Agotado tras una larguísima jornada, por fin, llegué a mi casa. Habían
pasado más de diez horas desde que había salido por la mañana temprano. Según cerré
la puerta de la entrada, dejé mi cartera en mi pequeño despacho y, camino del
dormitorio, fui quitándome la chaqueta, la corbata, el cinturón y los zapatos,
dejando la ropa colgada de sus perchas y los zapatos recogidos, como siempre
hago. Estaba realmente agotado, desde que aparqué en el garaje, mi mente solo
pensaba en una larga y reconfortante ducha, imagen en la que me recreé los
segundos que el ascensor tardó en subirme al ático donde vivo y, tal era el
cansancio, que con solo liberarme de la corbata y los zapatos sentí tal alivio,
que me fui directamente a la ducha.
El agua templada comenzó a caer en forma de fina lluvia e inmediatamente, y
con los ojos cerrados, me puse bajo ella. ¡Qué sensación tan agradable! Pensé,
disfrutando del líquido elemento, hasta que, al alargar mi mano hacia el
dispensador de gel, abrí los ojos y me percaté de que no había terminado de
desnudarme. Una amplia sonrisa se dibujó en mi rostro y, lejos de disgustarme,
continué disfrutando de esa ducha.
Comencé a desabotonar mi blanca camisa, completamente pegada a mi piel,
mientras acariciaba mi pecho, hasta librarme de ella. Me quité los pantalones y
los calcetines, totalmente empapados, y con la sensación de humedad en mi bajo
vientre apreté con medida fuerza los atributos que mi bóxer protegía,
produciéndome un intenso y efímero placer, aunque suficiente para despertar mi
deseo.
Los arrastré por mis muslos y aparté en un rincón de la ducha con el resto
de la ropa, rozando mi sexo el algodón mojado, provocándome un excitante placer
al tiempo que mi masculinidad adquiría cierta turgencia.
En ese instante recordé la noche que, llegando, como hoy, cansado a casa, y
ya estando desnudo en la ducha, bajo el agua, apareciste en el baño como una
diosa providencial, desnuda y bella, y te metiste conmigo, bajo el agua,
abrazándome por la espalda. Sentir tus pechos aplastados contra mi espalda me
produjo un cálido placer, a la par que una adolescente erección, que no pasó
desapercibida para ti, cuando en tus manos, que rodeaban mi cuerpo, sentiste el
tintineo de las palpitaciones de mi miembro enervado. Con delicadeza extrema
abriste tus manos para asir con delicadeza mi falo mientras con la otra mano
sopesaste mis testículos, y un gemido, largo e inspirador, salió por mi boca,
mientras mis caderas comenzaban a moverse instintivamente.
Pasé mis manos hacia atrás, y alcanzando tu piel, te atraje hacia mí más
todavía, para seguidamente deslizar mi brazo derecho entre nuestros cuerpos
hasta alcanzar, con las yemas de mis dedos, los rizos de tu pubis, que acaricié
con mimo tal como tú hacías conmigo. Separaste tus muslos y alargué mi mano que
empujé todo lo que pude, hasta tenerte prisionera en la palma de mi mano,
haciéndote elevar de puntillas al sentir tu sexo indefenso y provocado.
Me zafé de ti e invertimos los papeles, quedando ahora tú delante de mí,
cara la pared, en la que apoyaste tus manos elevándolas por encima de tu
cabeza. Te abracé, y subí con mis manos por tus caderas, tus costados, hasta
sentir las redondeces de tus pechos, que acuné en mis manos, a la vez que mi
pubis se frotaba contra tus nalgas, buscando con mi verga el hueco entre tus
muslos. Pincé con las yemas de mis dedos tus pezones, de los que tiré hacia
adelante, hasta que resbalaron de entre mis dedos y volvieron bamboleándose a
su sitio, mientras te mordía en la nuca y comenzabas a respirar agitadamente.
Separaste más tus muslos, arqueaste tus caderas, dejando tu trasero en una
posición de ofrecimiento irrechazable y busqué tu entrada, topeteando contra
ti, frotando con mi glande tu vulva, una y otra vez, mientras el agua seguía
cayendo sobre nosotros. Ayudándome con mi mano, localicé la entrada de tu túnel
y con un leve empujoncito deslicé mi glande en tu interior, robándote un
gruñidito de placer. Me quedé quieto, disfrutando de como tu coño se contraía y
relajaba sobre mí, oprimiéndome y liberándome, pero tus demonios se habían
desatado y comenzaste a mover el culo como una posesa, provocando que, a cada
giro, a cada vaivén, mi verga fuera introduciéndose en tu cuerpo cada vez más
adentro, hasta que mis huevos, hinchados y pesados, cargados de mi esencia,
quedaron en la linde de tu coño, pegados a tus labios vaginales, momento en el
que embestí un poco más adentro de ti, casi haciéndote perder el equilibrio,
exhalando un excitante grito.
Pasé una mano bajo tu ombligo y rápidamente encontré tu clítoris, que
sobresalía hinchado, injustamente olvidado en esta fiesta, así que, apoyando
sobre él mis dedos alineados y juntos, comencé a moverlos de izquierda a
derecha, sintiendo como resbalaba y saltaba de dedo en dedo, completamente
lubricado por esa excitante mezcla de tus flujos con el agua de la ducha,
mientras nuestras caderas ejecutaban con absoluta perfección el rito del más
primitivo apareamiento, acompasando ritmos y embestidas. La sensación del agua,
mezclada con tus fluidos, resbalando por mis huevos, nublaba mi raciocinio, y
cada vez empujaba con más fuerza, provocando que de tus nalgas salieran
rítmicamente los excitantes sonidos de un inspirador chapoteo.
Tus gemidos aumentaron y se convirtieron en libidinosos jadeos, que
interpreté como de placer extremo, así que aumenté la velocidad y la intensidad
con la que frotaba tu clítoris, con la que te follaba desde atrás, con la que
mis huevos golpeaban tu cuerpo, con la que mordía tus hombros y tu nuca,
dejando mis dientes marcados en tu piel, hasta que, a la par que gritabas
sofocada, cerrabas con fuerza tus rodillas, encogiéndote sobre ti misma,
regando mis huevos con una suerte de cálido líquido que propulsaste de tu coño
y resbalaba por tus muslos, mientras tus contracciones ordeñaban mi polla, que
vaciaba mis testículos dentro de tu cuerpo.
Sujeté tu cuerpo con un fuerte abrazo, ayudándote a equilibrarte de nuevo,
todavía conmigo en tu interior. Quedamos inmóviles y comenzamos a recuperar el
aliento mientras sentía como todavía palpitabas sobre mi pene, que poco a poco,
iba resbalando de tu interior. Ya libres, nos pusimos frente a frente, nos
miramos a los ojos, que transmitían felicidad y, nos fundimos en un sincero
abrazo acompañado de un apasionado beso.
En ese instante recuperé la consciencia, abrí los ojos bajo el agua y me vi
con la verga erecta en mi mano y los restos de una recientísima eyaculación
siendo arrastrados hacia el desagüe de la ducha.
Recordarte me hizo volver a disfrutarte.
Echo de menos volver a ducharme contigo ¿Tú no?
El relato embriagador, muy sensual la ducha con la ropa mojada (no siempre tenemos que ser las mujeres) y me quedo en la mente con tu frase " recordarte me hizo volver a disfrutarte"...
ResponderEliminarAgradecido quedo, siempre.
EliminarNo me salen ni la palabras, solo diré. Bravo.
ResponderEliminarMuchísimas gracias.
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