En sombra entra la platea cuando las
luces se apagan y los focos alumbran el telón que comienza a correrse dejando,
desprotegidos ante el público, a la pareja de “bailaores”.
El maestro rasga las cuerdas de la
guitarra, a la que le arranca sonidos vibrantes y profundos, al tiempo que los
danzantes levantan los brazos sobre sus cabezas, con los codos semidoblados, y
hacen replicar las castañuelas.
El cajón marca un ritmo que los tacones
siguen. Se obra la magia. La pareja recorre las tablas, giran sobre ellos con
las miradas clavadas en las pupilas del otro. Y la música se interioriza y se
mezcla con el arte que desfigura los cuerpos en escenas imposibles.
La pareja entra en trance. Sólo escucha
los instrumentos que dictan los movimientos espontáneos que les sincroniza. El
arte sale de las mismas entrañas. Aparece el duende.
Y en cada pase los cuerpos se van
acercando más y más, hasta rozarse. Y los ojos brillan más y más cuando las
miradas se buscan, se cruzan y se encuentran. La piel se eriza y el deseo nace
y se potencia con cada nuevo paso de baile, cuando las anatomías se abandonan y
nublan la mente, haciéndonos entrar en un túnel en el que sólo estamos tú y yo.
La música para al tiempo que acabamos el
baile. El público aplaude. Saludamos mientras el telón cierra la escena. Agradecemos
su interpretación a los músicos antes de retirarnos a los camerinos. En la
puerta del tuyo te felicito, mientras te miro a los ojos y veo en su brillo la
mirada del deseo. Acerco mi rostro al tuyo para darte un beso y las chispas
saltan cuando nuestras pieles se rozan. El duende sigue presente. Pasa y
bailemos, sugieres.
Entramos en la cabina y cierras con
llave. Pones música suave. Me miras, alargas la mano cogiendo la mía y nos
abrazamos mientras comenzamos a dar vueltas sobre nosotros, bailando pegados,
sintiendo como nuestros corazones no encuentran la paz. Nuestras respiraciones
se aceleran y nuestros cuerpos siguen transpirando.
La tensión vivida y generada en la
actuación se mantenía entre nosotros, ahora sobre elevada en la intimidad del
vestuario.
Brindemos, me invitas, y del mueble bar
sacamos una botella de frío cava, que descorchamos y del que nos servimos dos
copas. Por nosotros, brindo, por el baile, apuntas, y le damos un largo sorbo
al refrescante espumoso mientras no dejamos de mirarnos.
Estamos sudados, me dices, al tiempo que
propones ¿Por qué no nos damos una ducha y nos vamos a celebrarlo?, no pudiendo
rechazar tan sugerente invitación. Pero la atracción es demasiado fuerte como
para romper la magia del momento y, casi sin ser conscientes, vamos besándonos
camino de la ducha. Dejas que corra el agua hasta alcanzar la temperatura
adecuada mientras, apresurados, nos quitamos la ropa.
Y quedas desnuda ante mí, y estupefacto
te miro sin poder disimular mi asombro, pues si bien bailas y guapa eres, la
belleza rotunda de tu cuerpo me cautiva. Curvas magistralmente trazadas dibujan
las copas de tus senos, la silueta de tus caderas, la potencia de tus nalgas,
enmarcadas en unas insinuantes caderas. Ensortijado pubis que protege la bella
flor que entre los muslos tienes. Todo ello sustentado por unas bonitas piernas
de muslos torneados, forjados a golpe de baile y tacón. Cuerpo generoso y
proporcionado, de salvaje atractivo, acompañado por tu racial mirada. Gesto
inescrutable, melena negra de piel gitana, ojos grandes y curiosos, labios
carnosos y hambrientos, sonrisa pícara que se amplía cuando observas mi ropa
caer y ante tus ojos me muestro desnudo. Cuerpo atlético, sin estar musculado,
pecho ancho, resistentes hombros, brazos largos y fuertes, piernas definidas y
marcadas, vientre plano, duras nalgas, sexo inerte, que se balancea cual badajo
con cada movimiento, acompañado por la inercia de las esféricas formas que tras
él asoman. Mi mirada turbia, enigmática, valiente, mi mueca provocativa,
mientras humedezco mis secos labios con mi lengua ardiente.
