Indisciplinada, y poseída por la excitación que se apoderó de su mente, no
fue capaz de moderar su comportamiento, y agitando su cuerpo, desoyó mis
instrucciones buscando su placer, retorciendo mi verga en el interior de su
sexo con endiablados movimientos, hasta que oleadas de rítmicas contracciones
la hicieron correrse al tiempo que me vaciaba en su interior, jadeando como una
auténtica bestia.
Pero en su irreverencia está el castigo, pues sería por mi parte ser muy
mal mentor si no corrigiera tales actitudes.
Y tras el reposo llegó la lección, esa que le enseñaría a escuchar las
señales de su cuerpo, esa que la ilustraría en el delicado arte de disfrutar de
cada sutil sensación, esa que le exigiría obediencia a las órdenes de su Señor,
que solo busca hacer de ella una mujer capaz de disfrutar, que solo busca su
mayor, exquisito y sibarita placer.
Se mostró dispuesta y colaboradora, consciente de su error, y ella misma,
completamente desnuda, ató sus tobillos a las patas traseras de una silla.
Mientras yo contemplaba la escena de esa mujer en cueros y en cuclillas anudándose,
acelerándome el pulso. Me acerqué por su espalda y le tapé los ojos con un
largo pañuelo de seda negra. Acto seguido, anudé sus muñecas al alto respaldo
de la silla.
Estira la espalda, le dije, y se arqueó haciendo sobresalir su culo y
elevando sus hombros. Vas a sentir el flogger en tus nalgas, le susurré al oído
y, por unos segundos, contuvo la respiración. Arrastré despacio las colas de
cuero entre los cachetes de sus glúteos, subiendo despacio por su espalda, y al
llegar a sus hombros deshice el camino, lo que le provocó un escalofrío que le
erizó la piel, despertando sus hasta ahora inocentes pezones.
Dejo de tener contacto y le susurré: “contrae fuerte el culo”, lo tensó,
haciéndolo brillar con el reflejo de la luz, y las colas del flogger se
estrellaron contra sus nalgas, abrazando todas sus redondeces, al tiempo que
exhaló un sonoro suspiro.
¿Te ha dolido? –no, contestó, y mi mano acarició su culo, reconfortándolo.
Serán nueve más, le advertí, y sin pronunciar una sola palabra asintió con la
cabeza.
Al recibir la quinta imposición, sus nalgas se veían sonrosadas y al tacto
de mi mano se mostraban hipersensibilizadas, pero el castigo comenzaba a ser
efectivo.
Cada vez que el cuero contactaba con su cuerpo, un ligero temblor hacía
vibrar sus pechos. Los acuné en mis manos, endureciéndose por momentos y
pinzando sus pezones ya turgentes.
Aprieta fuerte el culo, vamos a por la sexta, y cada vez lo apretaba más
fuerte, con más intensidad, durante más tiempo, apenas relajándolo un instante
cuando sentía la caricia de la palma de mi mano.
Y llegó la décima, que consolé como el resto, advirtiendo como su sexo
había comenzado a manifestarse. Sus labios vaginales estaban desplegados y de
ellos colgaban penduleantes hilillos de su viscoso flujo.
Cogí el flogger al revés, dejando su mango de cristal torneado libre y lo
llevé entre sus muslos hasta su pubis. Presioné y lo arrastré abriendo por
completo su vulva hasta llevarlo a su ano, que empecé a acariciar lubricándolo
con sus propios flujos.
Y el placer se desató de nuevo, comenzando a gemir y a mover su culo,
buscando frotarse como una yegua en celo. Le volví a susurrar, -no, todavía no,
no se te ocurra correrte de nuevo, pero mis palabras, lejos de calmarla, la
alteraron más todavía.
Volví a recorrer su entrepierna con el mango de cristal, que resbalaba con
total facilidad, de delante hacia atrás, una y otra vez, recogiendo sus flujos
y llevándolos a su esfínter, y cada vez la sentía más mojada, más nerviosa, más
excitada. Y cada vez presionaba más fuerte contra su cuerpo y cada vez suspiraba
con más agitación hasta que no aguantó más la lenta agonía del orgasmo ausente
y suplicó que la dejara correrse.
