Aún no sé muy bien por qué, pero apenas eran las cinco y media cuando, desvelado, me levanté a beber un vaso de agua. Hasta entonces había dormido profundamente, no en vano, mi cuerpo había quedado exhausto después de habernos complacido mutuamente en varias ocasiones. Anoche estabas especialmente excitada y nada parecía satisfacerte por completo. Fue un intercambio apasionado de miradas, besos, caricias y orgasmos, a los que llegamos, al principio, cada uno por un lado, pero más tarde de manera perfectamente sincronizada.
Tus gemidos al tomar la delantera en el contador de clímax auguraban una larga sesión de buen sexo, y tu risotada, cuando dejaste de hiperventilar, mientras me decías: -uno a cero-, me hicieron presagiar lo que así ocurrió.
Y tomaste la iniciativa, con una pícara sonrisa entre tus labios y la demoledora frase –vamos a por ti-, llevándome en pocos minutos a perder el control de mi excitación.
Sonrisas, y una ducha cómplice, nos llevaron de nuevo al tálamo del amor. Y ahora quisiste que fuera yo quien sucumbiera primero al placer. Segura de ti misma, y tumbada sobre mí, comenzaste a besar mi rostro, mi frente, mis mejillas, mi barbilla, mis pómulos, mis párpados, hasta que nuestras bocas se encontraron y nuestras lenguas se enzarzaron en una húmeda y resbaladiza lucha. Pero fue cuando sentí tus pezones rozando mi pecho, cuando mi pene entró en erección, frotándose con tu cuerpo, cuando instintivamente, elevé mis caderas, y al sentir mi ariete buscando la entrada de tu cueva, con destreza lo evitaste. Mis manos acariciaban tu espalda como si de un arpa se tratara, apenas rozándote con las yemas de mis dedos, subiendo y bajando por tus costados, por tu columna, desde tu nuca hasta tus nalgas, mientras poco a poco, sin entender qué pasaba, sentía tus tetas arrastrarse por mi torso e iba perdiendo el contacto con tu cuerpo, salvo con tus manos, que estaban estiradas a lo largo de mí, en contado con las mías. Mientras, descendías recorriendo mi busto con la punta de tu lengua, besando mi cuello, mis clavículas, mi pecho, mi abdomen. Jugando con mi ombligo hasta que sentí tus labios sobre mi glande y como, hábilmente, al darle unos besos, me invadió una cálida humedad y lo abrazaste con tus labios, succionándolo y tirando de él hasta que resbaló de entre tus labios, lo cual provocó que se hinchara todavía más. Lo buscaste de nuevo y dejaste caer tu cabello sobre él, jugaste con la punta de tu nariz, sentí tu aliento y tu lengua, provocándome un placer indescriptible, sobre todo cuando jugueteaste con la parte del siempre sensible frenillo, recorriendo cada arruga, cada centímetro del tallo de mi verga, completamente enervado, hasta hundir tu cabeza sobre mis huevos, lo que me hizo, instintivamente, encogerme y gruñir, lo cual debió parecerte suficiente señal para seguir. Me sentí devorado por ti cuando, desorientado por el placer, sentí como engullías mis huevos con avidez, aunque ese exagerado gusto me impedía reaccionar.
Extraña sensación se produce, de intensísimo placer, que te lleva casi a dudar de si quieres seguir y terminar o que te dejen reposar, cuando las terminaciones nerviosas están hipersensibilizadas. Pero tú no estabas dispuesta a soltar tu presa y yo quería seguir.
Sentí, a la vez, una extraña humedad a lo largo de mi pierna derecha. Me habías impregnado con tus flujos, según ibas descendiendo, según te ibas restregando contra mi muslo, excitada como una perra en celo.
-Date la vuelta y ven aquí, te dije con voz ronca, y entendiste mi orden inmediatamente, poniendo tus rodillas una a cada lado de mi cabeza y ejecutando un magistral sesenta y nueve.
