Retomando mis pensamientos sobre los maravillosos dedos, qué mejor
caricia que la que estos nos hacen en la mente, ¿no crees?
Nada es lo que parece, pues hasta el más romántico de los hombres tiene su lado oscuro.
Retomando mis pensamientos sobre los maravillosos dedos, qué mejor
caricia que la que estos nos hacen en la mente, ¿no crees?
No olvides tener hoy un orgasmo. La pareja es opcional, el placer
no.
Y al encenderse de nuevo los focos buscaste sin ver, como una
conejita deslumbrada por las luces de un coche en un camino una noche sin luna.
Seguías de pie, ahora recompuesta, todavía con las manos apoyadas en el mueble,
con tus muslos firmes y tus nalgas insultantemente apetecibles. Sentías mi
presencia en tu espalda y eso te inquietaba, más aún sabiendo que tú habías
tocado el cielo y yo no estaba complacido. Esta vez mi instinto estaba
desbocado, mi cuerpo excitado y mis ganas por hacerte mía casi incontrolables.
Mesé tu cabello y pasé una mano por tu espalda, provocándote una extraña
sensación, mezcla de inquietud y renovada excitación. Te sujeté por el cuello,
con suavidad, pero firmeza, y ceñí mi cintura contra tus redondas nalgas,
dándote un golpe seco, lo que provocó que sintieras el acerado juguete todavía
en tu ano y exhalaras con fuerza vaciando de aire tus pulmones. Empujé
rítmicamente varias veces disfrutando de la belleza del bamboleo de tus senos,
que comenzaban a anunciar una incipiente excitación por la presencia de sus
protuberantes pezones. Mi falo, descubierto, comenzaba a irrigarse, abriéndose
paso entre tus muslos, a la vez que alargaba mis manos por tus costados y
acunaba en ellas tus aterciopelados pechos. Los masajeé con deseo, pero suavemente,
y los tostados botoncitos tropezaron con mis dedos, tornándose más turgentes,
más rugosos, más marcados. Los pincé con cariño, con las yemas de mis dedos
índice y pulgar, y tiré de ellos hacia adelante, hasta que resbalaron y
volvieron sobre ti, regalándome un inquietante gemido por tu parte. Sentí tu
renovada humedad en la punta de mi ariete y contuve mis ganas de invadirte,
deseaba oír tu voz suplicando que empujara en tu interior. Me aparté lo justo
para contemplar tus nalgas, adornadas, más si cabía, por el brillo de la luz
que reflejaba el plugin que escondías. Y mientras con una mano acariciaba tu
espalda, con la otra cogí el tallado cristal del ovalado juguete y comencé a
girarlo en tu interior. Comenzaste a mover tus nalgas instintivamente hasta que
sentiste la tensión que el metal hacía en tu esfínter por la tracción que yo
ejercía sobre él. Aguantaste la respiración, arqueaste más las caderas y
entonces te susurré: -relaja tu ano, momento en que se deslizó fuera de ti
liberando tu cuerpo. Tu esfínter comenzó a contraerse de manera cadenciosa y
percibí en tu espalda el sudor que provocaba la excitación que de nuevo te
invadía. Volví a apoyar el juguete sobre tu ano, presioné y sin dificultad lo
acogiste de nuevo en tu interior, volviendo a gemir. Tiré de nuevo de él, y sin
necesidad de indicaciones, lo soltaste gimiendo de nuevo. Y una vez más volví a
insertarlo y, apenas había entrado, lo sacaba, acompasando tus gemidos con cada
entrada y salida. Cuando me di cuenta, un hilillo de tu viscoso flujo colgaba
de entre tus labios vaginales. Brillante, y con una gota a modo de péndulo, que
lo mantenía entre tus muslos mientras se estiraba lentamente. Lo recogí con mi
glande y lo arrastré por tu vulva, desplegando por completo tu sexo y haciéndote
desear mi dura excitación. Froté tu entrepierna, mientras oías mi respiración
ahogada y descompensada. Lo arrastré por tu perineo y lo apoyé sobre tu
liberado esfínter. Inspiraste profundamente, presioné con suavidad, y cuando me
sentiste moviste tus caderas buscando el acoplamiento. Empujabas con tus nalgas
sobre mi verga y yo retiraba despacio mis caderas, sin perder el contacto de
nuestros cuerpos. Cedías y yo empujaba hacia adelante, y cuando me creías tener
volvía a retirarme, hasta que no aguaste más la excitación, no soportaste el
calor de tu sexo y me dijiste: -métemela ya, por favor. Y en ese momento empujé
contra tus nalgas y mi glande se deslizó en tu interior, arrancándote un fuerte
gemido, arrancándome un gruñido animal. Quedé quieto, sintiendo tus
contracciones sobre mí, y en un momento dado relajaste tu ano y empujaste tus
nalgas sobre mí, haciendo que entrara unos centímetros más. Y volví a quedar
quieto mientras volvías a oprimirme. Y relajaste de nuevo y en un último
empujón entré hasta el fondo de tu cuerpo, quedando mis testículos topeteando
con tu perineo. La humedad de tu sexo en mis huevos me excitó de manera
sobrenatural. Alargué una mano bajo tu tripita y comencé a masturbar tu
clítoris, mientras comenzabas a mover tus nalgas y a hacer círculos con tus
caderas, centrifugando mi verga. Tu clítoris se hinchó y comenzaste a jadear a
la vez que te movías con más fuerza, aceleré el ritmo sobre tu sexo,
presionándolo y haciendo vibrar las yemas de mis dedos sobre tu pequeño
resorte, provocando que comenzaras a manar, al tiempo que jadeabas con
desesperación y que tus piernas volvieran a flojear, corriéndote de nuevo. Pero
esta vez yo estaba dentro y te acompañé en tan pervertido baile, moviéndome
dentro de ti, cada vez con más fuerza, cada vez sintiendo mejor los movimientos
de tus caderas, golpeando tu cuerpo con mis huevos en cada movimiento, hasta
que, invadido por la excitación y en unos lascivos meneos de tus nalgas sentí
como me ordeñabas sin compasión, inundando tu cuerpo con mi almacenado néctar,
que lanzaba a chorros mientras un gutural sonido salía de mi garganta. Caí
sobre ti. Salí de ti. Te abracé. Nos besamos. Cayó el telón. Fin de la función.
