Cayó el telón y recuperaste el
aliento, tu corazón bajó pulsaciones y tu sexo se recompuso, como una gran
atleta, aguardando la siguiente prueba. Y sonaron trompetas y timbales, la
tramoya hizo su papel y la gruesa cortina comenzó a despejar el horizonte de la
platea. Aparecieron nuevos decorados y comenzó el segundo acto. Sentada
paciente observabas de soslayo como el viscoso lubricante resbalaba por el
ovalado metal del nuevo juguete. Tomaste aire y un dulce escalofrío recorrió tu
perineo, contrajo tu vulva, electrizó tu esfínter y ascendió por tu columna
hasta tu nuca. Una mirada fue suficiente para que te pusieras de pie, separando
tus muslos y, con la espalda erguida, apoyaras las manos en la banqueta donde
antes te sentabas. Oíste mis tacones sobre el parquet acercándose hacia ti y
cerraste los ojos, mientras comenzabas a hiperventilar. Mis manos se posaron
sobre tus redondas nalgas, y unas caricias las hicieron entrar en calor, al
tiempo que arqueabas tu espalda y separabas más tus muslos, deseosa de sentir
en tu piel el frío metal. Y de repente, sentiste una cachetada en tu
entrepierna, haciéndote dar un respingo, arrancándote un gemido e impregnando
la palma de mi mano con tus flujos, provocando en tus pechos un diabólico
bamboleo. Estás preparada, te susurré al oído mientras arrastraba la yema de mi
dedo corazón desde tu vulva, recogiendo tus flujos, hasta tu ano, masajeándolo
y presionándolo con suavidad. Tu respiración agitada cesó por unos segundos,
cuando sentiste el duro acero presionando en tu agujerito. Relaja, -te dije,
mientras ejercía una presión constante, -toma aire, y cuando una inspiración
profunda llenó tus pulmones, relajaste tu esfínter y el plugin se deslizó por
tu interior, dejando a la vista únicamente el tallado cristal del tapón. Un
gritito ahogado salió de tu garganta mientras humedecías tus labios con tu
lengua y comenzabas a mover tus nalgas frotándolas entre ellas. En tu espalda
aparecieron minúsculas gotitas de sudor, fruto de la transpiración de tu piel,
cual flores bañadas con rocío al amanecer, y según aumentaba tu placer, el
calor te quemaba y las gotas comenzaban a resbalar por el desfiladero que tus
nalgas formaban. Me puse a tu espalda y recorrí tu columna con un dedo, desde
tu nuca hasta tu culo, desabotoné mi bragueta y saqué mi verga, con la que
recogí tus flujos y los extendí entre tus labios vaginales, y justo cuando
apoyé mi glande entre los pétalos de tu sexo, una oleada de placer invadió tu
cuerpo, mientras convulsionabas y gemías, mientras te corrías sin remedio y
perdías la fuerza en las piernas. Tranquila, pequeña, te dije de nuevo,
disfruta tu orgasmo, me tomaré la revancha en el siguiente acto.
Maravilloso cuando le das ese toque teatral o musical a un relato tan explícito y que no por ello dejaría de acelerar las pulsaciones del corazón
ResponderEliminarEl teatro es mágico. Muchas gracias.
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