Déjame que suelte el corchete de tu sostén blanco, que libere esos
hermosos senos que se adivinan revoltosos, déjame que disfrute de cómo saltan
celebrando su libertad.
Déjame que deslice dos deditos entre la levedad de la tela de tu
braguita y tus caderas, que las deslice por tus piernas, por tus muslos, por
tus rodillas, hasta sacarlas por tus pies.
Déjame que piense en ti, en tu cuerpo, en tu voz, en tus manos
buceando entre tus muslos, en tus caricias furtivas, en tus gemidos ahogados,
en tus pezones erectos.
Déjame buscar mi sexo erguido, hinchado, turgente, caliente,
rígido, salido, deseoso de liberar la tensión que le produce la esencia que le
rebosa al verte desnuda en mi mente.
Déjame que lo agite, imaginando tu aroma, imaginando la humedad de
tu delicado rincón, imaginando las contracciones de tu vientre al saberse tu
sexo excitado y provocado.
Déjame que me derrame, que mi volcán entre en erupción, que
explote en mi clímax, que comparta en mi mente mi placer contigo.
Déjame desfallecer exhausto sobre tu cuerpo satisfecho.
Déjame.
Una única palabra que puede contener tanto placer...
ResponderEliminarUna súplica, un ruego, una intención...
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