METRICOOL

lunes, 31 de julio de 2023

PLAYA NUDISTA




Llegaron por separado a esa cala nudista, poco frecuentada y de ambiente tranquilo y relajado, donde casi todos se conocían por coincidir, normalmente, los mismos parroquianos en la misma arena.

Ella no había estado nunca allí pero su curiosidad innata le impelía a probar esa sensación que, en varias ocasiones, había leído que se sentía cuando la brisa acaricia tu piel, cuando el agua salada del mar se desliza por todos los rincones de tu cuerpo desnudo, cuando el sol templa tu piel en toda la extensión de tu anatomía.

Él era un asiduo de esa playa y, a su pesar, se había ganado un cierto y díscolo prestigio, del que no se sentía especialmente orgulloso, entre el resto de bañistas habituales. Conocía a casi todas las mujeres que allí estaban, y todos conocían de sus flirteos y amoríos.

La pudorosa mujer se puso en un rincón discreto, ligeramente apartado del resto de gente, extendió un enorme plaid, sobre el que colocó cuidadosamente su bolsa. Se tumbó sobre él y, comprobando que nadie reparaba en ella, comenzó a desvestirse. Se quitó los pantalones cortos, la camiseta, y se quedó con el biquini que traía puesto. No quiso desnudarse del todo porque, además de su pudor, sentía cierta vergüenza por su cuerpo, ya que le sobraban ciertos kilos pero, sin embargo, estaba tan harta de pensar en lo que dijeran los demás, de esos estándares de cuerpos perfectos, de esas modelos rubias, de pelo largo y planchado, tetas perfectas, largas y torneadas piernas, soñadas por todos los hombres, que decidió que le daba exactamente lo mismo, pensó que qué coño, ella era inteligente y divertida, buena amiga y mejor amante, por lo que armándose de valor, poco a poco, bajó los tirantes de la parte de arriba de su biquini negro, llevó sus manos a la espalda, soltó el corchete del sostén, y se desprendió del mismo, dejando sus generosos pechos a la vista en un natural topless. Se embadurnó de crema solar con factor de protección extremo porque era muy blanca de piel y no quería estar al día siguiente roja como un camarón recién cocido y se dispuso a disfrutar.

Ingenua y enfrascada en sus pensamientos para superar esas barreras que le impedían disfrutar plenamente de la tarde de playa, no se dio cuenta de que estaba siendo observada. Él, un varón seguro de sí mismo, pronto supo que ella era nueva en la cala, no sólo porque no recordaba haberla visto antes allí, sino también por su actitud inquieta y artificial, dedicando un buen rato a observarla. Él estaba, como era habitual en todos los que allí solían ir en cuanto se instalaban sobre la arena, completamente desnudo e irradiaba cierta arrogancia ya que estaba muy orgulloso de sus masculinos atributos, los cuales no pasaban desapercibidos.

Miró de soslayo a algunas de las mujeres con las que ya había tenido algún escarceo y que, desnudas, le invitaban a acercarse. No era ajeno a ese deseo que despertaba y tampoco lo era al buen recuerdo que dejaba, pero estaba hastiado de esa situación, no le apetecía la caza fácil, en su fuero interno reconocía haber caído en las tentaciones de la carne, de un desahogo sin compromiso, pero no quería sentirse un depredador. Esos fugaces encuentros le dejaban una sensación de vacío de la que tardaba días en recuperarse. Quería conocer a alguien distinto, le apetecía lo ignorado, le apetecía lo diferente, lo desconocido, lo auténtico, pero no por lo exótico, sino por encontrar alguien que no fuera tan superficial y que tuviera cierto calado intelectual. Se quedó sentado en su toalla, observándola con todo el descaro del mundo. Ella, absorta en esa nueva situación, en un momento dado sintió que estaba en la pista central de un gran circo, contemplada por toda la platea pendiente de sus movimientos, pero decidida como estaba, determinó que iba a tomárselo con calma, se tumbó boca arriba, se puso las gafas de sol, cogió el libro y empezó a leer.

Él, tras haberle concedido unos minutos para ver cómo se desenvolvía, se levantó, se acercó hasta ella y, con cierta arrogancia, después de leer el título del libro, le dijo: hola, tú eres nueva aquí, ¿Verdad? Porque esto es una playa nudista, no es textil, y estás en la zona nudista, por lo que deberías desnudarte del todo.

Ella apartó el libro, bajó hasta el puente de la nariz sus gafas de sol, que también estaban graduadas, le miró de arriba abajo, deteniéndose inconscientemente en alguna parte de su anatomía, y le dijo, ignorando su maleducado tono, sí, sé que es una playa nudista y estoy aquí para eso, pero déjame tranquila, necesito mi tiempo y me lo voy a tomar con calma.

Quedó sorprendido por la seguridad que transmitía y el tono irónico y sarcástico de su voz, con el que no estaba acostumbrado que le contestasen. Lo habitual era que, sobre todo las mujeres, asintiesen crédulas sus tesis y argumentos, no debatiéndole en lo profundo, rindiéndose todas a sus pies, bueno, a sus pies no, rindiéndose todas a él. Perplejo, la miró asombrado, apartó un poco la tapa del libro y le preguntó ¿De qué va? Y ella le contestó, ¿De verdad quieres saberlo? Y él dijo: para una persona que me encuentro que está dispuesta a hablar, sí, me apetece hablar contigo y saber de qué va el libro.

Ella se incorporó y se sentó en la toalla, él le preguntó si se podía sentar, asintió con un elegante gesto de cabeza y, puesto que el plaid era grande, se acomodó a su lado, pero respetando su espacio.

Olvidándose de que estaba desnuda de cintura para arriba, con total naturalidad empezó a hablar con él. En realidad, la actitud de macho alfa prepotente era sólo eso, una impostura, una coraza una falsa fachada que protegía su sensibilidad. Cuando reparabas en él se percibía algo, una inteligencia natural, tenía cierta delicadeza, tenía una cierta ironía y un cierto sarcasmo, pero nunca había tenido interés en desarrollarlos puesto que con su impostor papel no lo había necesitado.

