Y la ocasión merecía estar a la altura. Así que después de comer disfrutamos de una buena siesta, durmiendo plácidamente a pierna suelta. No hubo más que inocentes besos y alguna caricia provocadora, porque los dos nos reservábamos para comenzar el año como teníamos por costumbre, con una intensa sesión de buen sexo, así que decidimos descansar abrazados.
Me desperté antes que tú, serían las seis, aproximadamente, y bajé al salón. Sentado en el cómodo sofá me puse a hojear el libreto del Hotel, con el horario, los salones y las actividades que iban a desarrollarse durante el evento. No llevaría más diez, a lo mejor quince minutos, cuando bajaste las escaleras de la planta de los dormitorios, con tu pijama corto de seda negra, pasando con indiferencia por delante de mí, a pesar de lo cual te observé y disfruté de tu natural elegancia al caminar descalza.
Te seguí hasta la cocina, donde preparé unos cafés, dormir no iba a ser problema esta noche y comentamos lo bien que lo íbamos a pasar, entre miradas y risas cómplices.
Me encanta el olor a café recién hecho, despierta mi mente, para bien y para mal. Me pone en un estado de controlada tensión, de alerta y predisposición ante determinados estímulos, y darle un sorbo a la taza, mientras inhalo el aroma y aplasto la infusión entre mi paladar y mi lengua, hace que lo deguste con todos los sentidos posibles, llevándome a un estado de engañosa serenidad.
Mientras recogía las tazas subiste a ducharte para comenzar a arreglarte. Yo hice lo propio y permanecí como quince minutos bajo el agua caliente. Es sumamente agradable para mí dejarme acariciar por el agua de la ducha y, con las manos apoyadas en la pared, los ojos cerrados y la cabeza levantada, mientras las gotas se estrellaban contra mi rostro, vino a mi mente, y a mi piel, el recuerdo de, no muchos días atrás, cuando en la misma posición, viniste sin avisar y me abrazaste por la espalda. Recordar la suavidad de tus pechos aplastados contra mi espalda, tus besos en mis hombros y tus brazos rodeando mi cuerpo mientras deslizabas una mano buscando mi miembro, me hizo entrar en erección inmediatamente. Es un delicado placer sentir como, bajo el agua, mi sexo se hincha, descubriendo lentamente la cabeza brillante y tersa, que se excita más todavía con el roce de la lluvia, y recordé como me cogiste y me acariciaste, sin decir una palabra, como me agitaste con magistral ritmo, haciéndome separar las piernas para gozar del bamboleo de mis atributos, como pasaste la mano libre entre mis nalgas, haciéndome poner casi de puntillas, para apretar fuerte mis testículos, haciéndome gruñir de placer, al tiempo que me derramaba sin remedio.
Y en un momento de lucidez reflexioné, “tranquilo, vuelve, que la imaginación te traiciona”, y sin más preámbulos me lavé la cabeza, me enjaboné y salí hacia el vestidor.
Demasiados estímulos en poco tiempo, pensé. Tu paseo por delante de mí cuando bajaste del dormitorio, el café intenso, la ducha…
Me vestí con el pantalón negro y la camisa blanca que iba a llevar, y ahí estabas tú, con tu vestido asimétrico, negro, adornándote con tus pendientes y comprobando como conjuntaba el pequeño colgante que potenciaba tu escote, cuando no pude reprimir mi instinto y te abracé por la espalda.
El olor de tu perfume me hipnotizó y sentí una oleada de abrasador calor invadiendo mi cuerpo, especialmente entre mis muslos. Puse una mano en tu cuello, la deslicé hasta sujetarte por los hombros, lo besé y te volviste hacia mí con ese brillo en los ojos que te los ilumina cuando tu sexo despierta ante mis ganas. Buscaste mi boca, pero sin dejarte siquiera rozarla te giré contra la cómoda, haciéndote apoyar el torso sobre la superficie al tiempo que me quitaba el cinturón de piel. Te giraste de nuevo, y pasé el cinto sobre tu cabeza, por detrás de tu cuello trayéndote hacia mí al tirar de él. Una vez a mi alcance, sujeté tu cara con mi mano, mirándote fijamente, y tu respiración agitada me confirmó que tu deseo se había desatado.
