Me dijiste que venías, que fuera
preparando todo. Lo hice. Los dos tenemos muchísimas ganas, y no de dormir.
Solo faltas tú. ¿Tardarás en llegar?
Nada es lo que parece, pues hasta el más romántico de los hombres tiene su lado oscuro.
Me dijiste que venías, que fuera
preparando todo. Lo hice. Los dos tenemos muchísimas ganas, y no de dormir.
Solo faltas tú. ¿Tardarás en llegar?
Sabias palabras, bella cita,
sinergia creada entre nosotros que nos hará sentirnos plenos, entregados,
satisfechos y realizados.
Del mismo modo que hay pequeñas
molestias que resultan insufribles, hay inmensos placeres que nunca son
excesivos. ¿No lo crees así?
Algunas mañanas de lunes me mantienen amarrado a la cama con una inmensa
pereza. Otras, en cambio, amanezco pletórico, vigoroso, activo, excitado. ¿La
razón? No la sé, más mi cuerpo despierta sensible, reaccionando al más mínimo
estímulo. Somnoliento todavía, disfruto de una dulce y agradable sensación.
Percibo esa rigidez bajo mi ombligo, que aumenta al contacto con las sábanas.
Te recuerdo vagamente y tu aroma viene a mi nariz, tu calor a mi cuerpo, el
sabor de tu piel a mi boca y tu humedad a la punta del ariete que, enredado entre
las telas, despertó antes que yo.
Y mis caderas comienzan ese vaivén buscando tu cuerpo que se dibuja en mi
mente. Y mi cuerpo se altera más. Y el placer aumenta, llevándome a un estado
casi tántrico. Y despierto, pensando que todo ha sido un sueño, hasta que
siento mi sexo salvaje. Incrédulo, llevo mi mano a mi pubis y me acaricio.
Doblo las rodillas apoyando los pies sobre el colchón. Separando los muslos,
aparto la ropa de cama y siento mis masculinos atributos colgando pesados e
hinchados, acariciados ahora por una brisa de aire fresco que, lejos de amainar
mis deseos, los potencia. Y sigo con sutiles roces y caricias, mientras el dedo
índice de mi mano izquierda recorre mis ingles, mi perineo, circunvala mi
escroto, que se estremece, y me hace elevar mis caderas, y aumento el ritmo, y
mi respiración se agita. Sigo con fuerza mientras acaricio mi abdomen, hasta
pellizcar mis pequeños pezones. Me enervo, me tenso, me arqueo, me agito,
aprieto con fuerza mis huevos y mi pequeño volcán entra en erupción, lanzando
borbotones de blanca lava que caen sobre mi vientre.
Inspiro profundamente, recupero el aliento, tu imagen se desvanece de mi
cabeza y quedo sobre la cama, yaciendo satisfecho, mientras mi corazón se
recupera, mientras mi sexo vuelve a su estado de reposo después de vaciarme del
néctar acumulado.
Hay mañanas de lunes en las que hubiera preferido amanecer contigo.
Siento
haberte molestado.
Oh, no, está
bien.
Estornudar es
perfectamente normal, pero… ese… estremecimiento es un poco inusual.
Sí, lo sé.
Tengo una condición extremadamente rara, cada vez que estornudo tengo un
orgasmo.
Bueno, eso es
extraordinario, nunca he oído hablar de eso.
¿Qué tomas
para eso?
Pimienta.
Con estos cambios de tiempo y
metidos en plena primavera, es normal que terminemos constipados o sufriendo las
consecuencias de alguna ligera alergia, que nos tendrá estornudando
permanentemente, incómodamente, o no. Para algunos será un engorro, sin embargo,
hay quien disfruta de esos estornudos por las especiales sensaciones que ellos
provocan en su cuerpo. Disfrutemos de ellos. ¿Estornudamos juntos?, tengo
pimienta.