Cuando se dieron cuenta llevaban hablando un buen rato. El sol estaba empezando a caer, a pesar de lo cual hacía bastante calor, por lo que él le propuso darse un baño

Relajada e integrada en ese nuevo entorno, dejó el libro en su bolsa y fueron caminando hacia el agua, separados por esa distancia de respeto, pero enfrascados en su conversación.

Rieron cómplices al entrar en el agua, nadaron unas brazadas y volvieron a hacer pie, se bañaron tranquilamente, siguieron charlando y conociéndose, lenta pero agradablemente y decidieron salir para secarse aprovechando los últimos rayos de sol.

Al llegar a la toalla se dio cuenta de que no había traído biquini para cambiarse y él le dijo: déjalo que se seque, quítatelo y déjalo que se seque, además, todo el mundo te está mirando porque eres la única que lleva puesta la braguita.

Volvió a reflexionar en su interior, si estoy aquí es por algo. Si estoy aquí es porque todo me da lo mismo en este momento, si estoy aquí es porque puedo, porque quiero y porque me da la gana y, ahondando un poco más, porque quiero superar mis miedos y saltar esas barreras y, además, aquí no me conoce nadie, así que, simplemente, se bajó el bañador hasta sacárselo por los pies. No era la mujer más delgada, no tenía las piernas más largas ni definidas, simplemente era una mujer y allí, en el centro de su feminidad, seguía habiendo vello, a diferencia de muchas mujeres que no lo tenían. A él le gustó y haciendo un esfuerzo, fue capaz de seguir hablando con ella sin desviar su mirada, disfrutando de la primera de sus mil y una noches.

Si no te importa, voy a recoger mis cosas y me pongo a tu lado, dijo él y, casi sin esperar la afirmación de la respuesta, se dirigió hacia el lado de la playa donde tenía su bolsa y su toalla.

No pudiste evitar mirarlo, caminado de espaldas, observando sus glúteos tensándose a cada paso y su marcial, pero comedido, braceo. Lo contemplaste agachándose, casi absorta cuando apreciaste la magnitud de su masculinidad al ponerse en cuclillas para recoger en su bolsa lo que había esparcido por la toalla y, cuando se incorporó y comenzó a caminar hacia de ti de nuevo, evitaste la mirada furtiva como una niña a la que acaban de descubrir espiando una intimidad.

En unos segundos estaba de nuevo a tu lado, acomodándose y sentándose en su toalla.

La tarde seguía avanzando dejando que la luna asomase y, sin pedir permiso, empujase al sol a recogerse.

La playa, poco a poco, comenzaba a quedar desierta. No había niños y que fuera víspera de San Juan propiciaba que la gente se retirara un poco antes para tener tiempo para cambiarse y bajar a la verbena que se celebraba en la celebración del estival Santo en la plaza de esa pequeña localidad menorquina.

Cuando nos dimos cuenta estábamos tú y yo solos, charlando animadamente hasta que te pregunté ¿Se ha secado ya tu biquini? No, contestaste lamentándolo.

Vamos a darnos un baño, te propuse, y disfruta de nadar sin ropa. Sorprendida, por un lado, pero agradecida por otro, puesto que realmente era lo que habías ido a experimentar, te sonrojaste un segundo y esbozando una tímida sonrisa me dijiste: vale.

Nuestros ojos se iluminaban cuando nuestras miradas se cruzaban. Los kilos que, según tú, me habías confesado que pensabas que te sobraban, dibujaban a mi vista curvas sinuosas que invitaban a ser recorridas disfrutando de ellas en cada caricia, como un motorista hace en una serpenteante carretera de montaña. Te veía tan deseable, tan desnuda, tan rotunda, que un masculino deseo comenzaba a despertarse en mi entrepierna, y no, no era por satisfacer mi ego, era porque tu intelecto había ido atrapándome y descubriéndome a una mujer excepcional, que necesitaba disfrutar en el más amplio concepto del término, que necesitaba sentirse querida, amada y deseada.

Poco a poco nos fuimos acercando al agua y, como una niña temerosa, alargaste tu mano buscando el apoyo de la mía para ayudarte a guardar el equilibrio al entrar en el mar, a pesar de que la playa era larga, cubriendo poco a poco y con el mar en absoluta calma, hasta el punto de que parecía una bonita laguna, rodeada de pinos por la parte terrestre y abierta al infinito por el lado del mar.

Caminando lentamente, inconscientemente te pusiste de puntillas cuando sentiste el agua bañar tu pubis, que quedaba con los rizos de tu vello estirados y goteando hasta que, finalmente, el agua lo cubrió por completo. Creo que hice lo mismo cuando sentí la fresca agua en mis testículos, un par de pasos más tarde, ya que mido algo más que tú, pero seguimos avanzando hasta que el agua casi cubrió tu pecho.

Volvimos a dar unas brazadas mar adentro y regresamos hasta hacer pie. Estábamos muy cerca y el agotado sol se reflejaba en el mar dibujando una estela crepuscular y fantástica. Mira, te dije, contempla como se esconde, y me puse tras de ti abrazándote por la cintura. Tu reacción fue serena pues lo único que alcanzaste a hacer fue coger mis manos, que se posaban sobre tu ombligo, con las tuyas propias. Sin pensarlo, husmeé con mi nariz en tu cuello, apartando tu cabello mojado y te besé, respondiéndome con un sonoro pero discreto suspiro.

Disfrutamos de esa puesta de sol desde el agua, contemplando como el astro rey, lenta, pero inexpugnablemente, iba acostándose en el mar, empujando por otro lado a la luna, que comenzaba a iluminar la cala con su nívea luz, dibujando, poco a poco, otra estela sobre el agua.

El agua había perdido algunos grados de temperatura, pero creo que se los habían robado nuestros cuerpos, que estaban cada vez más calientes.

Acomodado en tu espalda, y sintiendo mi aliento en tu nuca, dejaste caer hacia atrás tu cabeza exponiendo tu cuello, por lo que comencé a darte bocaditos sobre los hombros, mordisquitos en la nuca y besitos en el cuello. Tus suspiros acompañaban cada movimiento de mis labios y mis manos habían comenzado a deslizarse por tu cuerpo, sujetándote por las caderas y deslizándose por tus costados, ascendiendo hacia tus axilas, tropezando con las redondeces de tus pechos, que acuné con mimo en las palmas de mis manos y que masajeé con cuidado mientras tu respiración se iba entrecortando.