Cayó el telón y recuperaste el
aliento, tu corazón bajó pulsaciones y tu sexo se recompuso, como una gran
atleta, aguardando la siguiente prueba. Y sonaron trompetas y timbales, la
tramoya hizo su papel y la gruesa cortina comenzó a despejar el horizonte de la
platea. Aparecieron nuevos decorados y comenzó el segundo acto. Sentada
paciente observabas de soslayo como el viscoso lubricante resbalaba por el
ovalado metal del nuevo juguete. Tomaste aire y un dulce escalofrío recorrió tu
perineo, contrajo tu vulva, electrizó tu esfínter y ascendió por tu columna
hasta tu nuca. Una mirada fue suficiente para que te pusieras de pie, separando
tus muslos y, con la espalda erguida, apoyaras las manos en la banqueta donde
antes te sentabas. Oíste mis tacones sobre el parquet acercándose hacia ti y
cerraste los ojos, mientras comenzabas a hiperventilar. Mis manos se posaron
sobre tus redondas nalgas, y unas caricias las hicieron entrar en calor, al
tiempo que arqueabas tu espalda y separabas más tus muslos, deseosa de sentir
en tu piel el frío metal. Y de repente, sentiste una cachetada en tu
entrepierna, haciéndote dar un respingo, arrancándote un gemido e impregnando
la palma de mi mano con tus flujos, provocando en tus pechos un diabólico
bamboleo. Estás preparada, te susurré al oído mientras arrastraba la yema de mi
dedo corazón desde tu vulva, recogiendo tus flujos, hasta tu ano, masajeándolo
y presionándolo con suavidad. Tu respiración agitada cesó por unos segundos,
cuando sentiste el duro acero presionando en tu agujerito. Relaja, -te dije,
mientras ejercía una presión constante, -toma aire, y cuando una inspiración
profunda llenó tus pulmones, relajaste tu esfínter y el plugin se deslizó por
tu interior, dejando a la vista únicamente el tallado cristal del tapón. Un
gritito ahogado salió de tu garganta mientras humedecías tus labios con tu
lengua y comenzabas a mover tus nalgas frotándolas entre ellas. En tu espalda
aparecieron minúsculas gotitas de sudor, fruto de la transpiración de tu piel,
cual flores bañadas con rocío al amanecer, y según aumentaba tu placer, el
calor te quemaba y las gotas comenzaban a resbalar por el desfiladero que tus
nalgas formaban. Me puse a tu espalda y recorrí tu columna con un dedo, desde
tu nuca hasta tu culo, desabotoné mi bragueta y saqué mi verga, con la que
recogí tus flujos y los extendí entre tus labios vaginales, y justo cuando
apoyé mi glande entre los pétalos de tu sexo, una oleada de placer invadió tu
cuerpo, mientras convulsionabas y gemías, mientras te corrías sin remedio y
perdías la fuerza en las piernas. Tranquila, pequeña, te dije de nuevo,
disfruta tu orgasmo, me tomaré la revancha en el siguiente acto.
Y la función comenzó cuando tu
primer gemido dio paso al espectáculo de luz y de color, de placer y de calor.
Tu cuerpo comenzó a manifestar notas de placer, interpretando una sinfonía de
exquisito gusto, con tempo adagio, in crescendo lentamente cuando tus ojos
observaron la mesita con los juguetes que te quedaban por probar. Tu
respiración se agitó progresivamente y tu impertinente impaciencia me llevó a
someterte con la disciplina del goce ausente. Te retorciste, pero asumiendo,
mientras tus caderas, poco a poco, fueron tomando vida propia. Olfateaste mi
piel, cuál hembra en celo, y tus ganas aumentaron buscando mi cuerpo con tu
boca. Tranquila pequeña, te susurré al oído. Esto es solo el primer acto.