Días lluviosos que invitan a, simplemente, dejar pasar el tiempo. Invitan a
emular el agua de la lluvia y a darse una ducha templada, con los ojos cerrados,
concentrado en como las gotas resbalan por mi piel y se deslizan por todos los
rincones de mi anatomía. Inspirando profundamente y, acaso, gimiendo con
timidez, cuando siento el agua en mi más sensible piel. Días que invitan a,
después de secarme frente al espejo, ponerme esa cómoda camiseta, sin nada más,
y mirar el ventanal en el que la lluvia resbala, dibujando senderos que son
recorridos gota tras gota. Días que invitan a recordarte en tardes así, tumbada
en el sofá con tu camiseta blanca y tus braguitas como únicas prendas. E
inspiro de nuevo y recuerdo el aroma de tu piel cuando mordisqueaba tu cuello,
y cómo me lo ofrecías girando la cabeza de un lado a otro mientras, hábilmente,
deslizabas una mano entre mis muslos buscando tu trofeo. Y como buceabas bajo
mi camiseta, la misma que hoy visto, ávida por palpar cada centímetro de mi
cuerpo. Y en estos días, con tus recuerdos, mi cuerpo reacciona y me torno
carnal. Y el deseo que habita en mí, disciplinado y contenido, se revela
salvaje e impertinente, haciendo que mi masculinidad cobre vida, que mi falo se
yerga y descubra, rozando el algodón de la prenda, y que esa suave brisa
recorra mis ingles, sofocando el calor de mis testículos, que cuelgan pesados y
cargados. Y me abandono, tumbado en el sofá donde tantas tardes lluviosas me
cabalgaste, al más egoísta onanismo. Agarro mi sexo y lo muevo sin prisa,
frotando la punta y bajando por el tronco hasta golpear mi escroto, tal y como
hacías mientras nos besábamos. Y aumento el ritmo, imitando los movimientos de
tu mano, que seguían el ritmo de las yemas de mis dedos en tu entrepierna. Y
elevo mis caderas, y arqueo mi espalda, y jadeo sofocado, y agarro mis huevos,
y los aprieto como queriendo sacar todo su jugo, y comienzo a lanzar
espasmódicamente chorros de semen sobre mi torso. Y recupero el aliento, la
flacidez vuelve a mi entrepierna, mientras las últimas gotas escurren de mi
interior y recuerdo tu rostro sonriendo por haber conseguido tu objetivo. La
camiseta manchada me hace levantar. Lavadora, ducha de nuevo, y el agua que
todavía resbala por los cristales del ventanal.
Me hubiera gustado tenerte aquí, y a ti, ¿te hubiera gustado estar?
Y a la vuelta del puente dudo de
si recuerdo los más básicos conocimientos matemáticos. Mi mente confunde
disciplinas académicas y lúdicas y, ante la más infantil suma, mi cabeza
titubea. Pestañeo, inspiro con los ojos cerrados y al pensar en ese “uno más
uno”, la imagen que mi cerebro recrea no es la del inocente “patito” sino la de
la lasciva pareja, yaciendo invertidos, devorándose simultáneamente la
entrepierna. Frunzo el ceño, intentando buscar la nitidez que me falta, y solo
oigo suspiros y gemidos, y mi boca se seca, y mi lengua humedece mis labios, y
un rumor acuático pervierte mi ser. Los suspiros se convierten en jadeos, y mis
labios se enjugan con la esencia de tu manantial. Y de mi sexo brotan perlas
traslúcidas que son devoradas por tu lengua ansiosa. Acompasamos los ritmos,
sincronizamos las lenguas y nos estremecemos cadenciosamente mientras
compartimos néctares que saboreamos con inusitado placer. Y recobro la cordura
perdida y sigo dudando. Y tú... ¿Ya has elegido qué casilla marcar?
Las tardes aburridas se prestan a muchas cosas, pero una de las
que más me gustan es buscar en el armario esa olvidada caja de juguetes,
desempolvarla, y ponerla encima de la mesa, mientras nos miramos fijamente a
los ojos, observando como nuestras pupilas se van dilatando, como nuestra
respiración se va agitando y, por supuesto, como bajo nuestro ombligo comienza
a subir la temperatura exponencialmente imaginando lo que vendrá después.
Démosle un sorbo a la copa de vino y comencemos por vendarte los ojos.
¿Adivinas qué vendrá después?
Retomando mis pensamientos sobre los maravillosos dedos, qué mejor
caricia que la que estos nos hacen en la mente, ¿no crees?
No olvides tener hoy un orgasmo. La pareja es opcional, el placer
no.
Y al encenderse de nuevo los focos buscaste sin ver, como una
conejita deslumbrada por las luces de un coche en un camino una noche sin luna.
Seguías de pie, ahora recompuesta, todavía con las manos apoyadas en el mueble,
con tus muslos firmes y tus nalgas insultantemente apetecibles. Sentías mi
presencia en tu espalda y eso te inquietaba, más aún sabiendo que tú habías
tocado el cielo y yo no estaba complacido. Esta vez mi instinto estaba
desbocado, mi cuerpo excitado y mis ganas por hacerte mía casi incontrolables.