Mi masculinidad había reaccionado y, progresivamente, iba endureciéndose y tropezando entre tus nalgas. Me sentiste y me buscaste, separando tus muslos para facilitar que entre ellos pasara y, quedando con las piernas semiflexionadas para ajustarme a tu altura, comenzaste a mover tus caderas frotándote conmigo.

Era un baile endiablado en el que, en cada movimiento de tu cintura, sentía la fricción de tu entrepierna, que resbalaba sobre mi erección y me provocaba con el roce de tu vello hasta hacerme alcanzar una dureza desconocida.

En tu oído gruñía ahogando mis placeres, mientras guiabas mis caderas con tus manos, que habías llevado hacia atrás y mientras mis manos seguían masajeando tus tetas y pinzando tus pezones que, turgentes, se marcaban con descaro.

Con el sol desaparecido y la luna radiante, te giraste frente a mí y me miraste fijamente. Tu mirada había cambiado y la timidez se había convertido en seguridad. Transmitías fuerza, energía, dominio y deseo y estabas dispuesta a aprovechar esa ocasión para disfrutarla al máximo.

Me abrazaste por el cuello y comenzamos a besarnos apasionadamente, con nuestros cuerpos desnudos, ceñidos uno al otro, con tus tetas aplastadas en mi pecho, con mi erección contra tu tripita, hasta que, poco a poco, fuimos yendo aguas adentro, hasta que mis hombros quedaron cubiertos, momento que aprovechaste, junto a la ingravidez que el mar te proporcionaba, para abrazar mi cintura con tus muslos, ayudándote sujetando tus nalgas con mis manos.

Nuestras lenguas enzarzadas no cejaban en su juego, y ahora tu entrepierna quedaba expuesta a la rigidez de mi mástil que, torpemente, topeteaba entre tus muslos. Sentía los rizos de tu vello en mi glande y eso me enervaba más todavía, y me llevaba a alargar mis manos bajo tus nalgas para descubrir por completo la entrada a tus entrañas.

Estabas increíblemente guapa bajo la luz de la luna y me estabas desesperando de placer. ¿Quieres tenerme dentro? Te pregunté. Por favor, me contestaste, y en un acertado movimiento, sentí en la punta de mi glande la calidez de tus flujos y la suavidad de tu vulva, a la vez que clavaste tus talones en mi culo y comencé a enterrar muy lentamente mi verga en tu interior.

Un largo gemido tuyo se confundió con un gutural gruñido mío hasta que mis testículos quedaron en el umbral de tu túnel.

Quedé inmóvil, sintiendo como habías comenzado a contraer involuntaria, fuerte y rítmicamente tu vagina sobre mi polla.

Grrrrrr qué placer! Fue lo único que alcancé a decirte, mientras comenzabas a moverte, haciendo fuerza con tus manos y tus talones y aupada por mis manos.

La sensación era de un goce absoluto, de un coñito delicioso, de unos pezones tan duros que casi arañaban mi pecho, de una lengua virtuosa que se enredaba con la mía, de unos gemidos celestiales, de un culo salvaje, de una mujer con mayúsculas.

De un ritmo en las caderas para mí desconocido, de una pasión sin igual, de una entrega absoluta, de un placer descomunal.

Vamos, cariño, empuja fuerte, me dijiste, sabiendo que mis movimientos eran torpes y eras tú la que saltaba sobre mí, insertándose mi daga en lo más profundo de su cuerpo, una y otra vez, cada vez más fuerte, cada vez más rápido, cada vez más profundo.

Mis manos seguían masajeando tus glúteos, y con los dedos alargados rozaba tus ingles y tus labios vaginales, apartando con destreza tu vello para que no te molestara en las embestidas y, obscenos, buscando tu culito para acariciarlo.

Al sentir la yema de mi dedo sobre tu esfínter sentí como contraías fuerte tus músculos más íntimos a la vez que apretaste tus muslos sobre mi cintura casi con violencia. ¿No te gusta? Pregunté, pues lo único que buscaba era complacerte. Nunca me han acariciado ahí, y me ha sorprendido, pero me gusta. Muy cuidadosamente fui masajeándote, dibujando círculos sobre los anillos de tu esfínter, mientras comenzabas a recuperar el ritmo de tu trote sobre mi erección.

Cuanto más intensos eran mis círculos, más fuerte te dejabas caer. Vamos cariño, no aguanto más, yo tampoco, confesaste, y dejando de saltar, pasaste una mano entre nuestros cuerpos, comenzaste a frotar tu acolchado pubis contra el mío, restregándote mi polla en el interior de tu coñito y masturbándote el clítoris cada vez más rápido y fuerte.

Tu respiración se hizo incontrolable y, cuando la yema de mi dedo presionó tu ano, un desgarrador gemido me anunció tu clímax, mientras tu mano se agitaba entre nuestros vientres hasta quedar satisfecha.

Vamos cariño, ahora tú, me dijiste sin soltarte y, comenzando de nuevo a moverte comenzaste a apretarme interiormente haciéndome sentir que me ibas a ordeñar, mientras intentaba empujar dentro de ti hasta no soportar más tanto placer y comenzar a descargar mi semen en tu interior soltando un primitivo y prolongado gruñido.

Quedamos quietos, abrazados y todavía unidos, recuperando la respiración y calmando nuestros pulsos hasta que fui abandonando tu refugio.

Nos recompusimos como pudimos y regresamos de nuevo a las toallas, donde nos tumbamos para secarnos a la luz de la luna.

¿Se secó tu biquini? No, me dijiste, pero no importa, hoy haré otra cosa más que nunca había hecho antes, me pondré las bermudas sin ropa interior.

Seguimos hablando y ganando todavía más confianza el uno en el otro. Abandonamos la playa, dispuestos a repetir otra tarde de baño nudista, pero esa noche acababa de comenzar, era la noche de San Juan y la íbamos a disfrutar. Nos fuimos a duchar y arreglar y quedamos para cenar algo por ahí e ir a bailar a la verbena.

Fue una noche mágica, imposible de olvidar.

domingo, 30 de julio de 2023

MULTICOLORES DÍAS



Buenos y multicolores días. Disfrutad del fin de semana que se anuncia y os deseo multicolores encuentros con multicolores amantes que os proporcionen multicolores placeres.