No va a ser tan fácil, le dije al oído con voz grave. Y con la punta del
juguete, volví a presionar sobre su pubis, aplastando su clítoris, haciéndola
agitarse y, al resbalar entre sus labios, se puso de puntillas buscando la
mejor posición para engullir el cristal tallado, y al encontrarlo se dejó caer
insertándoselo hasta la unión con las colas de cuero mientras soltó un alarido
de placer que me hizo empalmarme como un semental. Sus flujos impregnaron mis
dedos y el olor almibarado del cuero mojado me sacó de mis casillas. Giré el
mango, dándole vueltas en su interior mientras arqueaba las caderas, y comencé
a retirarlo lentamente, mientras ella lo acompañaba con su cuerpo negándose a
dejar de sentirlo en lo más profundo de su coñito. Lo apretaba hasta casi
succionarlo y cuando salió el último tramó sonó como cuando se libera la
presión de una ventosa.
Ahora no aprietes, le ordené, relaja tu ano, y apoyando la redondeada punta
del cristal, comencé a presionar lentamente. Relaja, insistí, relaja el culito,
inspira profundamente, y al separar sus nalgas, y con una ligera presión, el
primer tercio del mango se introdujo en su esfínter, arrancándole un grito
ahogado de placer. ¿Quieres más? –sí, por favor. Buena chica, relaja un poco
más, y mientras yo ejercía una ligerísima presión, ella comenzó a empujar con
sus redondas nalgas hacia atrás, todo lo que las ataduras le permitían, pero lo
suficiente para follarse el culo con el mango completo.
Es hora de apretar, le indiqué. Aprieta fuerte de nuevo y mantén la
contracción, y sus labios vaginales se tensaron. ¿Sientes la diferencia?
Pregunté. Sí, confirmó. Y el juego comenzó. Relaja, ordené, y al soltar tiré
despacio sacando un tercio del juguete. Ahora aprieta de nuevo, y tras unos
minutos le pedí que relajara, y tiré de nuevo sacando otro tercio, Y el juego
continuó, apretando y relajando, sacando y metiendo, hasta que su coño comenzó
a licuarse de nuevo, llorando esos hilos de viscoso y transparente flujo.
Mi verga estaba hinchada y el glande brillaba violáceo. Me puse tras ella y
deslicé mi polla entre sus muslos, sintiendo inmediatamente su humedad. La cogí
por el cabello y tiré hacia atrás haciéndole levantar la cabeza. ¿Sientes mi
polla?, sí contestó. ¿La quieres? Por favor, rogó. Y comenzó a doblar sus
rodillas para separar más sus muslos. Tenía las manos ocupadas, una en su
cabello y la otra con el flogger, cuyas colas sujetaba hacia arriba para que no
interfirieran en esa deseada cópula. Comenzamos a buscarnos y no tardamos en
hacer coincidir su mojado y caliente coño con mi erecto miembro. Sentí en mi
glande una humedad que abrasaba, y al sentirme, ella comenzó a agitarse
poseída. Tranquila, no cometas dos veces el mismo error, le advertí, e
inspirando profundamente aplacó su instinto. De un empujón entré hasta lo más
profundo de su coño, comenzando a sentir su humedad en mis huevos, que colgaban
abandonados en el abismo de su entrepierna. Aprieta fuerte, le dije, y comenzó
a apretar, ciñendo sus paredes vaginales a mi verga. Sentía su presión y eso me
enloquecía. Relaja, indiqué, pasados unos minutos, y mi polla quedó liberada,
palpitando ahora ella por sí misma. Aprieta de nuevo, y volvía a apoderarse de
mí, relaja, y me soltaba a su antojo. Y así estuvimos hasta que sentí como mis
huevos activaban el mecanismo de descarga. Aprieta ahora fuerte, le dije y
empujé hacia arriba con todas mis fuerzas, haciéndola casi perder el
equilibrio. Me voy a correr, me dijo y le concedí su orgasmo, dámelo ahora, al
tiempo que comenzaba a bombear mi semen en su interior y tiraba del cristal,
sacándolo de su culo mientras se corría, todo ello con la sinfonía de gemidos,
jadeos y gruñidos que salían de lo más profundo de nuestro cuerpo.
Su espalda brillaba sudada y yo sentía correr la humedad por mis huevos.
Apriétame ahora, le dije, ordéñame hasta la última gota. Y comenzó a contraer y
relajar rítmicamente, manteniéndome empalmado unos minutos más.
Orgasmo didáctico que le hizo ser consciente de lo que se siente cuando se
aprieta y cuando se relaja, cuando el cuero cae sobre tu piel y cuando una mano
consuela con una caricia. Sensaciones únicas al sentirse invadida en plenitud.