METRICOOL

martes, 11 de abril de 2023

ADICTIVO VENENO




Salimos de viaje después de comer, aprovechando el puente festivo, y conduje hasta ese hotel rural, en un pequeño pueblo de la sierra de Madrid, dónde íbamos a desconectar durante esos cuatro días. El viaje no fue largo, pero estábamos un poco cansados, así que nos acomodamos y dimos un paseo por el monte, charlando no muy animadamente, y con algún silencio incómodo. Cenamos en el mismo hotel y nos retiramos a descansar.

Despertó poseída cuando los primeros rayos de sol se colaron, entre las rendijas del store, dentro del dormitorio. Yo estaba en un sueño profundo, ajeno a lo que sucedía. La noche anterior discutimos, como todas las parejas, a veces, por nimiedades sin importancia, y nos acostamos con el orgullo herido. Nos dormimos dándonos la espalda, algo inusual entre nosotros, que teníamos la sana costumbre de desearnos unas buenas noches muy placenteramente hablando, en el sentido más sexual de la expresión.

Y quizá fue eso lo que la llevó a ese satánico estado cuando se pronunció el alba. Momento mágico cuando despunta el día, como lo es el ocaso, cuando el sol se retira. Quizá la ausencia del éxtasis del amor de la noche anterior, droga adictiva y poderosa, le provocó esa reacción, inquietante y excitante, casi alarmante, haciendo que se revolviera sobre sí misma, buscando con ansia mi cuerpo, en pleno síndrome de abstinencia como una auténtica yonqui del placer.

No era necesario, pero no pidió permiso, a pesar de que siempre nos habíamos dispensado un respetuoso trato, sin obviar la confianza y complicidad que entre los dos había, y de repente desperté prisionero bajo su cuerpo, sentado a horcajadas sobre el mío.

Sin entender lo que ocurría, al abrir los ojos lo primero que vi fueron sus pechos bamboleándose a escasos centímetros de mi boca y todavía confundido, empecé a ser consciente de que me estaba cabalgando con un alegre brío.

Mi mente enmarañada no comprendía cómo había despertado mi cuerpo sin despertar mi alma, cómo me había absorbido por su vientre sin desplegar mis ojos, cómo me montaba sin perturbar mi calma.

Y en ese estado mis sentidos se animaron, y mis labios buscaron sus senos, que con delicadeza alcanzaron, mientras mis manos se desplazaron hacia sus redondos glúteos que, en su vaivén ardiente, aplastaban con fuerza mis testículos, proporcionándome un, ahora sí plenamente consciente, insuperable placer.

Nos miramos y no dijimos nada, pues el lujurioso brillo de nuestros ojos lo dijo todo. No sabía cuánto tiempo llevaba sobre mí, pero comenzaba a sentir como había empezado a destilar su elixir, que me mojaba y excitaba.

La luz era cada vez más intensa al igual que cada vez más fuerte se movía. Comencé a mover mi cintura que, acompasada con sus caderas, convirtió sus saltos en un rítmico galope, que propiciaba aupándola con mis manos en sus nalgas.

Y aparecieron los gemidos cuando, teniéndome totalmente preso en su interior, frotó con fuerza su pelvis contra mi pubis, arrastrándose sobre mi cuerpo de atrás hacia delante, una y otra vez, sin dejarme salir de su interior, propiciándome un endiablado masaje dentro de su cuerpo.

Mi lengua enloqueció al contacto con sus erguidos pezones, arrancándole pequeños jadeos al sentirlos succionados por mis labios, provocando que sus caderas se agitaran sin cordura, que mi sexo se enervara sin mesura y que su sexo estallara de placer en cadenciosas contracciones y cálidas oleadas de un goce supremo, que empaparon mi entrepierna, sin poder contener la erupción de mi falo que comenzó a expulsar la lava ardiente que acumulaba en mi interior.

Yacimos sudorosos, en esa misma posición, hasta recuperar el aliento, con el sol impertinente iluminando plenamente la habitación del hotel.

Buenos días, cariño, me susurró al oído, mostrándome la mejor de sus sonrisas. Era evidente que había recuperado la cordura. Le había inoculado el antídoto al veneno del placer.

¿Desayunamos?

 

2 comentarios:

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