así que cuando encendimos la televisión, el sorteo ya llevaba un rato repartiendo la suerte. Ninguno de los dos éramos jugadores, pero para este sorteo, como marcaba la tradición, sí que llevábamos algunos décimos, muchos comprados casi por compromiso, como el que se jugaba en la oficina y algunas participaciones ofrecidas por asociaciones o clubes en las que estaban amigos comunes.

Mientras los niños de San Ildefonso cantaban los números y los premios, hacíamos pereza, todavía en pijama, en el sofá, con unas tostadas, algo de fruta y los cafés, cuando, así como estabas, sentada sobre una pierna, te giraste hacia mí y me miraste con esa mirada indescifrable que no desvelaba qué quería decir, pero que anunciaba alguna ocurrencia de las tuyas.

¿Crees que nos tocará? Me preguntaste curiosa. No lo sé, pero nos vendría muy bien, te dije, y sonreímos asintiendo que así sería en ese caso.

Pero te notaba inquieta, como cuando quieres decirme algo y no terminas de atreverte, hasta que al final lo soltaste: es que se me ha ocurrido que podríamos hacer nuestra propia lotería y, naturalmente, nos tocaría sí o sí. ¿A qué te refieres? Inquirí. Y como si la idea te hubiese estado martilleando la cabeza durante horas y, casi sin tomar aliento, me espetaste del tirón: he pensado que podríamos hacer diez papeletas con las diez terminaciones, del 0 al 9 y, de ellas, en cinco tú y en cinco yo, pondríamos el premio que querríamos que nos tocase, claro que, tendría que ser, algo que pudiéramos…, hiciste una pequeña pausa antes de continuar, permitirnos, u ofrecer, sentenciaste. A ver, a ver, desarrolla esa idea, te pedí curioso. Me refiero, proseguiste, a que, por ejemplo, yo podría poner “sexo oral”, y si el primero, segundo o tercer premio, cae en la terminación de esa papeleta, nos damos ese gusto porque nos ha tocado. Naturalmente, empezaríamos por el orden en que salieran los premios, no necesariamente por el grado de importancia.

Nunca dejabas de sorprenderme, con tu mirada cándida y tu mente perversa, haciéndome partícipe de tu invento, con tu voz inocente e invitándome a un juego que podría ser muy divertido.

Vale, me parece bien, te dije, mientras dabas un salto del sofá y te dirigías a la habitación donde teníamos montado un pequeño despacho y, de una caja que guardabas dentro del armario, sacaste las diez papeletas que ya tenías preparadas, con los números 00.000, 00.001, y así correlativamente hasta el 00.09. Simulando ser décimos del sorteo de Navidad, las habías diseñado al mínimo detalle, dejando dos líneas debajo de la fecha del sorteo para poder escribir el premio que correspondía a esa terminación.

Haciendo gala de buena imaginación, y teniendo como referente el Kama Sutra más libidinoso, repartimos las papeletas de manera que los dos tuviéramos los mismos números impares que pares. Para ser sinceros, poco importaba quien tuviera la papeleta premiada, pues el disfrute iba a ser para los dos, asumiendo el riesgo de alguna sorpresa.

De esta manera seguimos desayunando, con el sonido de fondo de los chiquillos cantando los números, mientras dejábamos volar nuestras mentes. Cuando completé mis cinco papeletas, las guardé celosamente, boca abajo, para que no pudieras leer lo que había puesto, y me dediqué a contemplarte. Se te veía ilusionada con el juego, siempre habías tenido habilidad para este tipo de iniciativas, dándole un toque divertido a cualquier situación, y ese pijama de forro polar te sentaba maravillosamente bien. No era nada sugerente, pero marcaba tus pechos que, libres de sostén, bailaban de un lado a otro con cada movimiento tuyo, y esos movimientos me volvían loco y, cuando te inclinabas hacia adelante, se subía tu camiseta dejando la parte baja de tu espalda al aire, como invitando a que pasara mis manos por el hueco que quedaba y abrazarte bajo la ropa.

Sin darme cuenta, mi imaginación había comenzado a andar mientras, concentrada, seguías pensando qué poner en tus papeletas, hasta que terminaste. Cuando las volviste, también boca abajo, me miraste con una mirada traviesa, una medio sonrisa girada y con un sugerente tono de voz me dijiste: mientras salen y no salen los premios podríamos darnos unos besitos. Estaba claro que estabas dispuesta a salir ganadora en el juego importándote muy poco el sorteo y la excusa de nuestras papeletas, aunque, sinceramente, me intrigaba saber qué habrías puesto en tus boletos.

