Bramando como un toro me derramé inundando tu interior a la vez que
jadeabas compartiendo conmigo tu placer.
Todo transcurrió rápido, que no deprisa, y debió ser el intenso sabor del
licor con el que dimos por concluida la cena, el que desató tus ganas de querer
compartir tu gusto con mi boca, enredando nuestras lenguas en nudos húmedos y
cálidos.
Pero nuestros cuerpos no permanecieron ajenos a los estímulos que
despertaban la sensibilidad de nuestras pieles y, a la vez que nuestras
respiraciones se agitaban, nuestras manos se desesperaban por destapar hasta el
último centímetro de nuestra anatomía.
Nuestras ropas quedaron esparcidas por el suelo del salón, mientras el
confortable sofá contemplaba, mudo y discreto, nuestros cuerpos desnudos y
entregados.
Ardían nuestros sexos, latían sin control nuestros pechos, y el olor
penetrante del cuero que tapizaba el mueble humedecido por la transpiración de
nuestros cuerpos, nos elevaba a un estado de entrega total y salvaje.
Sentada sobre mí, cabalgabas desbocada, aplastando mis huevos con tus
nalgas cada vez que caías, engullendo entre tus muslos mi erección, mientras
tus pechos se bamboleaban insolentes al alcance de mi lengua.
Mis manos sobre los cachetes de tu culo te ayudaban en cada vaivén, rozando
con las yemas de mis dedos tus labios húmedos y tu ano, lo que te arrancaba
gemidos que transmitían especial placer.
Comenzaste a destilar por tu sexo un néctar viscoso que quemaba en mi
glande, que mojaba mis huevos, que anunciaba que tu clímax se impacientaba por
hacerte retorcerte de placer.
Te volteé, y poniéndote de rodillas sobre el sofá, apoyaste tus manos sobre
el respaldo, y desde atrás, sujetándote por las caderas, comencé a entrar y
salir rítmicamente en tu interior.
Agarré tu cabello tirando de él, haciéndote levantar la cabeza y arquear la
espalda, lo que provocó que comenzaras a mover tus caderas endiabladamente,
jadeando sin consuelo mientras te acariciaba el ano con la yema de mi dedo
índice. Sentir como contraías y relajabas tu esfínter ante la presión de mi
dedo me excitó brutalmente, llevándome a empotrarte sin misericordia, hasta
que, a los pocos segundos, sentí tu sexo contraerse sobre mí, exhalando un
alarido de placer al sentir mi dedo invadir tu agujero lo que nubló mi vista y
desató el primitivo mecanismo que me llevó a vaciarme con fuerza en tu interior
mientras un gruñido, ronco y prolongado, salía de mi garganta.
Velada que comenzó romántica y terminó apasionada, sin haberlo previsto.
Velada placentera con tu placentera piel. Velada memorable. ¿Velada para
repetir? Solo tienes que decirme “sí”.