Nunca supe hacer pereza, hasta que me perdí entre tus muslos.
Nada es lo que parece, pues hasta el más romántico de los hombres tiene su lado oscuro.
Nunca supe hacer pereza, hasta que me perdí entre tus muslos.
con su
luz impertinente al alba.
Despierta
mi cuerpo de hombre,
cubierto
bajo las sábanas.
Las
flores abren sus pétalos,
al son
que la claridad marca.
Inspiro
y huelo a café,
con mi
boca aún sellada.
Te busco
y no estás aquí,
y mi
corazón se para.
Cierro
los ojos y veo,
tu
desnuda belleza larga.
Te
quiero, te siento,
te
añoro, me faltas.
Apareces,
te tumbas,
me
besas, me alcanzas.
Te
cruzas, me montas,
te
cubro, cabalgas.
Y las
flores lloran el almizcle
que
nuestros cuerpos manan.
Domingo
al alba.
Momento
de relax y encuentros, de lunas y velas, de besos y olas, de manos y lenguas.
Suspiros, caricias, gemidos, placeres. Íntimas pasiones.
Luna que
todo lo ve y que lo calla todo. Testigo muda de nudos de muslos, prohibidos
besos, lascivas caricias y carnales cuerpos.
Gemidos
confundidos con el romper de las olas, caderas que se mueven al ritmo del agua,
amantes que comparten calor y fluidos, entre ellos, con el mar.
Sin saber muy bien a cuento de qué, nos
vimos sentados frente al mar en esa discreta playa a la que habíamos llegado
casi por casualidad. La temperatura era ideal y se respiraba una paz casi
celestial.
Llevábamos todo el día tonteando,
provocándonos mutuamente con roces descuidadamente calculados, sutiles caricias
y veladas declaraciones de intenciones, lo que había inducido a nuestros
cuerpos a un estado de controlada excitación mantenida.
No demasiado tarde, reparamos en que
estábamos solos en ese paraíso. Nuestras miradas se cruzaron, nuestros ojos
irradiaron el brillo especial que irradian los ojos de los amantes que se dicen
todo con el brillo de sus ojos, nuestros labios dibujaron una pícara sonrisa y
dejamos que el deseo nos embarcara en el velero de un apasionado y furtivo
encuentro.
Tarde primaveral de soleada luz. Idílico
marco para sellar nuestro amor. Olor a salitre, cuerpos templados, pieles
sensibles.
¿Nos damos un baño?
Después de un intenso día, sólo
encuentro refugio bajo el agua de la ducha. Un tesoro pagaría por sentir tus
manos enjabonando mi cuerpo. Oigo ruido. ¿Acaso eres tú? ¿Vienes?
El aroma del café despertó nuestro
deseo. Apareció el calor en nuestros cuerpos. La pasión nos desbordó. ¿Otra
tacita?
¿Hasta dónde me vas a llevar? Hasta que tu placer me suplique
clemencia.
La ténue luz del alba se colaba entre las cortinas reflejando bellas sombras sobre nuestros cuerpos desnudos. Todavía dormías, como un áng...