 

sábado, 29 de julio de 2023

GENEROSA



Con tu generosidad liberaste mi alma, abriste mi vista, alcanzaste mi piel, tomaste mi cuerpo. Me abandoné a ti.


 

viernes, 28 de julio de 2023

LIBÉRAME



Me siento prisionero de demonios invisibles.

En mi mente habitas, pero no te alcanzo.

Libérame.


 

jueves, 27 de julio de 2023

LLÁMAME CABRÓN



Llámame cabrón, y acertarás, aún a riesgo de mi reacción, pues bien sabes que en la perversión de mis acciones está la lujuria de tus placeres.

Tu quietud te hará volar.

En mis artes encontrarás paz.

Tu deseo aumentará.

Y con las cuerdas ceñidas a tus carnes tu sexo se licuará, cual fruta madura que destila su dulce néctar.


 

miércoles, 26 de julio de 2023

AURAL



Estoy muy cansada, fue lo primero que dijiste cuando abriste la puerta de casa, mirándome a los ojos según estaba sentado en el sofá viendo un anodino programa de televisión. Dejaste el bolso en una silla, comenzaste a desabotonarte la blusa camino del dormitorio y oí como corría el agua de la ducha del baño de nuestro vestidor. Había sido una larga jornada para ti, era consciente, por eso mismo y, porque era nuestro aniversario, había preparado una cena especial y puesto a enfriar una botella de cava, el brut nature que tanto le gusta.

Mientras estabas duchándote apagué la tele, activé esa lista de jazz que nos encanta en Spotify y comencé a poner la mesa, con nuestra vajilla especial, nuestros cubiertos especiales, unas velas y dos caminos de mesa.

Los canapés estaban casi listos, había estado preparándolo todo por la tarde. Iba a ser una cena fría, no muy copiosa, un pequeño aperitivo, unos espárragos, salmón ahumado, unas tostaditas de caviar y una tabla de curados y quesos, con un carpacho de tomate y bonito y otro de bacalao. Había puesto a enfriar una botella de un tinto de Ribera del Duero y un albariño gallego para que eligieras el que más te apeteciera beber.

Cuando quise darme cuenta, el murmullo del agua de la ducha había dejado de sonar, y me dispuse a encender las velas cuando apareciste en el salón.

Serena y elegante, con un batín de seda, entreabierto, que insinuaba tu escote y la belleza de tus senos y mostraba explícitamente tu torneado muslo. La prenda tenía una bonita caída y se ceñía a tus caderas, potenciando la rotundidad de tus nalgas, dejando poco a la vista y mucho a la imaginación, aunque anunciando indisimuladamente que era lo único que vestías.

Me acerqué a ti sin apartar nuestras miradas y según avanzaba percibía el aroma que desprendías, suave y embriagador, el perfume de tu cuerpo con tu piel recién lavada, fresca, primaveral, deseable.

Sin pronunciar palabra, pero clamando con los ojos, posé mis manos sobre tus caderas mientras nuestras bocas se buscaban, hasta encontrarse. Los labios se sellaban intermitentemente, con sutiles bocaditos, despertando nuestros húmedos apéndices, que se entrelazaban en espirales imposibles.

Pasaste tus manos por detrás de mi cuello y aproveché para deslizar las mías, por tu cintura, hacia tu espalda, dejándolas caer sobre tus nalgas, dándote un apretoncito, mientras nuestras bocas se devoraban y nuestros cuerpos se apretaban.

Nuestras respiraciones se agitaban poco a poco, mientras la música seguía sonando y tus manos comenzaron a desabotonar mi camisa, hasta dejarme con el torso desnudo. Con singular maestría, tus labios iniciaron el descenso por mi cuerpo, atravesando mi cuello, víctima inocente de los arañazos de tus dientes, y mi pecho, dónde aprovechaste para darte el capricho de pellizcarme un pezón, continuando muy lentamente por mi abdomen, dónde jugueteaste en el hoyo de mi ombligo a la vez que tus manos desabrochaban mi cinturón, desabotonaban mi pantalón y lo dejabas caer a mis tobillos. Ante ti quedaba expuesto, mostrándote la indisimulable reacción de mi masculinidad a tus caricias, a tus besos, a tu presencia, a tu deseo. Apenas rozando mi abultado bóxer con tus labios, comenzaste el camino de regreso a mi boca, donde volvimos a disfrutar de las travesuras de nuestras lenguas.

Con nuestros cuerpos ceñidos y nuestras lenguas enredadas, deshice el lazo del cinturón de tu batín, y deslicé mis manos por dentro hasta sujetarte por la cintura. En recíproca tortura, deslicé mis labios lentamente por tu cuello, dándote suaves bocaditos a la vez que cerrabas tus ojos dejando caer tu cabeza hacia atrás. Mi boca buscó tu escote y besé con mimo las rugosas protuberancias de tus pechos. Al sentir mi lengua haciendo círculos sobre tus areolas inspiraste hondo, y cuando tus tostados pezones se erigieron y los atrapé succionando entre mis labios, un gemido ahogado salió de tu garganta. Delicioso bocado el de tu delicada carne, que abandoné para seguir en mi explorador camino, descendiendo lentamente, y cuánto más al sur bajaba, más embriagador era el aroma de tu cuerpo. Caí preso en la trampa de tu ombligo, no pudiendo evitar besarlo y recorrerlo con mi lengua, lo que te provocó un escalofrío haciéndote encoger el vientre.

Me detuve en mi camino, pegué mi cara a tu cuerpo y fui deslizando mis manos hacia tu espalda, hasta sujetarte por las nalgas. Volví a posar mis labios sobre tu piel y separaste tus muslos pidiendo, sin hablar, que terminara de recorrer tu anatomía.

Tu piel, sedosa y templada, reaccionaba erizándose al contacto con mi lengua que, lenta pero inexorablemente, continuó su previsible camino desde tu ombligo hacia el delta de tus muslos. Apenas alcancé tu pubis, fue inevitable aplastar mi cara contra tu delicada anatomía, lo que provocó que exhalaras entre deseosa y aliviada por sentirte al fin atendida en tus más carnales demandas. Pero lo obvio es fácil y aburrido, así que decidí arrastrar mi lengua circunvalando tu tesoro, dándole emoción a tu deseo, alcanzando tu ingle, que recorrí con cautela, rozando leve pero inevitablemente tu sonrosada vulva con mi rostro, que poco a poco descendía por la cara interna de tu muslo para, una vez alcanzada tu rodilla, continuar hasta tu tobillo.

