Dame la espalda con la insolencia de la que haces gala, sabiéndote
ganadora de la voluntad de mi mirada que busca tus curvas. Dame la espalda con
la incertidumbre que te lleva a intuir lo que a continuación sigue. Muñecas
apretadas por mis manos que inmovilizan tus brazos a lo largo de tu cuerpo.
Labios que se acercan a tu cuello. Respiración contenida. Vientre encogido.
Culo apretado.
Pañuelo de seda, suave y sutil, ligeramente perfumado con mi aroma,
que cubre tus ojos. Ciega ante mí, ciega de visión perfecta, lo que no
te impide sentir el reflejo del tintineo de la luz de las velas.
Incienso que embriaga y seduce, compases musicales que suenan,
tamizados por la confusión de nuestras mentes, alertas y expectantes.
Botones que van abriendo el blanco de tu sedosa blusa. Corchetes que
van liberando la opresión sobre tus aterciopelados pechos. Cremallera que rasga
el tergal del costado de tu falda. Lengua que recorre tu cuerpo acompañando tu
piel en la caída de tu tanga.
Voz que te acompaña y te sugiere, que te tranquiliza y te guía. Sábanas
de satén que acogen tu cuerpo. Cinchas suaves que extienden tu cuerpo de
esquina a esquina, de pies a cabecero, de muñecas a tobillos, dejándote
postrada como la más bella de las estrellas que brillan con luz propia.
Inmóvil y ciega agudizas tus sentidos. Sientes mi calor. Humedeces tus
labios con intenciones perversas. Escuchas como me acerco sigilosamente, oyes
el flogger surcando el ambiente. La brisa que levanta acaricia tu abdomen. Las
colas rozan tu entrepierna. Gemidos. Caderas levantadas. Te muerdes el labio.
Hueles el cuero. Badana curtida con la esencia de tus muslos que poco a
poco comienzas a exhalar.
Cadencioso recorrido el del látigo. Roce sutil sobre tu piel. Tortuosa
rutina que te hace desesperar por la excitación que alcanzas.
Calor que te asalta. Súplicas de intensidad. Deseo de más.
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