Estira la espalda, y la tensaste
como un arco. Arquea tus caderas, y sacaste hacia atrás tus nalgas. De pie,
ciega y con las manos atadas. Que comience el juego, anuncié. Y un dulce ardor
invadió tu entrepierna al sentir tus pezones presa de las pinzas. Serás mi
hembra, advertí, mientras la música sonaba suave y el parpadeo de la luz de las
velas hacía temblar las sobras de nuestros cuerpos en tan íntima entrega.
Besos, mordiscos, calores, jadeos, gemidos, olores, sensaciones intensas
mezcladas con las más bajas pasiones que nos llevaron al clímax cuando desde tus
pezones sonaron rítmicamente los tintineos de los adornos que sin permiso
bailaban. ¿Desato tus manos? ¿Libero tu vista? ¿Jugamos de nuevo?
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