Levantaste tu pierna hasta apoyar tu pie en mi hombro mientras buscabas el equilibrio con tus nalgas en la mesa. Lo besé mientras lo masajeaba, relajando tu pierna hasta tu gemelo, y comencé a lamer tus dedos, lubricándolos con mi saliva y succionándolos con suavidad, provocando sensaciones increíblemente placenteras con los escalofríos que ascendían como relámpagos para tronar en tu entrepierna. Comencé por el más pequeño de tus dedos y, uno a uno, fui succionando todos ellos hasta llegar al pulgar, mientras mis manos seguían masajeándote con mimo.

La intensidad de tu respiración me indicaba que te estaba resultando singularmente placentero así que, con cuidado, acompañé tu pie hasta posarlo en el suelo e hice el gesto de coger el otro, acto que entendiste de inmediato y a lo que accediste complaciente.

Las mismas caricias, con la misma intensidad, con el mismo mimo, durante el mismo tiempo, en el mismo orden, fui dibujando sobre tu otro pie, hasta llegar a tu tobillo, punto de partida para escalar a tu rodilla, de donde proseguí por la cara interna de tu muslo hasta alcanzar tu ingle, que con provocación lamí, volviendo a rozar con mi rostro tu vulva que, comenzaba a destilar el néctar de tu goce, volviendo a rodear tu sexo y apoyando de nuevo mi rostro en tu pubis.

Sentí tu respiración agitada y a la vez que tu sexo comenzaba a desplegarse, tu piel comenzaba a transpirar, dejando sobre tu cuerpo una pátina brillante.

Separaste todo lo que pudiste tus muslos, te acomodaste en la mesa y, según seguía arrodillado entre tus piernas, cogiste mi cabello y me indicaste que había llegado el momento de que saboreara tu feminidad.

Alcé la cabeza y te miré fijamente, irradiabas deseo. El batín estaba completamente abierto y tus pechos se veían majestuosos desde el sur de tu cuerpo, revelando la indiscreción de tus pezones erguidos que se alzaban coronando la redondez de tus tetas.

Rocé con mis labios tu pubis y comencé a darte suaves besos sobre tu más íntima y preciada anatomía. Los pétalos de tu rosa se estremecían al contacto con mi boca y, poco a poco, fueron desplegándose hasta abrirse por completo. Mi lengua comenzó a juguetear en tus ingles, rozando las crestas de tu flor, recorriendo todos los pliegues ocultos, todos los rincones secretos, todo el protegido mapa de tu nido de placer.

Pequeños gemidos se te escapaban cuando sentías la caricia en una zona más delicada, cuando la presión aumentaba, cuando sentías como tu sexo se congestionaba, se hinchaba, se irrigaba, se abría, se mojaba.

Y mi lengua lujuriosa con ganas se deslizó por la línea que marca el centro de tu cuerpo, dividiendo tu coñito en simétricas mitades, desde tu sur a tu norte, hasta quedar sobre tu delicado caramelo, que asomaba impávido y curioso al festival de sensaciones. Lo aplasté con mi húmedo apéndice y, esta vez, tu gemido fue menos comedido.

Tensé mi lengua, la alargué, y deshice el camino andando, separando definitivamente tus labios vaginales, mezclando mi saliva con tu viscoso elixir, resbalando entre tu cuerpo, hasta alcanzar tu perineo. Pero la lujuria nublaba mi mente y no me detuve. Seguí en mi camino, hasta posar mi lengua sobre tu ano. Ahora fue un jadeo el que me indicó que había llegado a buen puerto, y comencé a dibujar círculos imposibles sobre tu esfínter, aumentando la presión y la velocidad de mi lengua. Y paré un segundo, tomé aire, y comencé a ascender de nuevo hasta llegar a la entrada de tu túnel que, con mi lengua penetré mientras empujaba mi rostro contra tu cuerpo. Comencé a hacerla bailar en tu interior, recorriendo en el sentido de las agujas del reloj todas tus paredes vaginales, haciendo que cerraras tus rodillas y aprisionaras mi cabeza entre tus muslos.

Estabas totalmente empapada y estabas dejando la impronta de tu excitación en mi rostro.

Tal era tu excitación que, tirando con fuerza de mi pelo me hiciste levantar hasta tener mi boca a tu alcance y, mientras acercabas tus labios a los míos, con ansías bajabas mi bóxer, lo justo para coger mi pene erecto y comenzar a frotarte con mi glande, extendiendo todavía más tus flujos, lubricando mi rigidez y pajeándote con descaro.

En tu ansia por engullirme alargaste tu mano libre para agarrar sin delicadeza mis huevos que, todavía dentro del bóxer, quedaban protegidos, aunque hinchados y pesados. Los liberaste de la presión del calzoncillo, que hábilmente empujaste hacia mis rodillas.

Nos estábamos comiendo las bocas mientras seguías masturbándote con mi erección, cada vez más fuerte y rápido, lo que agitaba excitantemente mis esféricos atributos, hasta que decidiste saciar tus ganas y, encarándome para entrar en lo más profundo de tu cuerpo, tiraste de mis caderas hacia ti mientras empujabas en mis nalgas con tus talones.

Despacio, pero inexorablemente, comencé a deslizarme por el interior de tu vientre con asombrosa facilidad. No estabas lubricada, no, estabas absolutamente empapada y, sentir esa cálida humedad en mis huevos cuando estos topetearon en tu culo, me provocó un escalofrío que recorrió mi columna vertebral desde mi ano hasta mi nuca.

Quedé inmóvil en lo más profundo de tu cuerpo mientras seguías presionándome en el culo con tus talones, mientras apretabas con tus manos mi cintura, cuando acercando mi boca a tu orejita te dije: aprieta fuerte, cariño, apriétame todo lo fuerte que puedas, y comencé a sentir un no sé qué, un vacío, una succión, que por un momento pensé que me ibas a sacar hasta la médula.

