Repasando
en los viejos volúmenes de mi biblioteca, encontré tres ejemplares en los que
suelo refugiarme con cierta periodicidad. No son grandes obras, pero me
escuchan sin juzgarme, cuando ahogado en dudas recurro a ellos buscando
respuestas.
Quizá
sea por mi mala cabeza, mi mala suerte, mi exigencia o, en ocasiones, mi
impertinencia, pero como hombre y mortal, a veces soy pecador y caigo ante
tentaciones de las que es mejor guardar buenos recuerdos que arrepentirse, pues
en su goce estuvo el pecado y en el placer la penitencia.
En
ocasiones me da por hacer anotaciones, pequeños apuntes, breves reseñas que me
ayuden a recordar esa fantasía que mi mente imaginó o ese prohibido placer que
mi carne disfrutó, en el tálamo compartido con la lujuria y la lascivia como
silentes testigos.
Y cuando
tengo algo de tiempo, ese bien tan preciado y muchas veces infravalorado, cosa
que no ocurre con frecuencia, lamentablemente para mí, repaso esas ideas
garabateadas y, con los ojos cerrados, recreo la escena fantaseada o, con
evocadoras profundas inspiraciones saboreo el regusto del goce disfrutado y
compartido y, con serena paciencia, intento darle forma a través de las letras
configurando, humildemente, mis propios tres viejos cuadernos.
De esta
forma acumulo, cual Diógenes, recuerdos y fantasías que se mezclan en mi mente
y, a la par que me complacen me confunden. La imaginación es poderosa en la
mente inquieta y el cuerpo que desea y, cuando se activa, empieza una espiral
sin fin en la que en cada giro aumenta la velocidad, aumenta el radio, aumenta
la estela, aumenta el deseo y el cuerpo despierta. Placer mental que se
retroalimenta al calor que la tinta de la pluma deja sobre el papel según se
dibujan las letras que describen la mental escena.
Y mi
inconformismo me lleva a leer y releer lo ya escrito buscando pulir rebabas y
abrillantar detalles, en los que me sumerjo, en apnea imposible que me priva
del vital aire a la par que la más primitiva de las excitaciones se apoderan de
mi voluntad, derivándome, cuál náufrago exhausto, a esa isla desierta en la que
mi masculinidad no conoce la vergüenza y se yergue desafiante en mi regazo
mientras termino de dar forma al texto, sobre el que queda algún borrón de
tinta cuando mi pulso tiembla por la excitación que mi cuerpo acumula dejando
el mismo muestras de gotas traslúcidas que involuntariamente mi miembro
expulsa.
Llega el
calor, la respiración agitada, el corazón acelerado, los sofocos, la salvaje
excitación de sentir el aire acariciando mi cuerpo desnudo sentado frente al
escritorio y las palpitaciones bajo mi vientre manteniendo erguido mi sexo que
clama por ser liberado en tan agónica escena.
Y en
placentera sincronía, al tiempo que los protagonistas de mi calenturienta…
¿fantasía?, ¿recuerdo?, quizá fusión de las mismas, se retuercen de placer
cuando les asalta el clímax, mi cuerpo les acompaña fundiéndose en un
compartido éxtasis que hace que me abandone hasta recuperar la cordura.
Perdón
por la impostura si acaso mi elucubración no fue de tu interés, más sólo
pretendía buscar refugio, como decía al principio, quizá de mis propios
demonios. No desaprovecharé la ocasión para invitarte a que eches un vistazo a
mis tres viejos e incompletos cuadernos, con la advertencia de que no pretenden
ser nada, sólo un pequeño refugio para mi pecadora alma.
Perdón ??
ResponderEliminarPor qué ??
Me estremezco con cada letra y con cada palabra ,es precioso
Perdón por mi divagación, quizá pesada.
EliminarPara nada ,pesada
ResponderEliminarGracias.
EliminarBarroca manera de describir un episodio de mero onanismo
ResponderEliminarMomentos íntimos de placer solitario. Gracias.
EliminarMaravillosa confesión, tan sincera y tan natural que invita a leer cada idea, pensamiento o deseo que plasmes en el papel...
ResponderEliminarMuchísimas gracias. Libros abiertos de par en par.
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