Sin llegar a contestarte viniste hacia mí y te tumbaste sobre mi cuerpo, comenzando a besarme en la cara, dándome pequeños besitos sobre la frente, los párpados, la nariz, los pómulos, las mejillas, las orejitas y la barbilla, hasta que posaste tus labios sobre los míos y, en un sincrónico movimiento, nuestras bocas se abrieron dejando asomar nuestras lenguas que avanzaban al encuentro, enredándose en espirales húmedas y excitantes. Poco a poco fuiste acomodándote, encogiendo tus piernas, que estaban extendidas, flexionando tus rodillas, elevando tus caderas y apoyándote en las manos, hasta quedar a caballo sobre mí. Sentir la presión de tu cuerpo sobre el mío, aplastando literalmente con tu pubis mi miembro, había provocado una erección que se manifestaba indisimulada bajo el pijama que llevaba puesto y que, una vez que te sentaste sobre mí, se hizo mucho más patente. ¿Pero qué tenemos aquí? Preguntaste divertida, debe ser un quinto premio, porque el gordo todavía no ha salido, bromeaste y, acomodándote de nuevo, volviste a buscar mi boca para seguir besándonos. Eran besos provocadoramente lentos, en los que compartíamos humedad y pasión, mientras seguíamos oyendo el sorteo.

La temperatura iba subiendo a medida que éste avanzaba. Mis manos habían buceado bajo tu pijama, acariciando tu espalda, que arqueabas como una gatita en celo cuando sentías las yemas de mis dedos descender desde tu nuca, vértebra a vértebra, con la presión justa para sentir mis dedos, hasta que se perdían entre tus redondas nalgas y alcanzaban tu cóccix. Justo en ese punto, te masajeé con delicadeza, sabiendo que las sensaciones que te provocaban esas caricias te hacían humedecer por completo, jugando esta vez una baza con ventaja. Comenzaste a dar muestras de debilidad, balanceándote con un ligero vaivén de tus caderas, frotando tu entrepierna con mi enervada erección cuando se oyó un alboroto en el Teatro Real de Madrid, había salido uno de los tres premios principales. Enérgicamente te incorporaste, quedando con la espalda recta, sentada sobre mí, mientras mirabas atenta la televisión para ver qué numero había salido.

En cero, ha terminado en cero, gritaste entusiasmada y fuiste a ver tus papeletas. Las comprobaste, y una sonrisa pícara te delató inmediatamente. ¿Qué has puesto? Te pregunté intrigado. Y acercándote a mí me susurraste al oído: sesenta y nueve con beso negro. Sabía que era una de tus fantasías, me lo habías confesado más de una vez, pero nunca habíamos llegado a experimentarlo, quizá por prejuicios míos, pero el caso es que en esta ocasión estaba dispuesto a acatar las normas del juego. Mirándome fijamente y sin decir nada, comenzaste a desabotonar mi pijama hasta sacarme la camiseta, después, cogiendo el dobladillo de la tuya por la cintura, cruzaste tus brazos a la vez que los subías por encima de tu cabeza y te la quitaste por completo quedando desnuda ante mí. Ver tus pechos así era para mí hipnótico, me encantan esas redondas formas coronadas por tus areolas de color canela y esos pezones tostados que atraían mis labios como imanes al hierro. Seguidamente, te bajaste los pantalones del pijama, quedando completamente desnuda, con tu pubis milimétricamente recortado, formando un triángulo que con el vértice de su ángulo más agudo señalaba tu sonrosado sexo, mientras yo tiraba de los míos sobre el sofá hasta quitármelos también.