Liberaste mi polla de tu presión y comencé a salir muy lentamente, hasta dejar entre tus labios mi glande, y volví a pedirte que apretaras. El aleteo de tus labios vaginales en la punta de mi verga me proporcionaba un cosquilleo tan placentero y tan indescriptible que es difícil de explicar.

Soltaste y comencé a empujar hasta aplastar tu clítoris con mi pubis y, después de unos segundos quieto, te di cinco o seis empujoncitos más fuertes, todo ello sin empezar a bombear en tu interior.

Nuestras respiraciones estaban agitadísimas, nuestros corazones latían sin concierto y nuestros cuerpos transpiraban por el placer disfrutado y ciertas ganas contenidas.

Estabas apoyada sobre tus codos, por lo que decidí pasar mis manos bajo tus nalgas para ayudarte en tus vaivenes, que iban aumentando según aumentaba tu placer. Masajeaba tu culo al compás de los envites, deslizando sutilmente la yema de mi dedo índice hacia tus ingles, donde recogí tus ya escandalosos flujos y los llevé resbalando por tu perineo hasta tu ano, que comencé a lubricar y masajear con sumo mimo.

Cuando me sentiste en tu delicado agujero, un suspiro ahogado salió de tu garganta, y te pregunte: mi amor, ¿Te gusta? Mucho, me dijiste, así que seguí acariciándote aumentando progresivamente la presión, a la vez que comenzaba a moverme en el interior de tu coñito.

No llevábamos mucho tiempo cuando un dulce rubor rosa comenzó a ascender por tu vientre, mientras tu respiración se descontrolaba. Vamos cariño, te dije, regálame tu orgasmo, y el rubor ascendió por tu abdomen, por tu escote, por tu cuello, hasta iluminar tu rostro, momento en que mis movimientos eran fuertes y profundos, momento en que mi dedo invadió tu esfínter, momento en que con voz rasgada me dijiste: córrete conmigo, no pudiendo contener la ira de mi excitación y descargando en tu interior mi pesada y lechosa carga, mientras gruñía como una bestia y caía sobre tu cuerpo.

Todavía con mi verga latiendo en tu interior, expulsando las últimas gotas de mi néctar, me cogiste la cara con las manos y la acercaste a tu boca, dándonos un apasionado beso.

Felicidades cariño, felicidades corazón. Has estado increíble, te dije.

Nos recompusimos y miramos la mesa puesta y descompuesta. Reímos. Duchémonos.

La cena no se enfría.

Brindamos con cava.


 

martes, 25 de julio de 2023

SLOW SEX



Disfruta del viaje, del recorrido, del camino, del paisaje, sin tener obsesión por el destino.


 

lunes, 24 de julio de 2023

PROFUNDIDADES



Y en lo más profundo te tu vientre, le encontré refugio a mi dureza. Calmé mi sed con tu humedad. Transformaste mi rigidez con tu aterciopelado tacto. Saciaste mi hambre de hembra. Me dejé fagocitar por tu insaciable deseo, materializado en el calor de tus muslos que, aspirándome sin compasión, vació mis entrañas de mi lechosa esencia.

Con el aliento recuperado y el pulso sereno, tu brillante mirada me hizo saber que sólo había sido el primer plato de un muy especial menú degustación.

Maridemos caldos.


 

domingo, 23 de julio de 2023

BUENAS NOCHES


Felices sueños.

 

sábado, 22 de julio de 2023

FOTOGRAFÍA



Y buscando siempre el mejor encuadre, queriendo recoger con imágenes tus mejores momentos, fue como te salió corrido el mejor orgasmo de tu vida.


 

viernes, 21 de julio de 2023

ENCUENTRO ANIMAL


Y con un salvaje bramido salpiqué con mi elixir su espalda, mientras ella, extasiada, se arqueaba y contorsionaba rítmicamente. Nuestros cuerpos, sudorosos, se recomponían tras tan primitiva cópula. Todavía estábamos recuperando el aliento cuando nuestras miradas se cruzaron y en su mirada vi el instinto de esa mujer transformada en hembra, y mi corazón se desbocó al despertar en mis entrañas al semental que la volvería a montar.

Volteándola, y sin pronunciar una sola palabra, me puse sobre ella. Nos miramos de nuevo y esta vez vimos fuego en nuestras pupilas brillantes. Sus gemidos me guiaron. Cobijándola bajo mi cuerpo, con los codos y las rodillas apoyados, la mantuve en contacto sin dejar caer mi peso sobre ella, lo que aprovechó para abrazar mi cintura con sus muslos.

Y mi falo encontró su húmeda pero cálida entrada.

Y sus talones se clavaron en mis nalgas.

Y mis caderas empujaron con fuerza.

E invadí por completo su interior, sintiendo como mojaba con su néctar mis atributos, que contra sus nalgas habían chocado.

Y jadeó, se retorció, y en trance entró. Y sus caderas cobraron vida, y contra las mías chocaron. Y mi lengua buscó sus pechos, que con deseo lamieron.

Y mi pubis le correspondió, a golpe de envite, y el suyo me acogió, sedoso y ardiente.

Y la velocidad aumentó, y los ritmos acompasamos, y una melodía de gemidos, jadeos y sexuales sonidos de nuestros cuerpos salieron.

Y con su mano buscó mi cuerpo y mis testículos agarró, y con ellos con fuerza hacia ella tiró.

Y empujé inmisericorde, barrenándola con ímpetu, y sus uñas clavó en mi espalda, y las arrastró, y mientras se corría bramé de nuevo, y en su interior me vacié inundándola de semen.

Y mi peso cayó sobre ella y mi pecho con sus pezones rozó.

Y sus muslos me apretaron.

Y el aire sopló, el aliento recuperamos. La paz llegó.

 



 

jueves, 20 de julio de 2023

BOLÍGRAFO



Me considero un hombre con cierto mundo, he viajado por muchos sitios, conocido gente de lo más dispar, visitado lugares elegantes y peligrosos, frecuentado restaurantes de tres tenedores y tascas de barrio, y no es que crea que ya lo he visto todo, pero los publicistas siempre guardan un as bajo la manga y siguen teniendo la capacidad de asombrarme. En este caso, una vez más. No me negarás que no es ingenioso.

