Un caballero es, simplemente, un
lobo paciente. ¿Será verdad?
Nada es lo que parece, pues hasta el más romántico de los hombres tiene su lado oscuro.
Un caballero es, simplemente, un
lobo paciente. ¿Será verdad?
Día de descanso, día de placer. Voluntaria
entrega. Que comience el juego!!!
Agotado tras una larguísima jornada, por fin, llegué a mi casa. Habían
pasado más de diez horas desde que había salido por la mañana temprano. Según cerré
la puerta de la entrada, dejé mi cartera en mi pequeño despacho y, camino del
dormitorio, fui quitándome la chaqueta, la corbata, el cinturón y los zapatos,
dejando la ropa colgada de sus perchas y los zapatos recogidos, como siempre
hago. Estaba realmente agotado, desde que aparqué en el garaje, mi mente solo
pensaba en una larga y reconfortante ducha, imagen en la que me recreé los
segundos que el ascensor tardó en subirme al ático donde vivo y, tal era el
cansancio, que con solo liberarme de la corbata y los zapatos sentí tal alivio,
que me fui directamente a la ducha.
El agua templada comenzó a caer en forma de fina lluvia e inmediatamente, y
con los ojos cerrados, me puse bajo ella. ¡Qué sensación tan agradable! Pensé,
disfrutando del líquido elemento, hasta que, al alargar mi mano hacia el
dispensador de gel, abrí los ojos y me percaté de que no había terminado de
desnudarme. Una amplia sonrisa se dibujó en mi rostro y, lejos de disgustarme,
continué disfrutando de esa ducha.
Comencé a desabotonar mi blanca camisa, completamente pegada a mi piel,
mientras acariciaba mi pecho, hasta librarme de ella. Me quité los pantalones y
los calcetines, totalmente empapados, y con la sensación de humedad en mi bajo
vientre apreté con medida fuerza los atributos que mi bóxer protegía,
produciéndome un intenso y efímero placer, aunque suficiente para despertar mi
deseo.
Los arrastré por mis muslos y aparté en un rincón de la ducha con el resto
de la ropa, rozando mi sexo el algodón mojado, provocándome un excitante placer
al tiempo que mi masculinidad adquiría cierta turgencia.
En ese instante recordé la noche que, llegando, como hoy, cansado a casa, y
ya estando desnudo en la ducha, bajo el agua, apareciste en el baño como una
diosa providencial, desnuda y bella, y te metiste conmigo, bajo el agua,
abrazándome por la espalda. Sentir tus pechos aplastados contra mi espalda me
produjo un cálido placer, a la par que una adolescente erección, que no pasó
desapercibida para ti, cuando en tus manos, que rodeaban mi cuerpo, sentiste el
tintineo de las palpitaciones de mi miembro enervado. Con delicadeza extrema
abriste tus manos para asir con delicadeza mi falo mientras con la otra mano
sopesaste mis testículos, y un gemido, largo e inspirador, salió por mi boca,
mientras mis caderas comenzaban a moverse instintivamente.
Pasé mis manos hacia atrás, y alcanzando tu piel, te atraje hacia mí más
todavía, para seguidamente deslizar mi brazo derecho entre nuestros cuerpos
hasta alcanzar, con las yemas de mis dedos, los rizos de tu pubis, que acaricié
con mimo tal como tú hacías conmigo. Separaste tus muslos y alargué mi mano que
empujé todo lo que pude, hasta tenerte prisionera en la palma de mi mano,
haciéndote elevar de puntillas al sentir tu sexo indefenso y provocado.
Me zafé de ti e invertimos los papeles, quedando ahora tú delante de mí,
cara la pared, en la que apoyaste tus manos elevándolas por encima de tu
cabeza. Te abracé, y subí con mis manos por tus caderas, tus costados, hasta
sentir las redondeces de tus pechos, que acuné en mis manos, a la vez que mi
pubis se frotaba contra tus nalgas, buscando con mi verga el hueco entre tus
muslos. Pincé con las yemas de mis dedos tus pezones, de los que tiré hacia
adelante, hasta que resbalaron de entre mis dedos y volvieron bamboleándose a
su sitio, mientras te mordía en la nuca y comenzabas a respirar agitadamente.