Acto seguido, me hiciste un gesto indicándome que me tumbara en el chaiselongue y pusiste tus rodillas una a cada lado de mi rostro, quedando tu sexo al alcance de mi boca, a la vez que te dejabas caer sobre mi cuerpo apoyando tus manos en mis piernas. La visión de tu sexo me llevó a separar tus nalgas con mis manos y, estirando ligeramente el cuello, pasar la punta de mi lengua por tus ingles, haciendo caso omiso a tu coñito expectante, que había comenzado a desplegar sus labios mayores. Pasaba mi lengua de un lado a otro, arrastrándola suavemente por los extremos de tu sexo, pasando por tu perineo y regresando por tu otro muslo, rodeando tu clítoris sin contactarlo, una y otra vez, y en ese recorrido tus caderas comenzaron a buscar cómo acoplar tu entrepierna con mi apéndice. Sentía tu sexo cada vez más húmedo y destilando un aroma que me resultaba embriagador y salvajemente sexual, el olor de tu excitación endurecía todavía más mi falo que, sin identificar con qué parte de tu cuerpo, sentía roces esporádicos pero maravillosos. Intuía, por la humedad que sentía y las placenteras caricias, que lamías mis testículos meticulosamente depilados, sintiendo tu aliento cálido en mi sensible piel, lo que provocó que mi verga comenzara a palpitar. Sentí tu lengua masajeando mi escroto, dando bocaditos en tan sensible zona de mi anatomía cuando sin esperarlo, succionaste un testículo en tu boca, lo que me hizo encoger por ese placer desgarrador. Mi reacción espontánea fue tensar mi lengua y, apoyándola sobre tu clítoris, darte unos golpecitos con la punta y comenzar a arrastrarla presionando con todas mis fuerzas por tu rajita, desplegando por completo tus labios vaginales y dejando que tus flujos se derramaran, como cuando explotas en la boca un bombón de licor y éste cae desde el paladar por los lados de la lengua, avanzando lentamente en mi camino hacia tu perineo y continuando hasta alcanzar tu esfínter, que comencé a masajear y lubricar con esa explosiva mezcla de tus flujos y mi saliva, haciendo círculos sobre él y presionándolo cada vez un poquito más. Al sentir mi lengua en tu ano contrajiste con fuerza tus glúteos, pero impotente al tenerlos separados con mis manos, desististe y los relajaste, al tiempo que compartiste un gemido ahogado, que me indicó que esa sensación te estaba gustando. Tal provocación despertó tu ira y, en un arrebato de placentera venganza, arrastraste tu lengua por el tronco de mi erección y, sin utilizar las manos, abrazaste con tus labios mi glande, que comenzaste a succionar a la vez que, con tu lengua, hacías círculos sobre él, engulléndolo lentamente. Mi respiración se agitó descontrolada mientras comenzaba a mover mi cintura deslizando mi miembro por tu boca cuando interpretaste que eso podría terminar demasiado pronto, por lo que abandonaste mi sexo mojado y volviste a entretenerte con mis atributos colgantes. Sentía el aire de tu respiración en la humedad de mi glande, la ligera brisa que provocaban tus movimientos y tu aliento, cuando cogiste mis huevos con una mano y apretándolos lo justo, los apartaste a un lado. Tu lengua se arrastró por debajo de mis testículos, por mi perineo e, instintivamente, separé mis piernas. La sensación era nueva para mí, pero estaba resultando muy placentera, estaba expectante, mientras seguía con mi boca entre tus nalgas, hasta que sentí una suave y mojada caricia en mi pequeño orificio, que me hizo contraer con fuerza los músculos. Insististe, prudente, con caricias sutiles que, poco a poco, fueron haciéndose más intensas, más húmedas, más gozosas, haciendo que olvidara mis tabúes y predisponiéndome a disfrutar plenamente de esa maravilla.

Mi lengua había comenzado a recorrer todos los pliegues de tus labios, que se manifestaban ligeramente hinchados y que estaban completamente empapados, resbalando sin ninguna dificultad por tu anatomía más íntima, extendiendo esa viscosidad desde tu clítoris, que ya había asomado por completo abandonando el capuchoncito de piel que lo protege, mostrándose congestionado y rígido demandando toda la atención. Miraba, entre tus muslos, y veía los rizos de tu pubis y, al fondo, tus preciosas tetas aplastadas contra mis muslos.

Seguías lamiendo mi ano y eso me había sobreexcitado. Esas endiabladas caricias, esa humedad, ese calor, ese placer, hacían que sintiera mi polla a punto de explotar cuando de nuevo, oímos gran revuelo en la televisión, cesando los dos inmediatamente en las caricias y prestando atención de nuevo al sorteo. No es que no estuviéramos disfrutando, todo lo contrario, es que ninguno de los dos queríamos que aquel placer fuera efímero e intentábamos prolongarlo todo lo posible.

Yo lo intenté, pero tus muslos me privaban de la vista de la tele, pero tú levantaste la cabeza y observaste lo que pasaba. En cuatro, ahora ha acabado en cuatro, me dijiste ilusionada y no queriendo descomponer nuestra posición, alargaste tu mano cual contorsionista, hasta la mesita y cogiste tus papeletas. Las comprobaste, pero no tenías esa terminación. Acércame las mías, te dije, así que me las diste y ahí estaba, el 00.004. ¿Qué pusiste? Preguntaste curiosa. La postura del exprimidor, te dije lujurioso. ¿Y eso cómo es? A lo que te contesté, yo estoy tumbado boca arriba y tú sobre mí, como estabas ahora, pero bajando un poquito más hasta que conseguimos encajar. Los ojos se te iluminaron y, sin mediar palabra, comenzaste a deslizar tu cuerpo sobre el mío, hasta que tu pubis quedó sobre el mío. Cogiste mi polla, la frotaste contra tu coñito, extendiendo aún más tus flujos, separando con amplitud tus labios vaginales y, encarándola a la entrada de tu vagina, con unos hábiles movimientos de tus caderas, hiciste que fuera deslizándome por tu interior hasta llegar al final de tu cuerpo. ¡Ggggrrrrrrrrrrrrrrrrrrr! Solté un ronco gruñido de placer absoluto. Erguiste tu espalda y comenzaste a moverte en círculos provocando que mi erección se frotara una y otra vez con todas las paredes de tu cuerpo. Me estabas volviendo loco y en tu piel comenzó a adivinarse un brillo especial por la traspiración de tu cuerpo. Estabas como yo, muy, muy, muy excitada. Cambiaste de movimiento y ahora frotabas tu cuerpo de delante hacia atrás, aplastando mis pelotas con tu pubis cuando llevabas tu cuerpo hacia adelante todo lo que podías. Mis manos acariciaban tus caderas y tu espalda, del norte al sur de tu cuerpo, lentamente, y girando hacia tu abdomen, buscando rozar las copas de tus pechos.