 

miércoles, 19 de julio de 2023

DEDOS EXPERTOS


Y están los expertos. Dedos que saben buscar donde no se ve, que encuentran rugosas protuberancias esponjosas de las que con hábiles técnicas hacen manar manantiales de embriagadores elixires.

Dedos que confunden a tu cuerpo, haciéndote sentir sensaciones inconclusas, enloqueciendo a tu razón que, por un lado, te ordena decirme que cese en la tortura y, por otro, en cambio, te hace gemir que concluya.

Dedos perversos y pacientes, que oprimen y frotan incansables, al ritmo de las caderas que se contorsionan al sentir esas caricias en las entrañas de tu vientre.

Dedos que se arrugan al contacto prolongado con el néctar de tu sexo, dedos que aceleran el ritmo, aumentan la presión, centrifugan tu intimidad hasta que expeles ríos de cálido caldo, al compás de las oleadas de las contracciones de tu canal de placer.

No dejes de disfrutarlos cuando tengas ocasión.


 

martes, 18 de julio de 2023

DEDOS FANTÁSTICOS



También los hay hábiles, provocadores, que exploran curiosos rincones ocultos, que palpan, acarician, rozan. Dedos curiosos que nunca dejan de explorar, siguiendo las indicaciones de quien disfruta de sentirlos. Siempre dispuestos, siempre complacientes.


 

lunes, 17 de julio de 2023

DEDOS QUE LLAMAN


Y siguiendo con esos inquietos dedos, también los hay hipnóticos, de los que te quedas mirando y no puedes despegar la vista de ellos, que te atrapan con sus suaves movimientos, con sus sugerentes gestos, de los que te invitan a ir y, absorta los miras y te encaminas hacia él, hacia ese hombre que tan elegantemente te llama y en tus oídos escuchas su susurro: -ven, acércate- y hechizada lo haces, atraída por todo lo que sabes que vendrá después, por todos los placeres que entre tus muslos te imaginas, por todo lo excitante que en tu mente se recrea, por el deseo de entregarte a ese varón y ser presa de sus perversiones.



 

domingo, 16 de julio de 2023

DEDOS MÁGICOS



Los hay aburridos, torpes, descuidados, fríos, ineptos, inhábiles, patosos, pero también cálidos y mágicos. Yo te recomiendo los mágicos. ¿Y tú, cuáles prefieres?

 

sábado, 15 de julio de 2023

ANIMAL



Hoy es uno de esos días en los que me siento salvaje, transpirando excitación por cada poro de mi piel. Hoy es uno de esos días en los que necesito que tus ansias te lleven a buscar mi cuerpo con desesperación. Hoy es uno de esos días en los que dejaré el caballero que soy a los pies del tálamo para ser el semental que me siento sobre tu aterciopelado cuerpo. Hoy es uno de esos días en los que el fuego me abrasa la entrepierna. Hoy es uno de esos días en los que solo quiero que me cabalgues como si fuera tu mejor potro. ¿Y tú, qué quieres el día de hoy?


 

viernes, 14 de julio de 2023

ARREBATO


Y justo en el momento oportuno no puedes reprimir tus ganas y, volteándote como una gata te pones sobre mí, y comienzas a cabalgarme rítmicamente, controlando el tiempo y la intensidad, la cadencia y la profundidad de cada culeada. Y de mi garganta arrancas gruñidos ahogados cada vez que aplastas mis testículos con tus nalgas, lo que todavía te excita más, y consciente de que pueden arrastrarte al clímax final intentas tapar mi boca y asfixiar mi garganta, desesperada para no oír mis gemidos que, como cantos de sirena, te llevarán a estallar de placer. ¿Nos dejamos llevar?


 

jueves, 13 de julio de 2023

SALVAJES




Quiero besar las partes más salvajes de ti, las más salvajes...

 

miércoles, 12 de julio de 2023

BRAMANDO


Bramando como un toro me derramé inundando tu interior a la vez que jadeabas compartiendo conmigo tu placer.

Todo transcurrió rápido, que no deprisa, y debió ser el intenso sabor del licor con el que dimos por concluida la cena, el que desató tus ganas de querer compartir tu gusto con mi boca, enredando nuestras lenguas en nudos húmedos y cálidos.

Pero nuestros cuerpos no permanecieron ajenos a los estímulos que despertaban la sensibilidad de nuestras pieles y, a la vez que nuestras respiraciones se agitaban, nuestras manos se desesperaban por destapar hasta el último centímetro de nuestra anatomía.

Nuestras ropas quedaron esparcidas por el suelo del salón, mientras el confortable sofá contemplaba, mudo y discreto, nuestros cuerpos desnudos y entregados.

Ardían nuestros sexos, latían sin control nuestros pechos, y el olor penetrante del cuero que tapizaba el mueble humedecido por la transpiración de nuestros cuerpos, nos elevaba a un estado de entrega total y salvaje.

Sentada sobre mí, cabalgabas desbocada, aplastando mis huevos con tus nalgas cada vez que caías, engullendo entre tus muslos mi erección, mientras tus pechos se bamboleaban insolentes al alcance de mi lengua.

Mis manos sobre los cachetes de tu culo te ayudaban en cada vaivén, rozando con las yemas de mis dedos tus labios húmedos y tu ano, lo que te arrancaba gemidos que transmitían especial placer.

Comenzaste a destilar por tu sexo un néctar viscoso que quemaba en mi glande, que mojaba mis huevos, que anunciaba que tu clímax se impacientaba por hacerte retorcerte de placer.

Te volteé, y poniéndote de rodillas sobre el sofá, apoyaste tus manos sobre el respaldo, y desde atrás, sujetándote por las caderas, comencé a entrar y salir rítmicamente en tu interior.

Agarré tu cabello tirando de él, haciéndote levantar la cabeza y arquear la espalda, lo que provocó que comenzaras a mover tus caderas endiabladamente, jadeando sin consuelo mientras te acariciaba el ano con la yema de mi dedo índice. Sentir como contraías y relajabas tu esfínter ante la presión de mi dedo me excitó brutalmente, llevándome a empotrarte sin misericordia, hasta que, a los pocos segundos, sentí tu sexo contraerse sobre mí, exhalando un alarido de placer al sentir mi dedo invadir tu agujero lo que nubló mi vista y desató el primitivo mecanismo que me llevó a vaciarme con fuerza en tu interior mientras un gruñido, ronco y prolongado, salía de mi garganta.