Mesé tu cabello y pasé una mano por tu espalda, provocándote una extraña
sensación, mezcla de inquietud y renovada excitación. Te sujeté por el cuello,
con suavidad, pero firmeza, y ceñí mi cintura contra tus redondas nalgas,
dándote un golpe seco, lo que provocó que sintieras el acerado juguete todavía
en tu ano y exhalaras con fuerza vaciando de aire tus pulmones. Empujé
rítmicamente varias veces disfrutando de la belleza del bamboleo de tus senos,
que comenzaban a anunciar una incipiente excitación por la presencia de sus
protuberantes pezones. Mi falo, descubierto, comenzaba a irrigarse, abriéndose
paso entre tus muslos, a la vez que alargaba mis manos por tus costados y
acunaba en ellas tus aterciopelados pechos. Los masajeé con deseo, pero suavemente,
y los tostados botoncitos tropezaron con mis dedos, tornándose más turgentes,
más rugosos, más marcados. Los pincé con cariño, con las yemas de mis dedos
índice y pulgar, y tiré de ellos hacia adelante, hasta que resbalaron y
volvieron sobre ti, regalándome un inquietante gemido por tu parte. Sentí tu
renovada humedad en la punta de mi ariete y contuve mis ganas de invadirte,
deseaba oír tu voz suplicando que empujara en tu interior. Me aparté lo justo
para contemplar tus nalgas, adornadas, más si cabía, por el brillo de la luz
que reflejaba el plugin que escondías. Y mientras con una mano acariciaba tu
espalda, con la otra cogí el tallado cristal del ovalado juguete y comencé a
girarlo en tu interior. Comenzaste a mover tus nalgas instintivamente hasta que
sentiste la tensión que el metal hacía en tu esfínter por la tracción que yo
ejercía sobre él. Aguantaste la respiración, arqueaste más las caderas y
entonces te susurré: -relaja tu ano, momento en que se deslizó fuera de ti
liberando tu cuerpo. Tu esfínter comenzó a contraerse de manera cadenciosa y
percibí en tu espalda el sudor que provocaba la excitación que de nuevo te
invadía. Volví a apoyar el juguete sobre tu ano, presioné y sin dificultad lo
acogiste de nuevo en tu interior, volviendo a gemir. Tiré de nuevo de él, y sin
necesidad de indicaciones, lo soltaste gimiendo de nuevo. Y una vez más volví a
insertarlo y, apenas había entrado, lo sacaba, acompasando tus gemidos con cada
entrada y salida. Cuando me di cuenta, un hilillo de tu viscoso flujo colgaba
de entre tus labios vaginales. Brillante, y con una gota a modo de péndulo, que
lo mantenía entre tus muslos mientras se estiraba lentamente. Lo recogí con mi
glande y lo arrastré por tu vulva, desplegando por completo tu sexo y haciéndote
desear mi dura excitación. Froté tu entrepierna, mientras oías mi respiración
ahogada y descompensada. Lo arrastré por tu perineo y lo apoyé sobre tu
liberado esfínter. Inspiraste profundamente, presioné con suavidad, y cuando me
sentiste moviste tus caderas buscando el acoplamiento. Empujabas con tus nalgas
sobre mi verga y yo retiraba despacio mis caderas, sin perder el contacto de
nuestros cuerpos. Cedías y yo empujaba hacia adelante, y cuando me creías tener
volvía a retirarme, hasta que no aguaste más la excitación, no soportaste el
calor de tu sexo y me dijiste: -métemela ya, por favor. Y en ese momento empujé
contra tus nalgas y mi glande se deslizó en tu interior, arrancándote un fuerte
gemido, arrancándome un gruñido animal. Quedé quieto, sintiendo tus
contracciones sobre mí, y en un momento dado relajaste tu ano y empujaste tus
nalgas sobre mí, haciendo que entrara unos centímetros más. Y volví a quedar
quieto mientras volvías a oprimirme. Y relajaste de nuevo y en un último
empujón entré hasta el fondo de tu cuerpo, quedando mis testículos topeteando
con tu perineo. La humedad de tu sexo en mis huevos me excitó de manera
sobrenatural. Alargué una mano bajo tu tripita y comencé a masturbar tu
clítoris, mientras comenzabas a mover tus nalgas y a hacer círculos con tus
caderas, centrifugando mi verga. Tu clítoris se hinchó y comenzaste a jadear a
la vez que te movías con más fuerza, aceleré el ritmo sobre tu sexo,
presionándolo y haciendo vibrar las yemas de mis dedos sobre tu pequeño
resorte, provocando que comenzaras a manar, al tiempo que jadeabas con
desesperación y que tus piernas volvieran a flojear, corriéndote de nuevo. Pero
esta vez yo estaba dentro y te acompañé en tan pervertido baile, moviéndome
dentro de ti, cada vez con más fuerza, cada vez sintiendo mejor los movimientos
de tus caderas, golpeando tu cuerpo con mis huevos en cada movimiento, hasta
que, invadido por la excitación y en unos lascivos meneos de tus nalgas sentí
como me ordeñabas sin compasión, inundando tu cuerpo con mi almacenado néctar,
que lanzaba a chorros mientras un gutural sonido salía de mi garganta. Caí
sobre ti. Salí de ti. Te abracé. Nos besamos. Cayó el telón. Fin de la función.
La ténue luz del alba se colaba entre las cortinas reflejando bellas sombras sobre nuestros cuerpos desnudos. Todavía dormías, como un áng...