Cuando me di cuenta me habías quitado la camisa casi por completo y, en un ágil movimiento, te habías sentado en la cómoda. Elevaste tus brazos sujetándote en la barra de los colgadores mientras yo subía tu vestido descubriendo tus muslos, que quedaban a los lados de mi cuerpo. Y comenzó el ritual del cortejo, rozando nuestros rostros, compartiendo nuestra respiración, acariciando con nuestros labios nuestras pieles, hasta que nuestras bocas se encontraron y comenzaron a saborearse.
Nuestros cuerpos ceñidos se dejaban explorar por nuestras manos. Mientras me terminabas de sacar la camisa, subí el vestido hasta tu cintura, dejando tus nalgas al aire y tu sexo a mi alcance, cubierto por un elegante tanga negro. Te sujeté por el culo y te aupé hacia mí, abrazando, primero mi cuello, de inmediato, con tus brazos, y acto seguido mi cintura, con tus calientes muslos. Sentiste mi erección en el momento y, contigo en volandas, caminé hasta el dormitorio, cayendo los dos a la cama, yo sobre ti. Y sin dejar de besarnos pasaste tus manos entre nuestros vientres desabotonando mi pantalón y tirando de él hacia abajo todo lo que tus brazos pudieron, continuando empujándolo con tus pies hasta que lo llevaste a mis rodillas. Mi miembro abultaba el bóxer y al oído te pedí “libérame la verga”, lo que hiciste acto seguido, sacándola con cuidado y pasando el elástico del calzoncillo por debajo de mis testículos, que colgaban hinchados y congestionados. Comencé a buscarte y, al frotarme contra tu minúscula braga, me ponía más cachondo todavía. Con una mano bajo tus nalgas, aparté a un lado la estrecha cinta de tela que pasaba entre tus glúteos y, de inmediato, sentí tu humedad abrasadora en la punta de mi glande. Comenzaste a gemir desesperada cuando, lentamente, fui entrando en tu cuerpo. Apenas enterré la punta de mi polla cuando quedé inmóvil, disfrutando de tu calor y suavidad, pero no te conformaste y comenzaste a mover tus caderas dibujando endemoniados círculos que, poco a poco, iban engulléndome más adentro, iban retorciendo mi polla en tu interior, como si de un sifón se tratara, hasta sentir mis huevos pegados a tu culo.
Nuestros corazones estaban acelerados y nuestras respiraciones entrecortadas apenas nos permitían vocalizar nada más que gemidos y jadeos, pero sabíamos comunicarnos sin utilizar el verbo. Sentir tus talones en mi culo me llevó a empujar con fuerza. Sentir tus uñas en mi espalda me hizo aumentar el ritmo, sentir tu humedad en mis huevos me hizo frotarte con ahínco, aplastando tu clítoris con mi pubis. Sentir mis labios y mi lengua jugueteando con tu cuello y con el lóbulo de tu oreja te hizo agitar tus caderas, sentir las yemas de mis dedos recogiendo tus flujos arrastrándolos hasta tu ano, lubricándolo y acariciándolo con tu propia esencia te hizo comenzar a contraerte rítmicamente sobre mi falo, contracciones que se reflejaban en tu esfínter, presionado por la yema de mi dedo índice, donde sentía como apretabas y soltabas. Oír mis ahogadas palabras “aprieta más fuerte y no me sueltes”, te llevo a caer en la incontrolable espiral de apretar y relajar inconscientemente, contracciones cada vez más fuertes, que salían de tus entrañas, hasta que sentiste como empezaba a lanzar los blanquecinos chorros de mi néctar inundando tu coño, arrancándome un gemido ronco y largo, cuando mi dedo invadió tu ano y comenzaste a agitarte convulsionando bajo mi cuerpo, presa de un brutal y salvaje orgasmo.
Quietos, pasados unos minutos, recuperamos la calma, nos miramos a los ojos y soltamos una sonora carcajada. Nos sinceramos, los dos estábamos cachondos como bestias desde la inocente siesta. Miramos el reloj, las ocho menos cuarto, nos queda tiempo de una ducha rápida y recomponernos. Iré llamando un taxi para que esté listo en veinte minutos debajo de casa.
¿Querrás repetir después de las uvas?
Demasiado tarde para las uvas de este año .....
ResponderEliminarPrepárate para las del que viene.
EliminarUna inmejorable bienvenida al nuevo año. ¿Uvas? ¿Qué uvas????
ResponderEliminar¿Mejor cava bien frío?
EliminarBrindemos 🥂
EliminarChin chin.
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