El día me sorprende, todavía entre sueños, inquieto, con una acerada erección y deseos incontrolables de satisfacer ese primitivo instinto. La cabeza de mi miembro descubierta, expuesta, violácea, hinchada, tersa y brillante, está hipersensibilizada por la rigidez que mantiene desde no sé qué hora del amanecer. Y aun así, busca la caricia de las suaves sábanas, que torpemente empuja, buscando una oquedad que cubrir, igual que un potro inexperto cuando, por primera vez, acude al encuentro de una yegua en celo. Me invade una excitación que aumenta exponencialmente cada segundo que pasa cuando, todavía somnoliento, siento la aterciopelada piel de tu cuerpo, yaciendo de lado, en el otro extremo de la cama. Deslizo las yemas de mis dedos por tu costado, acariciando tu hombro, tu cuerpo, tu cadera, tu muslo, tus redondas y expuestas nalgas. Me sientes y te acomodas, ofrecida, disfrutando de esas sensaciones. Y las yemas de mis dedos se sumergen entre tus muslos, separando los cachetes de tus glúteos, alcanzando el suave, húmedo, oculto, íntimo y privado rincón de tu cuerpo que esconde tus dos túneles que conducen al paraíso. Y con elegante maestría separas tus nalgas y te acomodas boca abajo mientras paso mi mano, bajo tu cuerpo, con la palma hacia arriba, hasta casi tu ombligo, y a la vez que vas posando tu cuerpo sobre la cama voy arrastrando mi mano por tu vientre, por los rizos de tu pubis, por tu clítoris, por tu vulva, por tu perineo, por tu ano, recogiendo y extendiendo tus flujos por el territorio que deseo, haciéndote elevar las caderas y facilitándome el acceso a tu tesoro. Me sorprende la humedad acumulada y la facilidad con la que mis dedos resbalan y se impregnan con la viscosidad de tus fluidos, el calor, casi abrasador de tu sexo, la suavidad de los pétalos de tu flor, la turgencia de tu clítoris y la excitante rugosidad de los anillos de tu esfínter, y tímidos gemidos se te escapan a la vez que tus caderas comienzan a moverse. Me pongo sobre ti, separando más tus muslos con mis rodillas, posando con delicadeza mi cuerpo sobre tu espalda, besando tus hombros y buscando con ansias tu puerta del placer. Y, de nuevo, empujo torpemente mi verga contra tu cuerpo, buscando tu entrada, y siento en mi glande el calor de tu cuerpo, la humedad de tu sexo, que aumenta por momentos, y resbalo, y patino una y otra vez hasta que, hábilmente, pasas una mano bajo tu cuerpo, me sujetas, te frotas con fuerza y posicionas mi polla en la dirección correcta, que con una mínima presión se desliza sin dificultad hasta lo más profundo de tu cuerpo. Y buscas con tu mano hasta alcanzar mis testículos que coges con fuerza, aprietas y tiras de ellos hacia ti, haciéndome embestir contra tus nalgas mientras un gruñido sale de mi garganta.
Y comienza el vaivén furioso, agitado, rápido, desesperado, acompañado por la sinfonía de gemidos y jadeos, que ponen banda sonora, junto con la melodía del chapoteo de tu sexo, a este fugaz encuentro.
Y tus caderas se mueven con furia, te retuerces bajo mi cuerpo y pierdo la razón cuando me gritas que te corres, mojándome los huevos que masajeas todavía con tu mano, arrastrándome contigo al abismo de este crepuscular clímax con unas espasmódicas contracciones.
Y quedamos tendidos y agitados, buscando recuperar el aliento y el sosiego, pero plenos de placer.
Y el sol se cuela impertinente entre las rendijas de la persiana.
¿Quieres que prepare café?
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