METRICOOL

lunes, 26 de junio de 2023

FUNCIÓN FINAL



Y al encenderse de nuevo los focos buscaste sin ver, como una conejita deslumbrada por las luces de un coche en un camino una noche sin luna. Seguías de pie, ahora recompuesta, todavía con las manos apoyadas en el mueble, con tus muslos firmes y tus nalgas insultantemente apetecibles. Sentías mi presencia en tu espalda y eso te inquietaba, más aún sabiendo que tú habías tocado el cielo y yo no estaba complacido. Esta vez mi instinto estaba desbocado, mi cuerpo excitado y mis ganas por hacerte mía casi incontrolables. Mesé tu cabello y pasé una mano por tu espalda, provocándote una extraña sensación, mezcla de inquietud y renovada excitación. Te sujeté por el cuello, con suavidad, pero firmeza, y ceñí mi cintura contra tus redondas nalgas, dándote un golpe seco, lo que provocó que sintieras el acerado juguete todavía en tu ano y exhalaras con fuerza vaciando de aire tus pulmones. Empujé rítmicamente varias veces disfrutando de la belleza del bamboleo de tus senos, que comenzaban a anunciar una incipiente excitación por la presencia de sus protuberantes pezones. Mi falo, descubierto, comenzaba a irrigarse, abriéndose paso entre tus muslos, a la vez que alargaba mis manos por tus costados y acunaba en ellas tus aterciopelados pechos. Los masajeé con deseo, pero suavemente, y los tostados botoncitos tropezaron con mis dedos, tornándose más turgentes, más rugosos, más marcados. Los pincé con cariño, con las yemas de mis dedos índice y pulgar, y tiré de ellos hacia adelante, hasta que resbalaron y volvieron sobre ti, regalándome un inquietante gemido por tu parte. Sentí tu renovada humedad en la punta de mi ariete y contuve mis ganas de invadirte, deseaba oír tu voz suplicando que empujara en tu interior. Me aparté lo justo para contemplar tus nalgas, adornadas, más si cabía, por el brillo de la luz que reflejaba el plugin que escondías. Y mientras con una mano acariciaba tu espalda, con la otra cogí el tallado cristal del ovalado juguete y comencé a girarlo en tu interior. Comenzaste a mover tus nalgas instintivamente hasta que sentiste la tensión que el metal hacía en tu esfínter por la tracción que yo ejercía sobre él. Aguantaste la respiración, arqueaste más las caderas y entonces te susurré: -relaja tu ano, momento en que se deslizó fuera de ti liberando tu cuerpo. Tu esfínter comenzó a contraerse de manera cadenciosa y percibí en tu espalda el sudor que provocaba la excitación que de nuevo te invadía. Volví a apoyar el juguete sobre tu ano, presioné y sin dificultad lo acogiste de nuevo en tu interior, volviendo a gemir. Tiré de nuevo de él, y sin necesidad de indicaciones, lo soltaste gimiendo de nuevo. Y una vez más volví a insertarlo y, apenas había entrado, lo sacaba, acompasando tus gemidos con cada entrada y salida. Cuando me di cuenta, un hilillo de tu viscoso flujo colgaba de entre tus labios vaginales. Brillante, y con una gota a modo de péndulo, que lo mantenía entre tus muslos mientras se estiraba lentamente. Lo recogí con mi glande y lo arrastré por tu vulva, desplegando por completo tu sexo y haciéndote desear mi dura excitación. Froté tu entrepierna, mientras oías mi respiración ahogada y descompensada. Lo arrastré por tu perineo y lo apoyé sobre tu liberado esfínter. Inspiraste profundamente, presioné con suavidad, y cuando me sentiste moviste tus caderas buscando el acoplamiento. Empujabas con tus nalgas sobre mi verga y yo retiraba despacio mis caderas, sin perder el contacto de nuestros cuerpos. Cedías y yo empujaba hacia adelante, y cuando me creías tener volvía a retirarme, hasta que no aguaste más la excitación, no soportaste el calor de tu sexo y me dijiste: -métemela ya, por favor. Y en ese momento empujé contra tus nalgas y mi glande se deslizó en tu interior, arrancándote un fuerte gemido, arrancándome un gruñido animal. Quedé quieto, sintiendo tus contracciones sobre mí, y en un momento dado relajaste tu ano y empujaste tus nalgas sobre mí, haciendo que entrara unos centímetros más. Y volví a quedar quieto mientras volvías a oprimirme. Y relajaste de nuevo y en un último empujón entré hasta el fondo de tu cuerpo, quedando mis testículos topeteando con tu perineo. La humedad de tu sexo en mis huevos me excitó de manera sobrenatural. Alargué una mano bajo tu tripita y comencé a masturbar tu clítoris, mientras comenzabas a mover tus nalgas y a hacer círculos con tus caderas, centrifugando mi verga. Tu clítoris se hinchó y comenzaste a jadear a la vez que te movías con más fuerza, aceleré el ritmo sobre tu sexo, presionándolo y haciendo vibrar las yemas de mis dedos sobre tu pequeño resorte, provocando que comenzaras a manar, al tiempo que jadeabas con desesperación y que tus piernas volvieran a flojear, corriéndote de nuevo. Pero esta vez yo estaba dentro y te acompañé en tan pervertido baile, moviéndome dentro de ti, cada vez con más fuerza, cada vez sintiendo mejor los movimientos de tus caderas, golpeando tu cuerpo con mis huevos en cada movimiento, hasta que, invadido por la excitación y en unos lascivos meneos de tus nalgas sentí como me ordeñabas sin compasión, inundando tu cuerpo con mi almacenado néctar, que lanzaba a chorros mientras un gutural sonido salía de mi garganta. Caí sobre ti. Salí de ti. Te abracé. Nos besamos. Cayó el telón. Fin de la función.


 

6 comentarios:

  1. Aplausos!!! Vítores!!! Aclamación del público al director y a los actores... Una función que pasará a los anales de la historia...

    ResponderEliminar
  2. Aún quedan más funciones por disfrutar...... Un gusto tú relato enciende pasiones...😈😈

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchísimas gracias. Siempre está bien disfrutar de una buena obra.

      Eliminar
  3. Una función perfectamente representada por sus protagonistas y un reconocido aplauso para su autor que sabe cómo transmitir y hacer sentir...

    ResponderEliminar

Deja tu comentario sincero sobre lo que te ha parecido el relato. Lo leeré con mucha atención. Gracias.

LA TÉNUE LUZ DEL ALBA

La ténue luz del alba se colaba entre las cortinas reflejando bellas sombras sobre nuestros cuerpos desnudos. Todavía dormías, como un áng...