METRICOOL

jueves, 23 de marzo de 2023

DESESPERACIÓN




¡Basta! Gritaste, pero no con el tono agudo de la rabia contenida, sino con el sentimiento desesperado de quien, presa del placer, siente que el vértice de sus muslos se aproxima a ese fatídico punto de no retorno que, una vez alcanzado, te precipita al abismo del orgasmo. Y dejé de estimularte, y tu cuerpo, poco a poco, recuperó la calma, tu corazón se ralentizó y tu sensible órgano comenzó a distanciar sus cadenciosas palpitaciones. Y el aliento recuperaste cuando de nuevo te provoqué. Y tus caderas reaccionaron, moviéndose libremente, y tu respiración se agitó, y el rubor volvió a cubrir tus pechos y tu rostro mientras tu corazón cabalgaba sin riendas hasta que de nuevo otro “¡Basta!” salió de tu boca. Y de nuevo te concedí el deseo de prolongar el agónico placer. Verte era un espectáculo, tan fuerte y a la vez tan indefensa, dibujando una singular equis con tu cuerpo estirado sobre la cama. Tus muñecas anudadas a las esquinas del cabecero y tus tobillos al antagónico extremo del tálamo, cubierto por una aterciopelada manta negra. El largo pañuelo de seda que cubría tus ojos te privaba de la vista, agudizando el resto de tus sentidos. Mi cuerpo desnudo no era ajeno al placer que disfrutabas y mi sexo se mostraba erguido y desafiante. Y comenzó a palpitar al tiempo que tu clítoris latía de nuevo, y tu respiración de nuevo se agitó al sentir las yemas de mis dedos sobre tus rincones, haciéndote tener la sensación de que te faltaba el aire. Ahogados gemidos compartías mientras ese rubor de nuevo en tu vientre aparecía, y lentamente se extendía por tu abdomen, tus pechos, tu escote, tu cara. Y de mi glande manaron espontáneas unas gotas transparentes que se descolgaban en un hilillo penduleante hasta posarse sobre tu muslo, mientras tu clítoris asomaba hinchado y turgente. Y otro “¡Basta!” gritaste, más te ignoré, y continué. Y tus caderas se elevaron separando tus nalgas de la negra manta, tu espalda arqueaste, las caricias se tornaron en descarados frotamientos y mi erección volvió violáceo mi hinchado, terso y brillante glande. Con fuerza agité la palma de mi mano que, enérgica, aplicaba sobre tu entrepierna, moviéndola con decisión de arriba hacia abajo. ¡Basta!, ¡Basta!, ¡Basta!, ¡Baassssaaassss……….aaaaaaaaajjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjj! Y ese explícito jadeo me dijo que te corriste irremediablemente mientras seguía estimulando tu sexo con mi mano empapada mientras te retorcías con tu cuerpo brillante. Y esa textura de tus flujos y la suavidad con la que, más lubricada si cabe, mi mano ahora te acariciaba, me llevo a ser presa de mi propia perversión y, sin haberlo previsto, comencé a lanzar chorros de mi lechosa esencia sobre tu vientre en una eyaculación, no por espontánea, menos placentera, al tiempo que unos gruñidos roncos rasgaban mi garganta. Sentiste la lava blanca quemando sobre tu piel. ¿Te has corrido? Preguntaste. Te correspondí, contesté. ¿Te desato?

 

4 comentarios:

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