Ansiosa, pruebas el cuero antes de
sentirlo sobre tu propia piel. Olor intenso y oscuro, el de la fusta humedecida
por tus labios, que te hace salivar, deseosa de que el juego comience cuanto
antes. Descamisado ante ti estoy, mientras permaneces maniatada con la seda de
mi corbata, sereno y dispuesto a proporcionarte el más profundo de los
placeres. Tus senos erizan su piel y muestran sus tostados botones que se alzan
impertinentes sobre tus redondas copas. Instintivamente, separas tus muslos y
ofreces tus nalgas, adivinándose entre ellos el brillo que deja tu excitación
sobre la sonrosada piel de tus rincones. Señorita, que comience la función!!!
Era un sábado cualquiera, todavía en primavera, aunque cierto es que la
noche había sido tropical, de un calor pegajoso insoportable y desperté más
temprano de lo corriente con el pijama empapado. Me preparé un café, que
saboreé repasando las noticias, pero mi cabeza había comenzado a andar sin
siquiera pedir permiso.
Entre libros y revistas y rodeado de apuntes y garabatos manuscritos con mi
nefasta caligrafía, la magistral Billie Holiday, acompañada por el maestro
Terence Blanchard, interpretaban magníficamente “Nice work if you can get it”,
lo que serenaba mi revolucionada cabeza y me ayudaba a ordenar torpemente las
ideas que bullían en mi mente.
No me preguntes ¿Cómo fue?, porque no lo sé. Sólo sé que, entre esos folios
alborotados, de repente, surgió el orden. Y las palabras inconexas se fueron
recolocando entre ellas mismas, las frases tomaron sentido, las letras cobraron
vida y los párrafos se alienaron dando sentido al relato.
Esa es la verdad, así fue, así lo sentí. Más sentí la preocupación de si
sería entendido. Supongo que debe ser por ese halo de responsable incertidumbre
que, siempre que escribo, me asalta, y no me malinterpretes, no es por dudar de
la capacidad del lector, sino por estar permanentemente en duda conmigo mismo
sobre si habré utilizado las palabras precisas para expresar lo que siento.
De esta manera surgieron cuatro relatos, de diferentes longitudes, a veces
las letras son caprichosas, otras impertinentes, otras muy generosas, los
cuales decidí compartir en este foro, si bien consideré preciso advertirte de
esto, por si a bien lo tienes, seguir en la lectura el orden en que
caprichosamente han sido dispuestos.
No desvelaré más datos, pues no quiero hacerte perder el interés por adelantado,
sólo te diré el título y orden de estos mis textos:
Primero publicaré “Ensayo”, que será seguido por “Primera función”, el cual
dará paso a “Segunda función”, culminando con “Función final”. Disculpa mi
obviedad, pero creo que todo cobra más sentido cuando se lee en el orden
indicado.
Espero no haberte aburrido con este “prefacio” sobre las publicaciones.
Espero no haberte decepcionado, si esperabas haber encontrado entre estas
letras algo de más intensidad.
Espero que aceptes que, como suele ser habitual en mí, la obra de teatro
tiene contenido lector dirigido a mentes adultas. Mis letras están ordenadas,
tu mente, predispuesta, al leerme hará el resto.
Prepara una copa de vino, escucha a Billie Holiday de fondo y disfruta del
espectáculo.
El despertador sonó y tras
apagarlo me metí en la ducha. Desnudo y somnoliento todavía, me dirigí a la
cocina buscando la mejor manera de despertar mi mente. Café, un buen café
recién hecho, humeante, aromático, intenso. Me gusta prepararlo dejando que infusione
lentamente, inspirando el olor que desprende cuando las gotas de agua hirviendo
caen sobre la cuna de café recién molido. Creo que me tomaré dos tazas.
¿Quieres una?
Dicen que el amor no dura más de
cuatro años, podría ser, pero estoy seguro de que, si el deseo es eterno, la
pasión es perenne. ¿Tú qué crees?
Y de la misma manera que la madera
de la cerilla va consumiéndose lentamente al arder por la llama, tu cuerpo va
prendiéndose en el lujurioso encuentro, caricia tras caricia, beso tras beso. Y
de la misma manera que, cuando la llama llegue a la base, la peana de fósforos
entrará en mística combustión, tu cuerpo explotará en un clímax salvaje cuando
el calor de tu entrepierna se haga inaguantablemente excitante, momento en el
que, en mágica comunión, arderán nuestros cuerpos fundiéndose en un solo ser.
¿Comenzamos la jornada ardiendo?
La ténue luz del alba se colaba entre las cortinas reflejando bellas sombras sobre nuestros cuerpos desnudos. Todavía dormías, como un áng...