Seguíamos escuchando de fondo, como un mantra, la pegadiza sintonía del sorteo, pero habíamos elevado el nivel de excitación y estábamos en otra fase de esa quinielística cópula. Nuestras respiraciones agitadas mitigaban el resto de estímulos auditivos. Compartíamos gemidos y jadeos al ritmo de nuestras caderas.

Echaste tu cuerpo ligeramente hacia adelante, apoyándote en una mano, y llevaste la otra libre a tu clítoris que comenzaste a masturbar mientras seguías moviendo tus caderas. Ahora tenía una visión de tus nalgas privilegiada, y no dudé en acariciar tu redondo culo, masajeando tus glúteos, llevando mis dedos pulgares hacia tus ingles, sobre las que resbalaban por tu humedad, masajeándote cada vez más hacia el interior, haciendo que mis dedos se deslizaran entre tus labios vaginales, de arriba hacia abajo, hasta que posé un dedo sobre tu ano. Al notarlo soltaste un jadeo y aumentaste el ritmo, correspondiéndote con caricias redondas sobre tu esfínter, y una presión que, según aumentaba tu ritmo, iba in crescendo. Estabas completamente poseída cuando, la presión constante sobre tu culo y las primeras contracciones de tu orgasmo, hicieron que relajaras involuntariamente tus músculos y la primera falange de mi dedo te penetró por detrás, soltando un grito ahogado de placer al tiempo que convulsionabas y sentía en mi dedito como los anillos de tu esfínter me transmitían las oleadas de placer de tu vientre en rítmicas contracciones.

¡Jodeeeerrrr! Exclamé, me estás destrozando la polla, te confesé primitivamente salvaje, respondiéndome con un apretón de huevos y una caricia premonitoria de lo que quedaba por venir. Sentí como uno de tus dedos presionaba tras mis huevos, que estaban hinchados y dilatados por la excitación acumulada, y lentamente iba descendiendo camino de mi virgen intimidad. Y entonces noté una ligera presión sobre mi ano, todavía mojado y lubricado por tu saliva. Comenzaste a dibujar círculos aumentando muy lentamente la presión, y ese desconcertante placer casi me estaba haciendo perder la conciencia. Aumenté, como pude, el movimiento de mi cintura bajo tus nalgas, que temporalmente habían bajado el ritmo pero que de nuevo lo recobraban. La velocidad de tu cuerpo me desesperaba y sentía mi verga latiendo en tu interior. Sin esperarlo sentí como la presión de mi semen comenzaba a empujar buscando liberar esa tensión y entre contracción y contracción, empujaste contra mi ano penetrándome con la yema del dedo. Ese placer fue el detonante para que el mecanismo de expulsión se pusiera en marcha y, espasmo tras espasmo, comencé a liberar la lava que me ardía dentro de tu cuerpo, mientras me retorcía de placer al tiempo que gruñía como una bestia, hasta quedar vacío, exhausto, complacido.

Te quedaste inmóvil, con tu cuerpo sobre mis piernas y la cabeza girada hacia la tele. Te miraba absorto disfrutando de esa paz y esa calma.

Poco a poco, fuimos recuperando el resuello, recomponiéndonos y tomando conciencia del placer que habíamos disfrutado. Los niños seguían cantando premios, ajenos a nuestro particular sorteo.

¿Repetiremos? Me preguntaste, dejando claramente entrever que te referías a esa práctica que siempre habías querido experimentar y, hasta ahora, nunca habíamos hecho. Me has hecho disfrutar muchísimo, te confesé, añadiendo: no siento haber perdido un ápice de masculinidad por tener una visión más abierta del placer, librándome de ese estigmatizante tabú.

Y mientras nos confesábamos, volvió el jaleo, en televisión, a la sala del sorteo. Ha salido el último premio, te dije. Ha vuelto a terminar en cero. No nos hemos perdido nada, haciendo referencia a que esa terminación ya la habíamos “disfrutado”, como si hiciera falta justificar que los dos no habíamos soportado el placer como para contener nuestras ansias hasta que hubieran salido los tres premios principales.


 

sábado, 27 de mayo de 2023

MASAJE DE PIES



Un buen masaje de pies puede ser el preludio de una intensa sesión de placer. ¿Necesitas descargar tensiones?


 

viernes, 26 de mayo de 2023

ÍNTIMO BAILE



En sombra entra la platea cuando las luces se apagan y los focos alumbran el telón que comienza a correrse dejando, desprotegidos ante el público, a la pareja de “bailaores”.

El maestro rasga las cuerdas de la guitarra, a la que le arranca sonidos vibrantes y profundos, al tiempo que los danzantes levantan los brazos sobre sus cabezas, con los codos semidoblados, y hacen replicar las castañuelas.

