Habíamos estado toda la mañana
andando por el monte. A los dos nos gustaba estar en contacto con la
naturaleza. Yo observándolo todo, tú fotografiándolo. Fue divertido, aunque
terminamos un poco cansados.
Ya en el hotel, nos duchamos,
cambiamos y bajamos al comedor. Tras una corta sobremesa, con ese licor con
hielo tan digestivo como invitado, subimos a la habitación. Nos desnudamos y
tumbamos sobre la cama. Pero el cansancio no apagó el fuego de nuestro deseo y
la más sutil de tus caricias hicieron que mi masculinidad te saludara
cortésmente. Agradeciste la rigidez de mi saludo y me lo devolviste con uno
cálido y húmedo que, emergiendo de tu entrepierna, me invitaba a visitarte.
Lo hice complaciente y me afané en
templar tu cuerpo con el mío sobre el tuyo yaciente. Más tu deseo se impuso y
con tesón bajo tu cuerpo me giraste, haciéndome prisionero entre tus muslos que
con fuerza dominaban la sinrazón de mi cintura.
Y sobre mi cabalgabas mientras tus
senos se mecían, mientras mi boca los buscaba, mientras tus nalgas con brío,
cuando caían, mis atributos aplastaban.
Y gimiendo, y con fuerza saltaste
cuando con mis manos sobre tus cachetes te aupaba. Y sentí tu calor, y tu
humedad, y tus rítmicas contracciones sobre mi miembro, prisionero en lo más
profundo de tu placentero oasis.
Y jadeaste salvaje cuando sentiste tu
interior regado por mi acumulado néctar que en tu tesoro descargaba, al compás
de mis gruñidos, gemidos, alaridos de placer indomable.
Complacidos yacimos, uno junto al
otro, recuperando el aliento, relajando lo incansable.
Y sabiéndome dormido aprovechaste tu
afición para inmortalizar mi cuerpo.
Me amaste, me exprimiste, me
agostaste.
Te complací, me dormí, posé para ti.
Despiértame como tú sabes.
El relato genial pero me quedo con las tres frases finales, me encantaron...
ResponderEliminarMuchísimas gracias.
ResponderEliminar