Tras el placer vino el hambre, pues el deseo no cedió. Y con los
cuerpos calientes y los sexos encendidos, seguimos amándonos sobre la encimera
de la cocina, saciando nuestros instintos a golpes de cadera, con los estómagos
vacíos y las entrepiernas satisfechas, hasta alcanzar el Nirvana.
Nada más placentero que llegar a encontrar esa paz...
ResponderEliminarNada más saciante que el clímax compartido.
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