Hay amaneceres encendidos, otros perezosos. Hay mañanas enérgicas, otras relajadas. Hay despertares acompañados, otros solitarios. Pero cuando el alba nos sorprende encendidos, enérgicos y acompañados, los astros se alinean, quizá por el recién estrenado solsticio de verano, tornando nuestras pieles sensibles a los dulces estímulos de la persona que ha compartido luna y lecho con nosotros. Esa misma persona que, justo después de comenzar la vigilia que la luna impone y, cuando baña con su brillo sordo los cuerpos desnudos, comienza el íntimo ritual del acercamiento prudente, buscando paso entre los muslos, buscando calor en los rincones, buscando la humedad del manantial, buscando la lanza erguida a la que asir el deseo por colmar.
Y tras satisfacer, bajo la mirada discreta de las estrellas, los deseos más inconfesables, el descanso merecido nos llevó de la mano hasta la luz impertinente del incipiente sol, del despertar del día, que nos sorprendió encendidos, enérgicos y acompañados, llevando nuestros cuerpos a ese estado de excitación serena, tranquila, mantenida, que nos hace deslizarnos sobre las sábanas buscando la aterciopelada piel, el dulce calor, la untuosa humedad y la candente rigidez.
Hasta sentirte montada sobre mi muslo, a horcajadas,
frotando tu pubis contra mi cuádriceps, mientras boqueas como un pececito
besándome el pecho, el cuello, el rostro. Mientras acaricio tus nalgas y tu
espalda con las yemas de mis dedos, mientras arañas con tus pezones mi torso.
Somnolientos placeres que aumentan el calor, mientras la intensidad de la luz
sube, mientras el deseo se desborda cuando llego a sentir mi muslo mojado al
ritmo de tus vaivenes, al compás de tus gemidos, al son de las palpitaciones de
mi miembro erecto y salido.
Hasta voltearte y ponerte boca abajo, separando tus
muslos con una rodilla y descansando mi cuerpo sobre ti, sujetando tus manos
por encima de tu cabeza, buscando con mi ariete la forma de entrar en ti a la
vez que arqueas tus caderas y elevas tu redondo culo.
Místico encuentro el que se da cuando tu cuerpo me
recibe, abriéndose al paso de mi verga que te invade hasta lo más profundo. Cuerpos
inmóviles que en tántrico encuentro yacen, sintiendo y disfrutando de la
quemazón de nuestros sexos, de las palpitaciones, contracciones y temblores de
tus músculos vaginales sobre mi duro miembro.
Y empujo con fuerza tras los minutos de sincronización
de nuestros sexos, entrando un poquito más en ti, sintiendo en mis testículos
tu deliciosa humedad. Y gimes, retorciéndote y comenzando a agitar tus nalgas,
dibujando diabólicos círculos y vaivenes, estrujándome la verga en tu interior
cuando presiono contra tus nalgas mi cintura.
Hasta que comienza el salvaje ritual del sexo animal y
primitivo, retirándome de tu interior con lentitud para desesperación de tu
coño ardiente, que busca y pretende tenerme prisionero cuando solo sientes mi
glande entre tus labios vaginales.
Lanzando tu culo hacia atrás, queriendo recuperarme,
cuando avanzo con fuerza, penetrándote de forma brutal pero sin dificultad por
tu generosa lubricación.
Y mis huevos chocan contra tu cuerpo una y otra vez, y
tus jadeos me arrancan gruñidos de placer cuando mordisqueo tu nuca y siento
como te contraes sobre mí.
Y suplicas, y ruegas por tu clímax, y te ayudo
masturbando tu turgente clítoris con mi mano que acabo de deslizar bajo tu
vientre, hasta que siento que te abandonas al abismo del placer sublime con
jadeos explícitos, momento que aprovecho para, con unas rápidas e involuntarias
culeadas, regar tu interior con el néctar lechoso de mi masculinidad.
Y se hizo el día, y se calmaron las ganas, y se abrió
el apetito.
Preparo café, una ducha, la prensa, desayuno en la
cama.
¿Hay mejor manera de comenzar un domingo?
No , sinceramente esos domingos son un lujo
ResponderEliminarEso creo yo también, domingos así saben mejor.
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