La tarde trascurrió sin nada que
interrumpiera nuestra cómplice intimidad. Juegos de besos, miradas e
insinuaciones que, como era de prever, fueron caldeando el ambiente y subiendo
un puntito el grado de lujuriosa provocación que iba in crescendo, lenta pero
inexorablemente.
Hasta que me vi, con el cuerpo
desnudo y las ganas desaforadas. Hasta que te vi, con un ligero sweater que
apenas tapaba tu ombligo, como única vestimenta.
Y me retaste, dándome la espalda y
mostrándome las redondeces de tu anatomía. Las mismas que aceleraron mi pulso,
entrecortaron mi respiración, desbocaron mis deseos y enardecieron mi
masculinidad.
Respondí a tu reto deslizando mi mano
entre tus muslos, mientras mi brazo rozaba con los cachetes de tus nalgas.
Y al posar mi mano en tu delicada
flor, elevaste tus talones poniéndote de puntillas, en un instintivo gesto de
íntima protección. Más no temiste cuando con hábiles giros de tus caderas
acomodaste la palma de mi mano sobre tu tesoro.
Y suspiraste, y te frotaste, y
gemiste.
Y tus pétalos se abrieron
impregnándome de tu sabroso néctar, justo en el momento en que vientre se
contraía rítmicamente en cálidas oleadas de placer.
Mmmmmm, sssssshhhhh
ResponderEliminarSsssssshhhhhhhh.
EliminarEn este texto eres medio botánico, medio poeta
ResponderEliminarEspero que eso sea bueno, jajaja.
EliminarUna bella forma de describir la exhuberancia y atracción de dicha flor...
ResponderEliminarHay flores espléndidas.
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