Y el agua resbala por nuestros cuerpos
abrazados mientras nuestras bocas se devoran, lenguas que se anudan y desatan,
senos que contra mi pecho se aplastan, manos que espaldas recorren, sexo que con
rigidez se marca. Y en fuego entramos, aparecen llamas. Bajo la lluvia, contra
mi muslo frotas el tesoro que atesoras y bajo tu ombligo aflora. Con tus manos
con fuerza agarras la erección que impertinente asoma. Y los ojos hablan, los
gemidos gritan y los cuerpos bailan. La música suena y las ganas mandan.
Despiertas al salvaje hombre que se esconde tras el caballero andante. Y te
volteo poniéndote contra la pared de la ducha. Y tus manos elevas sobre tu
cabeza y sobre ellas te apoyas. Tu nuca beso, tu cuello muerdo, tu espalda
arqueas y sientes mi lengua arrastrarse, vértebra a vértebra. Tus caderas
sujeto como quien sujeta a una furiosa hembra, tus nalgas separo y mi lengua
explora. Tras tu cuerpo caigo para con mi boca, alcanzar cualquier rincón, besar
todos tus secretos, lamerte hasta volverte loca.
Oigo tus gemidos cuando acierto con el
punto más sensible que mi ansia provoca y, sin dejar el contacto con tu piel,
desde tu entrepierna mi lengua arrastro hasta regresar a tu sabrosa boca. Y
giras tu cabeza asomando tu lengua que de nuevo con la mía se entrelaza, a la
vez mi rigidez entre tus muslos choca. Y separas tus piernas, de puntillas te
aúpas y, mientras tus pechos acuno, con profundidad penetro, empujando con
destreza para complacerte toda.
Y siento tu ardiente cuerpo, y tus
lubricantes flujos, y el placentero movimiento que tu culo provoca. Y muerdo
tus hombros, aprieto tus senos, pellizco pezones, no te doy tregua, y embisto y
gruño y me siento potro cubriendo a su yegua.
Y te revelas. Te zafas de mí, te vuelves
y con tus manos sobre mis hombros al suelo de la ducha me llevas. Y me tumbas,
y me miras, de pie, desde arriba y veo tus curvas, tus redondas tetas, tu
fabuloso culo y los sonrosados labios que de tu sexo aletean. Y en controlada
caída, en cuclillas sobre mi te sientas. Encaras mi miembro, con él te frotas,
levantas la cara hacia el agua y con un profundo gemido en tu interior lo
acotas. Y caes más, mis huevos aplastas, sobre mi pecho te apoyas. Empujo hacia
arriba, me sigues el ritmo, tus pechos se agitan y con mis manos bajo tus
nalgas te ayudo mientras mi boca tus pezones busca y los muerdo cuando con una
mano mis pelotas aprietas, tirando de ellas hacia arriba. Poderosa hembra. Me
arrancas gruñidos, jadeos, exabruptos que tus oídos recogen y asumen,
descifran, y ordenan a tus caderas que el baile no cese, que siga la fiesta. Y
cual experta amazona me cabalgas como si tu mejor caballo fuera, debocando mi
placer, provocando mi derrame, corriéndote al tiempo que en tu interior mi lava
vierto. Fin de la escena.
Te apoyas en mi pecho, el agua sigue
cayendo sobre nuestros desnudos cuerpos. La paz llega. Me abrazas, te abrazo,
me besas, te beso. Reposo y cariño, amor y belleza.
Tú relato realmente me ha embelesado, esa forma de describirlo todo incluso los cuerpos que pareces estar tocando, ese paso de caballero andante a hombre salvaje que cambia la dulzura por pasión, los besos, los abrazos, todo lo relatas con auténtica devoción...
ResponderEliminarTodo lo describo como mi mente lo imagine, como mi piel lo siente.
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