El cajón marca un ritmo que los tacones siguen. Se obra la magia. La pareja recorre las tablas, giran sobre ellos con las miradas clavadas en las pupilas del otro. Y la música se interioriza y se mezcla con el arte que desfigura los cuerpos en escenas imposibles.

La pareja entra en trance. Sólo escucha los instrumentos que dictan los movimientos espontáneos que les sincroniza. El arte sale de las mismas entrañas. Aparece el duende.

Y en cada pase los cuerpos se van acercando más y más, hasta rozarse. Y los ojos brillan más y más cuando las miradas se buscan, se cruzan y se encuentran. La piel se eriza y el deseo nace y se potencia con cada nuevo paso de baile, cuando las anatomías se abandonan y nublan la mente, haciéndonos entrar en un túnel en el que sólo estamos tú y yo.

La música para al tiempo que acabamos el baile. El público aplaude. Saludamos mientras el telón cierra la escena. Agradecemos su interpretación a los músicos antes de retirarnos a los camerinos. En la puerta del tuyo te felicito, mientras te miro a los ojos y veo en su brillo la mirada del deseo. Acerco mi rostro al tuyo para darte un beso y las chispas saltan cuando nuestras pieles se rozan. El duende sigue presente. Pasa y bailemos, sugieres.

Entramos en la cabina y cierras con llave. Pones música suave. Me miras, alargas la mano cogiendo la mía y nos abrazamos mientras comenzamos a dar vueltas sobre nosotros, bailando pegados, sintiendo como nuestros corazones no encuentran la paz. Nuestras respiraciones se aceleran y nuestros cuerpos siguen transpirando.

La tensión vivida y generada en la actuación se mantenía entre nosotros, ahora sobre elevada en la intimidad del vestuario.

Brindemos, me invitas, y del mueble bar sacamos una botella de frío cava, que descorchamos y del que nos servimos dos copas. Por nosotros, brindo, por el baile, apuntas, y le damos un largo sorbo al refrescante espumoso mientras no dejamos de mirarnos.

Estamos sudados, me dices, al tiempo que propones ¿Por qué no nos damos una ducha y nos vamos a celebrarlo?, no pudiendo rechazar tan sugerente invitación. Pero la atracción es demasiado fuerte como para romper la magia del momento y, casi sin ser conscientes, vamos besándonos camino de la ducha. Dejas que corra el agua hasta alcanzar la temperatura adecuada mientras, apresurados, nos quitamos la ropa.

Y quedas desnuda ante mí, y estupefacto te miro sin poder disimular mi asombro, pues si bien bailas y guapa eres, la belleza rotunda de tu cuerpo me cautiva. Curvas magistralmente trazadas dibujan las copas de tus senos, la silueta de tus caderas, la potencia de tus nalgas, enmarcadas en unas insinuantes caderas. Ensortijado pubis que protege la bella flor que entre los muslos tienes. Todo ello sustentado por unas bonitas piernas de muslos torneados, forjados a golpe de baile y tacón. Cuerpo generoso y proporcionado, de salvaje atractivo, acompañado por tu racial mirada. Gesto inescrutable, melena negra de piel gitana, ojos grandes y curiosos, labios carnosos y hambrientos, sonrisa pícara que se amplía cuando observas mi ropa caer y ante tus ojos me muestro desnudo. Cuerpo atlético, sin estar musculado, pecho ancho, resistentes hombros, brazos largos y fuertes, piernas definidas y marcadas, vientre plano, duras nalgas, sexo inerte, que se balancea cual badajo con cada movimiento, acompañado por la inercia de las esféricas formas que tras él asoman. Mi mirada turbia, enigmática, valiente, mi mueca provocativa, mientras humedezco mis secos labios con mi lengua ardiente.

Y el agua resbala por nuestros cuerpos abrazados mientras nuestras bocas se devoran, lenguas que se anudan y desatan, senos que contra mi pecho se aplastan, manos que espaldas recorren, sexo que con rigidez se marca. Y en fuego entramos, aparecen llamas. Bajo la lluvia, contra mi muslo frotas el tesoro que atesoras y bajo tu ombligo aflora. Con tus manos con fuerza agarras la erección que impertinente asoma. Y los ojos hablan, los gemidos gritan y los cuerpos bailan. La música suena y las ganas mandan. Despiertas al salvaje hombre que se esconde tras el caballero andante. Y te volteo poniéndote contra la pared de la ducha. Y tus manos elevas sobre tu cabeza y sobre ellas te apoyas. Tu nuca beso, tu cuello muerdo, tu espalda arqueas y sientes mi lengua arrastrarse, vértebra a vértebra. Tus caderas sujeto como quien sujeta a una furiosa hembra, tus nalgas separo y mi lengua explora. Tras tu cuerpo caigo para con mi boca, alcanzar cualquier rincón, besar todos tus secretos, lamerte hasta volverte loca.

