METRICOOL

jueves, 25 de mayo de 2023

SUTIL PROVOCACIÓN



Solos, anduvimos por el Paraíso, desnudos, con la conciencia tranquila y la mirada inocente, paseando de la mano por la ribera del arroyo, dejando que el agua salpicara con simpatía nuestros cuerpos, correteando, persiguiéndonos, abrazándonos y jugando como castos seres, ajenos a las tentaciones que nuestras anatomías podrían ofrecernos. Más lejos de permanecer serenos en ese idílico valle, la tentación apareció ante nosotros en forma de apetitosa manzana. La bicha malmetió, instándome a que del manzano árbol cogiera la manzana fruta y, aupándome con tu ayuda, alargué la mano para recolectar la más espléndida. Y tras haberla enjuagado en la cristalina agua y ofrecértela como delicioso manjar, sin titubear la mordiste. Y tu reacción giró el gesto de tu rostro, y tu jovial sonrisa se convirtió en una traviesa mueca, y tu mirada limpia escudriñaba ahora mi entrepierna, y tu pausada actitud se tornó en una agitada ansia. Y desconcertado por tu extraño comportamiento, con angustia te pregunté ¿Estás bien? ¿Te pasa algo? ¿Acaso la manzana está corrupta?, y acercándote a mi como nunca antes habías hecho, mientras con las manos me sujetabas por las nalgas, me susurraste al oído, con un tono hasta ahora desconocido por mí: muérdela tú también, pues deliciosa es, sabrosa y jugosa, dulce y carnosa y deja en la boca un gusto especial. Y obediente, mis dientes hinqué sobre la rojiza fruta y, antes de terminar de tragar ese primer bocado, mi respiración comenzó a agitarse al ver tus redondos pechos, coronados por tus tostados pezones, moviéndose de izquierda a derecha al ritmo que tus caderas marcaban inquietas. Y sin saber de dónde vino, apareció en mí un incontrolable deseo por traerte hacia mi cuerpo, sujetándote por la cintura, para poder besar esas estupendas tetas.

Se obró el maleficio y se precipitó el carnal pecado. Y en nuestras pieles aparecieron reacciones hasta entonces desconocidas. Y nuestros cuerpos descubrieron rincones que no sabíamos que existían, y excitantes sensaciones afloraron sobre nosotros.