Separaste más tus muslos, arqueaste tus caderas, dejando tu trasero en una
posición de ofrecimiento irrechazable y busqué tu entrada, topeteando contra
ti, frotando con mi glande tu vulva, una y otra vez, mientras el agua seguía
cayendo sobre nosotros. Ayudándome con mi mano, localicé la entrada de tu túnel
y con un leve empujoncito deslicé mi glande en tu interior, robándote un
gruñidito de placer. Me quedé quieto, disfrutando de como tu coño se contraía y
relajaba sobre mí, oprimiéndome y liberándome, pero tus demonios se habían
desatado y comenzaste a mover el culo como una posesa, provocando que, a cada
giro, a cada vaivén, mi verga fuera introduciéndose en tu cuerpo cada vez más
adentro, hasta que mis huevos, hinchados y pesados, cargados de mi esencia,
quedaron en la linde de tu coño, pegados a tus labios vaginales, momento en el
que embestí un poco más adentro de ti, casi haciéndote perder el equilibrio,
exhalando un excitante grito.
Pasé una mano bajo tu ombligo y rápidamente encontré tu clítoris, que
sobresalía hinchado, injustamente olvidado en esta fiesta, así que, apoyando
sobre él mis dedos alineados y juntos, comencé a moverlos de izquierda a
derecha, sintiendo como resbalaba y saltaba de dedo en dedo, completamente
lubricado por esa excitante mezcla de tus flujos con el agua de la ducha,
mientras nuestras caderas ejecutaban con absoluta perfección el rito del más
primitivo apareamiento, acompasando ritmos y embestidas. La sensación del agua,
mezclada con tus fluidos, resbalando por mis huevos, nublaba mi raciocinio, y
cada vez empujaba con más fuerza, provocando que de tus nalgas salieran
rítmicamente los excitantes sonidos de un inspirador chapoteo.
Tus gemidos aumentaron y se convirtieron en libidinosos jadeos, que
interpreté como de placer extremo, así que aumenté la velocidad y la intensidad
con la que frotaba tu clítoris, con la que te follaba desde atrás, con la que
mis huevos golpeaban tu cuerpo, con la que mordía tus hombros y tu nuca,
dejando mis dientes marcados en tu piel, hasta que, a la par que gritabas
sofocada, cerrabas con fuerza tus rodillas, encogiéndote sobre ti misma,
regando mis huevos con una suerte de cálido líquido que propulsaste de tu coño
y resbalaba por tus muslos, mientras tus contracciones ordeñaban mi polla, que
vaciaba mis testículos dentro de tu cuerpo.
Sujeté tu cuerpo con un fuerte abrazo, ayudándote a equilibrarte de nuevo,
todavía conmigo en tu interior. Quedamos inmóviles y comenzamos a recuperar el
aliento mientras sentía como todavía palpitabas sobre mi pene, que poco a poco,
iba resbalando de tu interior. Ya libres, nos pusimos frente a frente, nos
miramos a los ojos, que transmitían felicidad y, nos fundimos en un sincero
abrazo acompañado de un apasionado beso.
En ese instante recuperé la consciencia, abrí los ojos bajo el agua y me vi
con la verga erecta en mi mano y los restos de una recientísima eyaculación
siendo arrastrados hacia el desagüe de la ducha.
Recordarte me hizo volver a disfrutarte.
Echo de menos volver a ducharme contigo ¿Tú no?
Me dijiste que venías, que fuera
preparando todo. Lo hice. Los dos tenemos muchísimas ganas, y no de dormir.
Solo faltas tú. ¿Tardarás en llegar?