Oigo tus gemidos cuando acierto con el punto más sensible que mi ansia provoca y, sin dejar el contacto con tu piel, desde tu entrepierna mi lengua arrastro hasta regresar a tu sabrosa boca. Y giras tu cabeza asomando tu lengua que de nuevo con la mía se entrelaza, a la vez mi rigidez entre tus muslos choca. Y separas tus piernas, de puntillas te aúpas y, mientras tus pechos acuno, con profundidad penetro, empujando con destreza para complacerte toda.

Y siento tu ardiente cuerpo, y tus lubricantes flujos, y el placentero movimiento que tu culo provoca. Y muerdo tus hombros, aprieto tus senos, pellizco pezones, no te doy tregua, y embisto y gruño y me siento potro cubriendo a su yegua.

Y te revelas. Te zafas de mí, te vuelves y con tus manos sobre mis hombros al suelo de la ducha me llevas. Y me tumbas, y me miras, de pie, desde arriba y veo tus curvas, tus redondas tetas, tu fabuloso culo y los sonrosados labios que de tu sexo aletean. Y en controlada caída, en cuclillas sobre mi te sientas. Encaras mi miembro, con él te frotas, levantas la cara hacia el agua y con un profundo gemido en tu interior lo acotas. Y caes más, mis huevos aplastas, sobre mi pecho te apoyas. Empujo hacia arriba, me sigues el ritmo, tus pechos se agitan y con mis manos bajo tus nalgas te ayudo mientras mi boca tus pezones busca y los muerdo cuando con una mano mis pelotas aprietas, tirando de ellas hacia arriba. Poderosa hembra. Me arrancas gruñidos, jadeos, exabruptos que tus oídos recogen y asumen, descifran, y ordenan a tus caderas que el baile no cese, que siga la fiesta. Y cual experta amazona me cabalgas como si tu mejor caballo fuera, debocando mi placer, provocando mi derrame, corriéndote al tiempo que en tu interior mi lava vierto. Fin de la escena.

Te apoyas en mi pecho, el agua sigue cayendo sobre nuestros desnudos cuerpos. La paz llega. Me abrazas, te abrazo, me besas, te beso. Reposo y cariño, amor y belleza.

 

jueves, 25 de mayo de 2023

SUTIL PROVOCACIÓN



Solos, anduvimos por el Paraíso, desnudos, con la conciencia tranquila y la mirada inocente, paseando de la mano por la ribera del arroyo, dejando que el agua salpicara con simpatía nuestros cuerpos, correteando, persiguiéndonos, abrazándonos y jugando como castos seres, ajenos a las tentaciones que nuestras anatomías podrían ofrecernos. Más lejos de permanecer serenos en ese idílico valle, la tentación apareció ante nosotros en forma de apetitosa manzana. La bicha malmetió, instándome a que del manzano árbol cogiera la manzana fruta y, aupándome con tu ayuda, alargué la mano para recolectar la más espléndida. Y tras haberla enjuagado en la cristalina agua y ofrecértela como delicioso manjar, sin titubear la mordiste. Y tu reacción giró el gesto de tu rostro, y tu jovial sonrisa se convirtió en una traviesa mueca, y tu mirada limpia escudriñaba ahora mi entrepierna, y tu pausada actitud se tornó en una agitada ansia. Y desconcertado por tu extraño comportamiento, con angustia te pregunté ¿Estás bien? ¿Te pasa algo? ¿Acaso la manzana está corrupta?, y acercándote a mi como nunca antes habías hecho, mientras con las manos me sujetabas por las nalgas, me susurraste al oído, con un tono hasta ahora desconocido por mí: muérdela tú también, pues deliciosa es, sabrosa y jugosa, dulce y carnosa y deja en la boca un gusto especial. Y obediente, mis dientes hinqué sobre la rojiza fruta y, antes de terminar de tragar ese primer bocado, mi respiración comenzó a agitarse al ver tus redondos pechos, coronados por tus tostados pezones, moviéndose de izquierda a derecha al ritmo que tus caderas marcaban inquietas. Y sin saber de dónde vino, apareció en mí un incontrolable deseo por traerte hacia mi cuerpo, sujetándote por la cintura, para poder besar esas estupendas tetas.

Se obró el maleficio y se precipitó el carnal pecado. Y en nuestras pieles aparecieron reacciones hasta entonces desconocidas. Y nuestros cuerpos descubrieron rincones que no sabíamos que existían, y excitantes sensaciones afloraron sobre nosotros.

