A pesar de la fresca mañana primaveral, apenas salí de la ducha y, con el
café en la mano, me dirigí a la terraza a contemplar como el día perdía la
vergüenza y el sol se iba mostrando por momentos cada vez más impertinente. Te
sabía durmiendo, perezosa y arrullada bajo el edredón y con un gesto, casi
infantil, de plácida felicidad. No era para menos. Yo, aunque más inexpresivo,
también tenía una cálida sensación de serena paz interior, que supongo se
reflejaba en mi rostro. Los pajarillos comenzaban a alborotar con sus gorgoteos
y trinos, sonidos anárquicos que, a pesar de todo, coordinaban melodiosa
sinfonía en lo que, parecía ser, una conversación inteligible. E inhalando el
aroma del café recién hecho reparé en las flores silvestres que, al ser
templadas por el sol, iban desplegando tímidas sus pétalos, todavía cubiertos
por una capa de rocío, lo que reflejaba en ellas un enigmático brillo.
Y mi mente que, cuando se activa, es perversa y lujuriosa, y ante tales
estímulos busca inexplicables analogías con los recuerdos de la pasada noche.
Y los busca y los encuentra. Y la tramoya cambia entre bambalinas
modificando por completo el escenario que se contempla al alba. Y lo que mis
ojos ven en mi cabeza muta. Y en mi mente dejan de oírse los pajariles trinos
para sentirse ahogados gemidos. Y la vergüenza que el día pierde la pierdes tú
ante mi cuerpo ofrecido. Y el impertinente astro, con arrogante firmeza, en mi
entrepierna brilla, mostrando impertinente en plenitud su dureza. Y tu sueño se
desvanece y amanecen tus ganas. El edredón desaparece y tu pereza se evade. Tu
mirada se nubla, tu cuerpo se enerva, tu sexo se abre. El aroma se gira de
intensa infusión a sutil excitación. Y la amarga fragancia da paso al exquisito
perfume que de tus pétalos mana. Y mi rostro hundo entre tus muslos, y tu rocío
degusto, y tus pétalos despliego, y tus efluvios me embriagan. Y el tiempo se
para, los cuerpos se unen, los sexos estallan. La luz nos deslumbra, el clímax
se alcanza.
El corazón amaina, los sexos se aflojan, llega la calma.
Inspiro y vuelvo a oler a café. Miro y veo la ya incipiente mañana. Y
reparo en mi cuerpo y, sin permiso, amanecido muestra su presencia bajo la
abultada toalla.
Y oigo tus pasos que tras el reposo hacia donde estoy avanzan.
Y mi mente
se activa. Vuelven mis ganas.
Fresca pero intensa mañana, una imaginación privilegiada que cambia la realidad por recuerdos que alivian el deseo y desahogan el cuerpo...
ResponderEliminarProdigiosa imaginación.
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