Sabias palabras, bella cita,
sinergia creada entre nosotros que nos hará sentirnos plenos, entregados,
satisfechos y realizados.
Del mismo modo que hay pequeñas
molestias que resultan insufribles, hay inmensos placeres que nunca son
excesivos. ¿No lo crees así?
Algunas mañanas de lunes me mantienen amarrado a la cama con una inmensa
pereza. Otras, en cambio, amanezco pletórico, vigoroso, activo, excitado. ¿La
razón? No la sé, más mi cuerpo despierta sensible, reaccionando al más mínimo
estímulo. Somnoliento todavía, disfruto de una dulce y agradable sensación.
Percibo esa rigidez bajo mi ombligo, que aumenta al contacto con las sábanas.
Te recuerdo vagamente y tu aroma viene a mi nariz, tu calor a mi cuerpo, el
sabor de tu piel a mi boca y tu humedad a la punta del ariete que, enredado entre
las telas, despertó antes que yo.
Y mis caderas comienzan ese vaivén buscando tu cuerpo que se dibuja en mi
mente. Y mi cuerpo se altera más. Y el placer aumenta, llevándome a un estado
casi tántrico. Y despierto, pensando que todo ha sido un sueño, hasta que
siento mi sexo salvaje. Incrédulo, llevo mi mano a mi pubis y me acaricio.
Doblo las rodillas apoyando los pies sobre el colchón. Separando los muslos,
aparto la ropa de cama y siento mis masculinos atributos colgando pesados e
hinchados, acariciados ahora por una brisa de aire fresco que, lejos de amainar
mis deseos, los potencia. Y sigo con sutiles roces y caricias, mientras el dedo
índice de mi mano izquierda recorre mis ingles, mi perineo, circunvala mi
escroto, que se estremece, y me hace elevar mis caderas, y aumento el ritmo, y
mi respiración se agita. Sigo con fuerza mientras acaricio mi abdomen, hasta
pellizcar mis pequeños pezones. Me enervo, me tenso, me arqueo, me agito,
aprieto con fuerza mis huevos y mi pequeño volcán entra en erupción, lanzando
borbotones de blanca lava que caen sobre mi vientre.
Inspiro profundamente, recupero el aliento, tu imagen se desvanece de mi
cabeza y quedo sobre la cama, yaciendo satisfecho, mientras mi corazón se
recupera, mientras mi sexo vuelve a su estado de reposo después de vaciarme del
néctar acumulado.
Hay mañanas de lunes en las que hubiera preferido amanecer contigo.
Siento
haberte molestado.
Oh, no, está
bien.
Estornudar es
perfectamente normal, pero… ese… estremecimiento es un poco inusual.
Sí, lo sé.
Tengo una condición extremadamente rara, cada vez que estornudo tengo un
orgasmo.
Bueno, eso es
extraordinario, nunca he oído hablar de eso.
¿Qué tomas
para eso?
Pimienta.
Con estos cambios de tiempo y
metidos en plena primavera, es normal que terminemos constipados o sufriendo las
consecuencias de alguna ligera alergia, que nos tendrá estornudando
permanentemente, incómodamente, o no. Para algunos será un engorro, sin embargo,
hay quien disfruta de esos estornudos por las especiales sensaciones que ellos
provocan en su cuerpo. Disfrutemos de ellos. ¿Estornudamos juntos?, tengo
pimienta.
