La velada había discurrido tranquila, amena, interesante y divertida, incluso cuando, jugueteando, comprobamos que nos sobraba la ropa y comenzamos a despojarnos de ella entre cómplices miradas y alguna sonrisa.
Pero inesperadamente, te revelaste rebelde, inconscientemente traviesa y peligrosamente deseable. Y despertaste al diablo que llevaba intentando contener desde la primera copa de vino, cuando nuestras miradas se retaron en ese primer brindis.
Tampoco te resististe cuando adivinaste mis intenciones al ver como cogía un largo pañuelo de seda para vendarte los ojos, echando hacia atrás la cabeza para que tu larga melena no interfiriera en mi objetivo.
Suspiraste profundamente al sentir mi aliento en tu nuca, al liberar tus senos del sostén, al rozar tus costados con mis dedos, al entrelazar nuestras manos mientras te mordisqueaba los hombros.
Te paralizaste cuando perdiste cualquier contacto conmigo, apenas sentías el calor de mi cuerpo en tu espalda y destellos de mi olor, mientras me quitaba la ropa que todavía me quedaba, liberando mi sexo erecto.
Inspiraste hondo al sentir mis manos sobre tus hombros, recuperando la paz por saber dónde estaba. E inspiraste más profundamente cuando sentiste la punta de mi lengua arrastrándose por tu columna vertebral, hasta que mis manos llegaron a tus caderas, y pinzando con dos dedos la fina cinta de tela de tus bragas, las deslicé por tus piernas hasta quitártelas por completo.
Gemiste e instintivamente separaste tus muslos al sentir mi rostro entre tus nalgas, mientras con mi boca devoraba tu intimidad más oculta, mientras arqueabas tu espalda, mientras con mis manos separaba los cachetes de tus glúteos, mientras mi lengua lamía ansiosa sin límites ni tabúes, haciéndote flexionar las rodillas mientras te devoraba.
Jadeaste fuerte al sentir como entraba en ti, de un golpe fuerte, después de haber extendido en tu entrepierna, con la punta de mi glande, la viscosa mezcla de tus flujos con mi saliva.
Bramé mientras empujaba en tu interior una y otra vez, con tus manos por encima de tu cabeza y sujetadas por las mías, apoyadas en la pared, hasta casi hacerte perder el equilibrio, cuando con el ímpetu desmedido, que la excitación de sentir mis testículos mojados por ti, me llevaba a aumentar el ritmo.
Gritaste al correrte y te retorciste sobre mi verga, agitando tus nalgas con fuerza, y me pediste que te regara con mi esencia, mientras te contraías rítmicamente sobre mi polla, ordenándome sin compasión hasta la última gota acumulada.
Resbalé de tu interior lentamente, liberé tus ojos, nos miramos fijamente y nuestras bocas se fundieron en un apasionado beso.
¿Volverás a despertar mi diablillo escondido?