Estupefacto, al sentir la suavidad de tus pechos en mis labios, no alcanzaba a comprender qué tenían ahora esos senos, que tantas y tantas veces habías estrechado contra mi torso y que, hasta ahora nunca nada habían provocado, y ahora, en cuestión de segundos, mi entrepierna habían potenciado, transformando mi dormido pene en un rígido y salido falo. Y tú, ser jovial y modoso, poco tardaste en querer degustarlo y, sin pedir aprobación, ante mi te arrodillaste para, asiéndome con una mano ante tu boca llevarme, y comenzar a lamer, chupar y succionar, como queriendo extraer el licor que tu fogosidad calme. Y el ritmo aumentaste, al tiempo que con una mano me agitabas y con la otra libre, mis huevos apretabas sin compasión, hasta que te grité ¡Para!, pues una sensación extraña se había adueñado de mi bajo vientre, mientras un calor hormigueante había ido izándose por la cara interna de mis muslos hasta congestionar toda mi masculinidad, seguido lo cual sentí una ligera flojera al liberarme de tus labios y proyectar unas pequeñas gotas con las que mi glande te salpicó. Resoplé. Desconcertado, pues lejos de sentir liberación tenía mucho más veneno acumulado. Y ahora fui yo quien, ante tu cuerpo, y buscando tu celo, con mi nariz recorrí tu anatomía. Alzaste las manos sobre tu cabeza y contra el tronco del árbol te poyaste, mientras mi boca recorría tu espalda, dejando un rastro de humedad, mientras descendía guiado por el instinto, deseoso de encontrar la flor que responsable protegías, hasta que al final de tu espalda llegué y, confuso y obtuso no entendí, y me pregunté ¿Dónde está eso que busco y sé que existe? ¿Dónde está ese preciado tesoro? Y nervioso seguí lamiendo, separando los cachetes de tus nalgas con mis manos, resbalando la lengua por el desfiladero que tus glúteos dibujan, hasta llegar a un pequeño oficio, que contraías cuando mi lengua sentías, entendiendo el juego de dibujar sobre él círculos con mi mojado apéndice, presionándolo cada vez más intensamente, lo que te arrancaba tímidos gemidos que me indicaban que estaba en el camino correcto. Y con ansia te lamí, alargando el recorrido de mi lengua cada vez más, apretando con mi lengua cada vez más, más, más, más y más rápido, hasta que descubrí entre tus muslos la fuente del pecado que, ante el primer lametón, comenzó a destilar su elixir haciendo brillar tus labios vaginales, desplegándolos como alas de mariposa, empujando tu clítoris al exterior, tiritando de placer. No pude evitar lanzarme a por tan apetitoso bocado y, hundiendo mi rostro entre tus muslos, con la cara empujé hasta que tuve ese sonrosado botón entre mis labios, succionándolo con fuerza hasta arrancarte un largo grito de placer. Pero si esto te complacía, el sentir tu humedad, tu olor, tu sabor, el tacto de tu piel, la visión de tu sexo, provocaban que siguiera salvaje y erecto. Sin levantar mi lengua de tu vulva, apretando con fuerza la arrastré hacia atrás, penetrándote con ella cuando alcanzó la entrada de tu cuerpo. Una intrusión y una salida efímera por la facilidad con la que resbalaba por esa mezcla viscosa de flujos y saliva, que extendía por tu perineo, por tu ano, hasta perderse entre los cachetes de tu culo camino de tu nuca. Y al tiempo que me iba irguiendo, mi erección se hacía más patente entre tus muslos, hasta quedar mi verga prisionera bajo tu mojado coño. Al sentirme de puntillas te pusiste, tu espalda arqueaste, tu culo sacaste y con habilidad mi glande buscaste hasta que lo engulliste, al tiempo que tu nuca mordí confirmándote el placer que me hacías sentir. La razón se perdió como se perdió la inocencia con la lasciva manzana. Y sin pensar nuestras caderas acompasamos, ritmo endiablado que bamboleaba tus tetas y empapaba mis huevos con el licor de tu entrepierna, cada vez que empujaba con fuerza en tu interior. Satánico baile el de la pasión salvaje, acunando tus senos en mis manos, deslizando una de ellas hasta tu pubis para, en un altruista gesto, hacer vibrar mis dedos sobre tu clítoris, intentando ayudarte en la búsqueda del placer supremo, haciéndote gemir cada vez con más fuerza, haciendo que te movieras cada vez con más rapidez, provocando que me ordeñaras cada vez con más brío hasta llegar a ese punto de no retorno en el que, con magistral habilidad, al tiempo que te martirizaba el clítoris, alargaste una mano entre tus muslos alcanzando mis testículos, tirando de ellos hacia ti como si estuvieras poseída, momento en el que gruñí como bestia salvaje al tiempo que descargaba mi semen inundando tu interior, lo que te hizo jadear sofocada al tiempo que te corrías y me acompañabas en el clímax.

Exhaustos y sudorosos, recuperamos la calma. La serpiente observaba curiosa, la manzana mordida yacía olvidada sobre la yerba y nuestros desnudos cuerpos, ahora pecadores, lucían un espectacular brillo, haciéndolos todavía más bellos.

De la mano fuimos al arroyo, donde nos bañamos y refrescamos, mirándonos, ahora ya, con otro brillo en los ojos.

