Y de entre la oscuridad aparece
iluminada la mano que te ofrece guiarte por senderos hasta entonces
intransitados. Contraluz de tu silueta desnuda que, sin dudarlo, alarga el
brazo en busca de la ofrenda, místico encuentro entre sombras. Sereno contacto
que aplaca tu ansia, reencuentro imposible con la esencia de tu alma,
resurrección de las ganas. Cita a la que acudes guiada por una hipnótica
sinfonía que, como un mantra, acaricia y penetra en tus oídos. Música celestial
que apacigua tu inquietud. Contacto necesario para revivir. Y sin dudarlo,
acudes segura y confiada, sintiendo la plena paz que el ser que te guía te
transmite. Oscuridad que se desvanece a cada paso dando lugar a una cálida luz
que, a su vez, se difumina a tu espalda según avanzas, cogida de la mano de tu
enigmático acompañante. Inmensa calma la que sientes en lo más profundo de tu
pecho que, al alcanzar al final del camino, se torna en una excitante
inquietud. Y sin saber cómo te ves prisionera del varón que por la espalda te
abraza templando tu cuerpo. Y sientes el calor de su ser, desnudo tras de ti. Y
sientes sus labios en tus hombros, y giras tu cabeza mostrando tu cuello. Y sus
manos cubren tu vientre, y las tuyas sujetan su cintura llevadas por los
costados hacia atrás. Y los cuerpos se mueven sincronizados al compás del dulce
sonido. Y sus manos te buscan y tu cuerpo se ofrece y sientes su masculinidad
erguida frotando las curvas que se dibujan en tu anatomía al final de tu
espalda. Y sus dedos alcanzan tu delta que comienza a desdibujarse por
inminentes humedades. Y en tu vientre sientes oleadas de calor, que suben lentamente
por tu abdomen hasta cubrir tu pecho. Y el celo florece, los modales se
pierden, el deseo se adueña, y te giras buscando su rostro, deseando sus
labios. Y lo abrazas y deseas y con tu cuerpo lo guías y lo tumbas sobre el
manto de fresco césped. Y lo montas y cabalgas, y su voluntad sometes. Bailando
sobre él mientras tus pechos tiemblan, soberbios e insolentes ante sus labios
deseos de alcanzar tan sensibles redondeces. Y sientes sus manos en tus nalgas,
sujetando con fuerza el cuerpo que a tan intenso placer somete. Y arqueas tu
espalda, y sientes su envite, y notas su fuego mientras con tu néctar su sexo
riegas. Y un ronco gruñido de su garganta sale, acompañando tus gemidos cuando
con su cuerpo el tuyo inunda. Y caes sobre él mientras te abraza. El corazón se
aplaca, el sexo se relaja, el alma renace. Los rostros sonríen. Renacimos, nos
reencontramos, resucitamos. ¿Vienes?
Misterioso encuentro pero a la vez atrayente, el desconocimiento puede provocar curiosidad y deseo...
ResponderEliminarLo desconocido despierta curiosidad, lo prohibido atrapa.
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