La ténue luz del alba se colaba entre las cortinas reflejando
bellas sombras sobre nuestros cuerpos desnudos.
Todavía dormías, como un ángel, apoyada sobre mi pecho y abrazando
mi abdomen.
Te besé el rostro retirando el cabello de tu cara, parecías una
diosa.
Mi mano acarició tu brazo, tu costado, tu ombligo, tu vientre se
encogió e inspiraste, casi inconsciente, profundamente, mientras tu muslo se
abrazaba a mi pierna. Un electrizante escalofrío recorrió mi espina dorsal al
sentir tu pubis en mi piel. Húmeda todavía, tu vulva se acopló a mí.
Las pocas horas dormidas parecían suficientes para recuperar fuerzas, y
deseos.
Mi pene comenzó a crecer, alcanzando una dulce turgencia que aumentaba
al roce con tu muslo.
Sin abrir los ojos tus labios buscaron los míos despertando nuestras
lenguas.
El calor de nuestros cuerpos aumentó y tus caderas comenzaron a empujar
contra mi cuerpo, mientras tu entrepierna resbalaba, apretada contra mi muslo.
Nuestras lenguas peleaban ávidas de confrontación.
Giraste tu cuerpo sobre el mío, sin abrir los ojos, y te pusiste sobre
mí, a horcajadas, como una experta amazona.
El roce de tus pezones en mi torso me excitó sobremanera, mi lengua
buscó tus senos, los encontró y los besó. Succioné tus pezones entre mis labios
y circunscribí tus areolas con la punta de mi lengua hasta sentir la reacción
de la rugosidad de tus pezones. Tus caderas comenzaron a moverse buscando el
miembro contra el que se frotaba tu sexo. Cuando lo encontró, hábilmente, lo
encaró a la entrada de tu gruta de placer y sentí tus labios vaginales aletear
sobre mi glande.
Te penetré. Estabas mojada, caliente, excitada. Cuando la cabecita
brillante de mi pene entró en ti me detuve, quedé quieto, tus caderas se
pausaron, y sentí tu vulva contraerse sobre mí, como dándome un húmedo abrazo
que me hizo sentir prisionero y excitándome hasta el límite, provocándome una
erección mayúscula.
Mientras comenzaba a elevar mi pelvis para penetrarte tus caderas
descendieron sobre mí, golpeaste mi cuerpo y aplastaste mis testículos con tu
culo, con ese redondo y rotundo culo.
Mis manos lo tomaron, acariciándolo, mientras iniciabas un infernal
baile moviendo tus caderas, bamboleando tus senos sobre mi cara, a la vez que
masajeaba tus nalgas hasta que alcancé tu perineo. Recogí tus flujos,
lubricantes y viscosos, y acaricié ese territorio de tu anatomía como si fuera
tierra de nadie hasta llegar a tu ano. Tu pequeño agujerito era acariciado por
la yema de mi dedo, presionado ligeramente, hasta lograr invadirlo, despacito,
en un instante de relax.
Suspiraste, jadeaste, me cabalgaste como a tu mejor semental,
pidiéndome mi elixir, mientras gemías y sollozabas de placer.
No resistimos más, nos invadimos simultáneamente intercambiando
nuestras más preciadas esencias.
Nuestros cuerpos sudorosos se abrazaron, perdiendo la noción del
tiempo, del espacio. La intensidad de la luz aumentaba, el calor del día se
sentía, no nos importó.
Nos dormimos.
No, no fue un sueño, fue un dulce despertar de miel y rosas, de pasión
y sexo.
Te amo, deseo despertar contigo, amanecer con vos.