Alargué mi lengua y la tensé todo lo que pude, y de un lengüetazo recorrí tu entrepierna desde tu clítoris hasta tu ano. Estabas completamente empapada y desprendías un aroma que me excitaba aún más, el de tu cuerpo recién duchado y totalmente excitado. Estiraste tu columna mientras guardabas el equilibrio con tus manos sobre mis rodillas, hasta que recordaste mi verga erecta, que palpitaba frente a ti.
Te inclinaste sobre ella y comenzaste a engullirla con ambición, mientras yo desplegaba tus labios vaginales con mi lengua. Te sentía especialmente húmeda. Busqué tus pechos con mis manos, que caían de nuevo sobre mi cuerpo, acariciando tus costados y deleitándome con tus rotundas nalgas. Sentí en mi lengua tu clítoris hinchado, y le di unos golpecitos con ella, antes de empujar contra tu rajita, antes de penetrarte con mi húmedo apéndice, antes de hacer círculos en tu interior recorriendo todas tus paredes vaginales, antes de arrastrarla hasta tu ano y, mientras separaba tus nalgas con mis manos, lubricar tu esfínter y acariciarlo dibujando círculos sobre él.
Debía gustarte, pues contrajiste con fuerza tus músculos y aumentaste el ritmo de tu boca sobre mí. Masajeabas mis testículos con una mano mientras girabas tu boca y tu lengua con mi polla en su interior. Y yo te correspondí aumentando el ritmo y las caricias. Abrí la boca y succioné tus labios vaginales, que colgaban distendidos, tirando con delicadeza de ellos mientras un dedito comenzaba a presionar sobre tu ano. Fue el detonante que te hizo comenzar a moverte endemoniadamente, haciendo círculos con tus caderas, mientras mi dedito se hundía en tu esfínter y te sentías follada doblemente, por mi lengua y por mi dedo. Y en esas embestidas de tus nalgas comencé a mover mi cabeza entre tus muslos, intentado transmitirte el movimiento y la vibración a tu interior, hasta que, desquiciada, comenzaste a jadear mientras me mojabas completamente el rostro.
Pero seguiste en tu empeño de ordeñarme y acto seguido lo conseguiste, exprimiéndome y vaciando la lechosa carga de mis huevos en tu boca, tensando mi cuerpo, queriendo dártelo todo mientras me contraía una y otra vez bombeando mi líquido fuera de mí.
Sudorosos, poco a poco fuimos recuperando el aliento, hasta que, humilde, asumiste que habías vuelto a correrte primero.
-Dos a cero, te dije sonriendo, pero los tiempos iban acompasándose poco a poco y, si no fue en el tercero, fue en el cuarto, que la llegada al clímax fue de la mano.
El asunto es, como te decía al principio, que no sé por qué razón me desvelé a las cinco y media de la madrugada, el caso es que, de vuelta a la cama, te vi durmiendo plácidamente y no pude evitar acariciar tu rostro y pensar en mis adentros: “la cara de inocente niña que tiene así, dormidita, y lo bien que me folló anoche”. Pero bueno, eso quizá pudiera dar para otra historia, ¿no te parece?
Mmmm ,estoy deseando de leerla
ResponderEliminarLa escribiré.
EliminarSorprendente el desenlace final después de una excitante sesión de sexo oral y me encantó tu pensamiento, prueba de que cualquier mujer puede ser delicada, sutil, educada, pero deshinibirse por completo cuando el momento lo requiere y el deseo le apremia...
ResponderEliminarPreciosa dualidad la de saber desdoblarse y adoptar el rol adecuado en el momento preciso.
EliminarMe encantó el vídeo, esa mano acariciando que puede ser poderosa y delicada a la vez...a veces no es solo lo que vemos sino también lo que imaginamos...
ResponderEliminarNuestra mente vuela y toma vida propia, hasta hacernos sentir.
Eliminar