Estupefacto, al sentir la suavidad de tus pechos en mis labios, no alcanzaba a comprender qué tenían ahora esos senos, que tantas y tantas veces habías estrechado contra mi torso y que, hasta ahora nunca nada habían provocado, y ahora, en cuestión de segundos, mi entrepierna habían potenciado, transformando mi dormido pene en un rígido y salido falo. Y tú, ser jovial y modoso, poco tardaste en querer degustarlo y, sin pedir aprobación, ante mi te arrodillaste para, asiéndome con una mano ante tu boca llevarme, y comenzar a lamer, chupar y succionar, como queriendo extraer el licor que tu fogosidad calme. Y el ritmo aumentaste, al tiempo que con una mano me agitabas y con la otra libre, mis huevos apretabas sin compasión, hasta que te grité ¡Para!, pues una sensación extraña se había adueñado de mi bajo vientre, mientras un calor hormigueante había ido izándose por la cara interna de mis muslos hasta congestionar toda mi masculinidad, seguido lo cual sentí una ligera flojera al liberarme de tus labios y proyectar unas pequeñas gotas con las que mi glande te salpicó. Resoplé. Desconcertado, pues lejos de sentir liberación tenía mucho más veneno acumulado. Y ahora fui yo quien, ante tu cuerpo, y buscando tu celo, con mi nariz recorrí tu anatomía. Alzaste las manos sobre tu cabeza y contra el tronco del árbol te poyaste, mientras mi boca recorría tu espalda, dejando un rastro de humedad, mientras descendía guiado por el instinto, deseoso de encontrar la flor que responsable protegías, hasta que al final de tu espalda llegué y, confuso y obtuso no entendí, y me pregunté ¿Dónde está eso que busco y sé que existe? ¿Dónde está ese preciado tesoro? Y nervioso seguí lamiendo, separando los cachetes de tus nalgas con mis manos, resbalando la lengua por el desfiladero que tus glúteos dibujan, hasta llegar a un pequeño oficio, que contraías cuando mi lengua sentías, entendiendo el juego de dibujar sobre él círculos con mi mojado apéndice, presionándolo cada vez más intensamente, lo que te arrancaba tímidos gemidos que me indicaban que estaba en el camino correcto. Y con ansia te lamí, alargando el recorrido de mi lengua cada vez más, apretando con mi lengua cada vez más, más, más, más y más rápido, hasta que descubrí entre tus muslos la fuente del pecado que, ante el primer lametón, comenzó a destilar su elixir haciendo brillar tus labios vaginales, desplegándolos como alas de mariposa, empujando tu clítoris al exterior, tiritando de placer. No pude evitar lanzarme a por tan apetitoso bocado y, hundiendo mi rostro entre tus muslos, con la cara empujé hasta que tuve ese sonrosado botón entre mis labios, succionándolo con fuerza hasta arrancarte un largo grito de placer. Pero si esto te complacía, el sentir tu humedad, tu olor, tu sabor, el tacto de tu piel, la visión de tu sexo, provocaban que siguiera salvaje y erecto. Sin levantar mi lengua de tu vulva, apretando con fuerza la arrastré hacia atrás, penetrándote con ella cuando alcanzó la entrada de tu cuerpo. Una intrusión y una salida efímera por la facilidad con la que resbalaba por esa mezcla viscosa de flujos y saliva, que extendía por tu perineo, por tu ano, hasta perderse entre los cachetes de tu culo camino de tu nuca. Y al tiempo que me iba irguiendo, mi erección se hacía más patente entre tus muslos, hasta quedar mi verga prisionera bajo tu mojado coño. Al sentirme de puntillas te pusiste, tu espalda arqueaste, tu culo sacaste y con habilidad mi glande buscaste hasta que lo engulliste, al tiempo que tu nuca mordí confirmándote el placer que me hacías sentir. La razón se perdió como se perdió la inocencia con la lasciva manzana. Y sin pensar nuestras caderas acompasamos, ritmo endiablado que bamboleaba tus tetas y empapaba mis huevos con el licor de tu entrepierna, cada vez que empujaba con fuerza en tu interior. Satánico baile el de la pasión salvaje, acunando tus senos en mis manos, deslizando una de ellas hasta tu pubis para, en un altruista gesto, hacer vibrar mis dedos sobre tu clítoris, intentando ayudarte en la búsqueda del placer supremo, haciéndote gemir cada vez con más fuerza, haciendo que te movieras cada vez con más rapidez, provocando que me ordeñaras cada vez con más brío hasta llegar a ese punto de no retorno en el que, con magistral habilidad, al tiempo que te martirizaba el clítoris, alargaste una mano entre tus muslos alcanzando mis testículos, tirando de ellos hacia ti como si estuvieras poseída, momento en el que gruñí como bestia salvaje al tiempo que descargaba mi semen inundando tu interior, lo que te hizo jadear sofocada al tiempo que te corrías y me acompañabas en el clímax.

Exhaustos y sudorosos, recuperamos la calma. La serpiente observaba curiosa, la manzana mordida yacía olvidada sobre la yerba y nuestros desnudos cuerpos, ahora pecadores, lucían un espectacular brillo, haciéndolos todavía más bellos.

De la mano fuimos al arroyo, donde nos bañamos y refrescamos, mirándonos, ahora ya, con otro brillo en los ojos.

Estamos hambrientos, alargo la mano, alcanzo una manzana. ¿Quieres darle un mordisco?


 

2 comentarios:

  1. Cabecitalinda21 mayo, 2025 15:00

    Interesante y atrayente versión la que le has dado al paraíso, me encantó la forma en que cambias la inocencia por el fuego de la tentación, aunque a veces no hace falta manzana para ello, el deseo está presente en la mente...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La mente es la que nos hace ver inocentes frutas como objetos de deseo.

      Eliminar

Deja tu comentario sincero sobre lo que te ha parecido el relato. Lo leeré con mucha atención. Gracias.

LA TÉNUE LUZ DEL ALBA

La ténue luz del alba se colaba entre las cortinas reflejando bellas sombras sobre nuestros cuerpos desnudos. Todavía dormías, como un áng...