Días lluviosos que invitan a, simplemente, dejar pasar el tiempo. Invitan a
emular el agua de la lluvia y a darse una ducha templada, con los ojos cerrados,
concentrado en como las gotas resbalan por mi piel y se deslizan por todos los
rincones de mi anatomía. Inspirando profundamente y, acaso, gimiendo con
timidez, cuando siento el agua en mi más sensible piel. Días que invitan a,
después de secarme frente al espejo, ponerme esa cómoda camiseta, sin nada más,
y mirar el ventanal en el que la lluvia resbala, dibujando senderos que son
recorridos gota tras gota. Días que invitan a recordarte en tardes así, tumbada
en el sofá con tu camiseta blanca y tus braguitas como únicas prendas. E
inspiro de nuevo y recuerdo el aroma de tu piel cuando mordisqueaba tu cuello,
y cómo me lo ofrecías girando la cabeza de un lado a otro mientras, hábilmente,
deslizabas una mano entre mis muslos buscando tu trofeo. Y como buceabas bajo
mi camiseta, la misma que hoy visto, ávida por palpar cada centímetro de mi
cuerpo. Y en estos días, con tus recuerdos, mi cuerpo reacciona y me torno
carnal. Y el deseo que habita en mí, disciplinado y contenido, se revela
salvaje e impertinente, haciendo que mi masculinidad cobre vida, que mi falo se
yerga y descubra, rozando el algodón de la prenda, y que esa suave brisa
recorra mis ingles, sofocando el calor de mis testículos, que cuelgan pesados y
cargados. Y me abandono, tumbado en el sofá donde tantas tardes lluviosas me
cabalgaste, al más egoísta onanismo. Agarro mi sexo y lo muevo sin prisa,
frotando la punta y bajando por el tronco hasta golpear mi escroto, tal y como
hacías mientras nos besábamos. Y aumento el ritmo, imitando los movimientos de
tu mano, que seguían el ritmo de las yemas de mis dedos en tu entrepierna. Y
elevo mis caderas, y arqueo mi espalda, y jadeo sofocado, y agarro mis huevos,
y los aprieto como queriendo sacar todo su jugo, y comienzo a lanzar
espasmódicamente chorros de semen sobre mi torso. Y recupero el aliento, la
flacidez vuelve a mi entrepierna, mientras las últimas gotas escurren de mi
interior y recuerdo tu rostro sonriendo por haber conseguido tu objetivo. La
camiseta manchada me hace levantar. Lavadora, ducha de nuevo, y el agua que
todavía resbala por los cristales del ventanal.
Me hubiera gustado tenerte aquí, y a ti, ¿te hubiera gustado estar?
Y a la vuelta del puente dudo de
si recuerdo los más básicos conocimientos matemáticos. Mi mente confunde
disciplinas académicas y lúdicas y, ante la más infantil suma, mi cabeza
titubea. Pestañeo, inspiro con los ojos cerrados y al pensar en ese “uno más
uno”, la imagen que mi cerebro recrea no es la del inocente “patito” sino la de
la lasciva pareja, yaciendo invertidos, devorándose simultáneamente la
entrepierna. Frunzo el ceño, intentando buscar la nitidez que me falta, y solo
oigo suspiros y gemidos, y mi boca se seca, y mi lengua humedece mis labios, y
un rumor acuático pervierte mi ser. Los suspiros se convierten en jadeos, y mis
labios se enjugan con la esencia de tu manantial. Y de mi sexo brotan perlas
traslúcidas que son devoradas por tu lengua ansiosa. Acompasamos los ritmos,
sincronizamos las lenguas y nos estremecemos cadenciosamente mientras
compartimos néctares que saboreamos con inusitado placer. Y recobro la cordura
perdida y sigo dudando. Y tú... ¿Ya has elegido qué casilla marcar?
Las tardes aburridas se prestan a muchas cosas, pero una de las
que más me gustan es buscar en el armario esa olvidada caja de juguetes,
desempolvarla, y ponerla encima de la mesa, mientras nos miramos fijamente a
los ojos, observando como nuestras pupilas se van dilatando, como nuestra
respiración se va agitando y, por supuesto, como bajo nuestro ombligo comienza
a subir la temperatura exponencialmente imaginando lo que vendrá después.
Démosle un sorbo a la copa de vino y comencemos por vendarte los ojos.
¿Adivinas qué vendrá después?
La ténue luz del alba se colaba entre las cortinas reflejando bellas sombras sobre nuestros cuerpos desnudos. Todavía dormías, como un áng...