Amanezco
sudoroso por el intenso calor de esta noche de verano y lo primero que hago es
girarme, contemplarte desnuda sobre las sábanas y deleitarme con tu cuerpo
yaciente, con ese brillo de tu piel, con tu tacto de melocotón, con esas curvas
de mujer rotunda, con ese gesto sereno de merecida placidez, esbozando una leve
e inocente sonrisa que, a su vez, me hace sonreír por intuirte dormir
satisfecha y feliz.
Y me
dirijo a la ducha, dispuesto a refrescarme y terminar de despejarme y, con el
agua tibia tirando a fría, meto mi cuerpo bajo el chorro de la alcachofa,
levanto la cara y dejo que salpique mi rostro, mientras respiro por la boca y
siento como resbala por mi cuerpo desnudo.
Recuerdo
tu rostro de bella durmiente, con ese gesto de falsa ingenuidad, y a mi mente
viene el brillo de tus ojos a la luz de la luna, dibujando con tus labios una
leve sonrisa que te hacía parecer engañosamente frágil.
Y sigo
recordando cómo te sentaste sobre mi cuerpo tumbado boca arriba, cómo alargaste
tus manos y cogiste mis muñecas, llevando mis brazos sobre mi cabeza, como te
mordiste el labio inferior, asegurándote de que te mirara, mientras movías
alternativamente tus hombros provocando un balanceo hipnótico de tus senos
sobre mi rostro.
Y tu
descarada insinuación pronto obtuvo resultados, llevando mi masculinidad a una
rigidez pétrea, alimentada por el dulzor de tus tostados pezones que,
alcanzados por mi lengua, comenzaban a marcarse sobre tus esféricos pechos.
Y eso te
llevó a mover con suavidad tus caderas, en un lento y suave arrastrar el
vértice de tus muslos sobre mi miembro latente, frotando tu vulva contra mi
verga. Despacio, tortuosamente, dejando que tu cuerpo comenzara a destilar el
elixir del placer embadurnándome poco a poco, convirtiendo el torpe roce en un
suave y placentero resbalar, donde nuestros sexos se deslizaban, piel contra
piel mojada, como un mecanismo perfectamente lubricado.
Y en tu
vaivén, el hambre de tus caderas te llevó a buscar la manera de engullirme sin
piedad, moviendo tus nalgas dibujando imposibles círculos, yendo de izquierda a
derecha, buscando desplegar por completo los pétalos de tu flor, hasta encajar
la cabeza de mi ariete entre tus labios vaginales, y en un hábil y acrobático
gesto de tu culo, comenzar a enterrarme en tu interior mientras yo te ayudaba
empujando con mi cintura hacia arriba, hasta quedar totalmente oculto en tu
cálida y húmeda cueva.
Y con
medida lentitud te moviste sobre mi cuerpo, apretando con fuerza tus músculos,
aprisionando mi polla, masajeándome con tu delicioso coñito, mientras tus tetas
seguían ahí, al alcance de mi boca.
Y la
respiración agitada invitó a la fiesta a generosos suspiros que,
inevitablemente, se convirtieron en obscenos gemidos y en desgarradores
gruñidos, muestras descaradas de un placer exquisito y soberbio.
Y tus
tetas comenzaron a botar sobre mi cara cuando tu culazo comenzó a saltar sobre
mi verga, sensaciones demoledoras que nublaron mi mente y te arrastraron al
abismo de tu clímax que me anunciaste empapando mis huevos con tus flujos y
exhalando un grito ahogado de placer, y como dos suaves olas separadas por una
fina lengua de tierra, nuestros cuerpos se fundieron en una dulce marea,
compartiendo mezclados fluidos cuando derramé mi néctar en tu sabroso sexo.
Y
enfrascado en estos recientes recuerdos, mientras enjabonaba mis nalgas, tuve
la sensación de sentirme observado. Me giré y ahí estabas, desnuda, apoyada en
el quicio de la puerta, contemplándome, con tu dulce mirada y tu inocente
sonrisa.
Una mente incansable...
ResponderEliminarUna mente inquieta.
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