Y al encenderse de nuevo los focos buscaste sin ver, como una
conejita deslumbrada por las luces de un coche en un camino una noche sin luna.
Seguías de pie, ahora recompuesta, todavía con las manos apoyadas en el mueble,
con tus muslos firmes y tus nalgas insultantemente apetecibles. Sentías mi
presencia en tu espalda y eso te inquietaba, más aún sabiendo que tú habías
tocado el cielo y yo no estaba complacido. Esta vez mi instinto estaba
desbocado, mi cuerpo excitado y mis ganas por hacerte mía casi incontrolables.
Mesé tu cabello y pasé una mano por tu espalda, provocándote una extraña
sensación, mezcla de inquietud y renovada excitación. Te sujeté por el cuello,
con suavidad, pero firmeza, y ceñí mi cintura contra tus redondas nalgas,
dándote un golpe seco, lo que provocó que sintieras el acerado juguete todavía
en tu ano y exhalaras con fuerza vaciando de aire tus pulmones. Empujé
rítmicamente varias veces disfrutando de la belleza del bamboleo de tus senos,
que comenzaban a anunciar una incipiente excitación por la presencia de sus
protuberantes pezones. Mi falo, descubierto, comenzaba a irrigarse, abriéndose
paso entre tus muslos, a la vez que alargaba mis manos por tus costados y
acunaba en ellas tus aterciopelados pechos. Los masajeé con deseo, pero suavemente,
y los tostados botoncitos tropezaron con mis dedos, tornándose más turgentes,
más rugosos, más marcados. Los pincé con cariño, con las yemas de mis dedos
índice y pulgar, y tiré de ellos hacia adelante, hasta que resbalaron y
volvieron sobre ti, regalándome un inquietante gemido por tu parte. Sentí tu
renovada humedad en la punta de mi ariete y contuve mis ganas de invadirte,
deseaba oír tu voz suplicando que empujara en tu interior. Me aparté lo justo
para contemplar tus nalgas, adornadas, más si cabía, por el brillo de la luz
que reflejaba el plugin que escondías. Y mientras con una mano acariciaba tu
espalda, con la otra cogí el tallado cristal del ovalado juguete y comencé a
girarlo en tu interior. Comenzaste a mover tus nalgas instintivamente hasta que
sentiste la tensión que el metal hacía en tu esfínter por la tracción que yo
ejercía sobre él. Aguantaste la respiración, arqueaste más las caderas y
entonces te susurré: -relaja tu ano, momento en que se deslizó fuera de ti
liberando tu cuerpo. Tu esfínter comenzó a contraerse de manera cadenciosa y
percibí en tu espalda el sudor que provocaba la excitación que de nuevo te
invadía. Volví a apoyar el juguete sobre tu ano, presioné y sin dificultad lo
acogiste de nuevo en tu interior, volviendo a gemir. Tiré de nuevo de él, y sin
necesidad de indicaciones, lo soltaste gimiendo de nuevo. Y una vez más volví a
insertarlo y, apenas había entrado, lo sacaba, acompasando tus gemidos con cada
entrada y salida. Cuando me di cuenta, un hilillo de tu viscoso flujo colgaba
de entre tus labios vaginales. Brillante, y con una gota a modo de péndulo, que
lo mantenía entre tus muslos mientras se estiraba lentamente. Lo recogí con mi
glande y lo arrastré por tu vulva, desplegando por completo tu sexo y haciéndote
desear mi dura excitación. Froté tu entrepierna, mientras oías mi respiración
ahogada y descompensada. Lo arrastré por tu perineo y lo apoyé sobre tu
liberado esfínter. Inspiraste profundamente, presioné con suavidad, y cuando me
sentiste moviste tus caderas buscando el acoplamiento. Empujabas con tus nalgas
sobre mi verga y yo retiraba despacio mis caderas, sin perder el contacto de
nuestros cuerpos. Cedías y yo empujaba hacia adelante, y cuando me creías tener
volvía a retirarme, hasta que no aguaste más la excitación, no soportaste el
calor de tu sexo y me dijiste: -métemela ya, por favor. Y en ese momento empujé
contra tus nalgas y mi glande se deslizó en tu interior, arrancándote un fuerte
gemido, arrancándome un gruñido animal. Quedé quieto, sintiendo tus
contracciones sobre mí, y en un momento dado relajaste tu ano y empujaste tus
nalgas sobre mí, haciendo que entrara unos centímetros más. Y volví a quedar
quieto mientras volvías a oprimirme. Y relajaste de nuevo y en un último
empujón entré hasta el fondo de tu cuerpo, quedando mis testículos topeteando
con tu perineo. La humedad de tu sexo en mis huevos me excitó de manera
sobrenatural. Alargué una mano bajo tu tripita y comencé a masturbar tu
clítoris, mientras comenzabas a mover tus nalgas y a hacer círculos con tus
caderas, centrifugando mi verga. Tu clítoris se hinchó y comenzaste a jadear a
la vez que te movías con más fuerza, aceleré el ritmo sobre tu sexo,
presionándolo y haciendo vibrar las yemas de mis dedos sobre tu pequeño
resorte, provocando que comenzaras a manar, al tiempo que jadeabas con
desesperación y que tus piernas volvieran a flojear, corriéndote de nuevo. Pero
esta vez yo estaba dentro y te acompañé en tan pervertido baile, moviéndome
dentro de ti, cada vez con más fuerza, cada vez sintiendo mejor los movimientos
de tus caderas, golpeando tu cuerpo con mis huevos en cada movimiento, hasta
que, invadido por la excitación y en unos lascivos meneos de tus nalgas sentí
como me ordeñabas sin compasión, inundando tu cuerpo con mi almacenado néctar,
que lanzaba a chorros mientras un gutural sonido salía de mi garganta. Caí
sobre ti. Salí de ti. Te abracé. Nos besamos. Cayó el telón. Fin de la función.