Domingo de asueto, reposo y descanso. Más las labores domésticas esperan y
toca ordenar y limpiar el hogar. Mañana de coladas, aspirador y fregona. Ya
casi concluida la faena, llega el momento de hacer una pausa, reponer energías
y encarar la recta final del zafarrancho, antes de pasar por la ducha, para
aprovechar la mañana y salir a tomar un vermut.
Pero cómo olvidar el olor embriagador de tu cuerpo y el tacto aterciopelado
de tu piel. Recuerdos que me invaden según voy volteando la manzana, igual que
te volteaba anoche sobre mí. Fue una velada completa, frugal cena, picoteo y
vino tinto, acompañada de miradas cómplices, frases incendiarias, insinuaciones
sutiles, dobles sentidos y poses provocadoras, que nos llevaron a olvidar el
postre cuando nuestras bocas se encontraron. Hambre teníamos, más no tanto de
comida como del otro. Poco nos duró puesta la ropa cuando nuestras lenguas se
enzarzaron. Hábiles dedos que desabotonaron blusas, soltaron corchetes,
liberaron cinturones y bajaron cremalleras. Hábiles manos que sacaron
camisetas, deslizaron bóxeres, apartaron braguitas, rozaron, cogieron,
acariciaron, frotaron. Excitados sexos, húmedos, calientes, duros, erguidos,
abiertos, turgentes, empapados. Nos bastó una pared contra la que apoyar tu
cuerpo y una silla, que hábilmente utilizaste para levantar una pierna y
facilitarme la labor de la profunda penetración que los dos deseábamos.
Abrasaste mi verga con tu fuego interior, impregnaste mis testículos con tu
dulce elixir, que manaba cual fuentecilla discreta, poco a poco, pero sin
parar. Mordiste mi pecho y te viste reflejada en el brillo lascivo de mis
pupilas, arañaste mi espalda, te aupé por las nalgas, gemías, lamías, mordías,
sudabas. Tus tetas a veces bailaban, a veces quedaban aplastadas contra mi
pecho. Y tu clítoris se hinchaba, frotado y estimulado por mi pubis,
completamente ceñido al tuyo.
Tu respiración se entrecortó y el aire te faltó. Sin disimulo jadeabas y tu
hiperventilación anunció el estallido de placer que buscabas. Te abandoné,
volteé y quedaste cara la pared. Entre tus nalgas mi falo deslicé, de puntillas
te pusiste, con las manos elevadas y apoyadas en la pared. Sujetándote por las
caderas y moviendo mi cintura busqué tu humedad y, cuando sentí tu calor
abrasador, con un empujón fuerte y seguro llegué al fondo de tu cuerpo,
quedando mis testículos colgando en la entrada de tu gruta del placer. Comencé
a moverme, arqueaste tu espalda, mordí tu cuello, busqué tu boca, gemías loca,
y una cachetada sorda te hizo revolverte mientras agonizaste: -no aguanto más...,
y comenzaste a disfrutar de unos espasmos, unas contracciones, una tiritera,
una flojera en tus piernas, que hacían que tu coñito y tu cintura se retorciera
sobre mi verga, que no tardó en inundar tu interior al tiempo que empujaba
fuerte y palpitaba dentro de ti. Sudados y exhaustos, nos fuimos a la ducha.
Recuperadas las fuerzas, nos tomamos el helado, que de postre teníamos
preparado. Nos miramos a los ojos, alargué la mano y acaricié tu rostro,
todavía sonrojado. Dormimos abrazados. Y sigues descansando, ajena a mis
labores. Descansa, recupera, te quiero fresca para, cuando tomemos el vermut,
si se tercia, darte otra oportunidad, esta vez sobre la encimera de la cocina.
Antes me comeré la manzana. ¿Te despierto a alguna hora?