Estamos hambrientos, alargo la mano, alcanzo una manzana. ¿Quieres darle un mordisco?


 

miércoles, 24 de mayo de 2023

ESPERA LECTORA




El frío llegó mientras la agotadora jornada anuncia su fin. En mi hogar me refugio y, antes de nada, ejecuto mi relajante ritual. Suena Billie Holiday de fondo, interpretando con maestría “Solitude” con esa inconfundible voz, al tiempo que me desvisto mientras dejo que corra el agua de la ducha esperando que alcance la temperatura óptima. Íntimo momento de reencuentro conmigo mismo, con mi mente, con mi cuerpo, con los ojos cerrados y siendo consciente del recorrido del caliente líquido por cada centímetro de mi piel. Me enjabono con parsimonia, disfrutando del olor a aceite de argán del gel y de la suavidad con la que mis manos asean mi anatomía. Es un delicado placer para mis sentidos, sutil y perturbador, que interrumpo, antes de provocar lo no parable, para secar mi cuerpo con la toalla. Con el cabello todavía húmedo, alcanzo el libro que estoy leyendo de la mesita de noche. “Café con aroma de mujer” me tiene atrapado entre sus líneas, entre sus letras, entre las escenas que describe que hacen que mi mente despegue sin rumbo, pero vuele alto, que hacen que mi piel se encienda, que hacen que el deseo por que llegues ya a casa me haga desesperar. Tumbado sobre la cama me enfrasco en la tórrida lectura que, de forma adictiva, me lleva a devorar página tras página, mientras imagino y descubro los placeres que los protagonistas disfrutan y comparten. Hasta que en la cara interna de mis muslos siento esa dulce sensación hormigueante que se desplaza hacia el vértice de mis piernas, donde mis ingles convergen. Y el hormigueo se hace más latente, mi cuerpo se enerva y mi sexo palpita. La música suena y mi mente navega. Mi cuerpo te espera ¿Vienes?

 

 

martes, 23 de mayo de 2023

COFFEE




Si no sabes por dónde empezar, empieza por un café. Buenos días.

 

lunes, 22 de mayo de 2023

COFFEE POWER




Despierto aturdido, somnoliento y desorientado. Inspiro hondo y siento el vacío del que algo espera y nada encuentra. Confundido y perezoso, despeinado y desvestido, vago hasta la cocina y, con torpeza, me preparo un café. Ese “chute” de energía que necesito para terminar de despegar mis pestañas y desentumecer mi cuerpo. Música parece el compresor de la cafetera, que se torna deliciosa melodía cuando el aroma del café recién hecho inunda el espacio. De nuevo inspiro y, ahora sí, encuentro. Y con el primer sorbo mi cuerpo desnudo, templado por los rayos de sol que se cuelan por el ventanal, comienza a despertar a la par que despierta mi mente. Y tus recuerdos se agolpan provocando que, mi desvergonzada entrepierna, se muestre evidente. A la vez que mi energía sube mi sexo se erecta. El café despeja, el sol calienta, la potencia crece, el deseo aumenta. Y, con los ojos cerrados, otro sorbo de la amarga infusión sobre tu cuerpo me lleva. Y te beso, y te acaricio, y te muerdo, y te lamo, y te como, y te poseo, y te empujo, y te acompaño, y te presiono, y me abalanzo, y te siento, suave, húmeda, cálida y bella. Y con el regusto en mi boca mi respiración se altera, mi piel se eriza, mi corazón se agita y mi rigidez palpita. Y en nuevo trago me siento atrapado bajo tu rotunda fuerza. Y te mueves y me acunas. Y tus caderas se revelan, y tus pechos bailan, tus gemidos claman y tus nalgas saltan, poderosas sombre mi hombría, aplastando en sus caídas mis esferas, congestionadas e inflamadas por la excitación acumulada. Y te desbocas cuando sientes sobre tus tostados botones mi húmeda lengua, y te revuelves, y en tu interior me retuerces, y te cimbreas y me exprimes, y jadeas y tras el trote te corres y en tu interior me vacías, y te abandonas sobre mi pecho, te abrazo, te cobijo, te protejo, te mimo y te beso mientras la calma a nuestros pechos regresa. Y de tu interior resbalo y me descabalgas. De costado me miras mientras tu rostro, ruborizado todavía, de tu cabello despejo. Y te contemplo, bella.

Abro los ojos, termino el café y mi esencia brota, espontánea, provocando que unas gotas resbalen viscosas por el carnal mástil hasta perderse por la sinuosidad de mi ingle.

La energía se agota. Haré otro café. Poderoso café, vigoroso café, evocador de recuerdos, tus recuerdos, mi tentación, mi deseo. Mi poderosa hembra.

 

LA TÉNUE LUZ DEL ALBA

La ténue luz del alba se colaba entre las cortinas reflejando bellas sombras sobre nuestros cuerpos desnudos. Todavía dormías, como un áng...