Velada que comenzó romántica y terminó apasionada, sin haberlo previsto. Velada placentera con tu placentera piel. Velada memorable. ¿Velada para repetir? Solo tienes que decirme “sí”.



 

martes, 11 de julio de 2023

PELIGROS



A veces conviene arriesgarse y dejar caer la coraza bajo la que nos protegemos. Parafraseando al poeta-cantante, "nadie se ha muerto por ir sin dormir una vez al currelo". Ahí te lo dejo: arriésgate!!!


 

lunes, 10 de julio de 2023

INDISCIPLINADA




Indisciplinada, y poseída por la excitación que se apoderó de su mente, no fue capaz de moderar su comportamiento, y agitando su cuerpo, desoyó mis instrucciones buscando su placer, retorciendo mi verga en el interior de su sexo con endiablados movimientos, hasta que oleadas de rítmicas contracciones la hicieron correrse al tiempo que me vaciaba en su interior, jadeando como una auténtica bestia.

Pero en su irreverencia está el castigo, pues sería por mi parte ser muy mal mentor si no corrigiera tales actitudes.

Y tras el reposo llegó la lección, esa que le enseñaría a escuchar las señales de su cuerpo, esa que la ilustraría en el delicado arte de disfrutar de cada sutil sensación, esa que le exigiría obediencia a las órdenes de su Señor, que solo busca hacer de ella una mujer capaz de disfrutar, que solo busca su mayor, exquisito y sibarita placer.

Se mostró dispuesta y colaboradora, consciente de su error, y ella misma, completamente desnuda, ató sus tobillos a las patas traseras de una silla. Mientras yo contemplaba la escena de esa mujer en cueros y en cuclillas anudándose, acelerándome el pulso. Me acerqué por su espalda y le tapé los ojos con un largo pañuelo de seda negra. Acto seguido, anudé sus muñecas al alto respaldo de la silla.

Estira la espalda, le dije, y se arqueó haciendo sobresalir su culo y elevando sus hombros. Vas a sentir el flogger en tus nalgas, le susurré al oído y, por unos segundos, contuvo la respiración. Arrastré despacio las colas de cuero entre los cachetes de sus glúteos, subiendo despacio por su espalda, y al llegar a sus hombros deshice el camino, lo que le provocó un escalofrío que le erizó la piel, despertando sus hasta ahora inocentes pezones.

Dejo de tener contacto y le susurré: “contrae fuerte el culo”, lo tensó, haciéndolo brillar con el reflejo de la luz, y las colas del flogger se estrellaron contra sus nalgas, abrazando todas sus redondeces, al tiempo que exhaló un sonoro suspiro.

¿Te ha dolido? –no, contestó, y mi mano acarició su culo, reconfortándolo. Serán nueve más, le advertí, y sin pronunciar una sola palabra asintió con la cabeza.

Al recibir la quinta imposición, sus nalgas se veían sonrosadas y al tacto de mi mano se mostraban hipersensibilizadas, pero el castigo comenzaba a ser efectivo.

Cada vez que el cuero contactaba con su cuerpo, un ligero temblor hacía vibrar sus pechos. Los acuné en mis manos, endureciéndose por momentos y pinzando sus pezones ya turgentes.

Aprieta fuerte el culo, vamos a por la sexta, y cada vez lo apretaba más fuerte, con más intensidad, durante más tiempo, apenas relajándolo un instante cuando sentía la caricia de la palma de mi mano.

Y llegó la décima, que consolé como el resto, advirtiendo como su sexo había comenzado a manifestarse. Sus labios vaginales estaban desplegados y de ellos colgaban penduleantes hilillos de su viscoso flujo.

Cogí el flogger al revés, dejando su mango de cristal torneado libre y lo llevé entre sus muslos hasta su pubis. Presioné y lo arrastré abriendo por completo su vulva hasta llevarlo a su ano, que empecé a acariciar lubricándolo con sus propios flujos.

Y el placer se desató de nuevo, comenzando a gemir y a mover su culo, buscando frotarse como una yegua en celo. Le volví a susurrar, -no, todavía no, no se te ocurra correrte de nuevo, pero mis palabras, lejos de calmarla, la alteraron más todavía.

Volví a recorrer su entrepierna con el mango de cristal, que resbalaba con total facilidad, de delante hacia atrás, una y otra vez, recogiendo sus flujos y llevándolos a su esfínter, y cada vez la sentía más mojada, más nerviosa, más excitada. Y cada vez presionaba más fuerte contra su cuerpo y cada vez suspiraba con más agitación hasta que no aguantó más la lenta agonía del orgasmo ausente y suplicó que la dejara correrse.

No va a ser tan fácil, le dije al oído con voz grave. Y con la punta del juguete, volví a presionar sobre su pubis, aplastando su clítoris, haciéndola agitarse y, al resbalar entre sus labios, se puso de puntillas buscando la mejor posición para engullir el cristal tallado, y al encontrarlo se dejó caer insertándoselo hasta la unión con las colas de cuero mientras soltó un alarido de placer que me hizo empalmarme como un semental. Sus flujos impregnaron mis dedos y el olor almibarado del cuero mojado me sacó de mis casillas. Giré el mango, dándole vueltas en su interior mientras arqueaba las caderas, y comencé a retirarlo lentamente, mientras ella lo acompañaba con su cuerpo negándose a dejar de sentirlo en lo más profundo de su coñito. Lo apretaba hasta casi succionarlo y cuando salió el último tramó sonó como cuando se libera la presión de una ventosa.

Ahora no aprietes, le ordené, relaja tu ano, y apoyando la redondeada punta del cristal, comencé a presionar lentamente. Relaja, insistí, relaja el culito, inspira profundamente, y al separar sus nalgas, y con una ligera presión, el primer tercio del mango se introdujo en su esfínter, arrancándole un grito ahogado de placer. ¿Quieres más? –sí, por favor. Buena chica, relaja un poco más, y mientras yo ejercía una ligerísima presión, ella comenzó a empujar con sus redondas nalgas hacia atrás, todo lo que las ataduras le permitían, pero lo suficiente para follarse el culo con el mango completo.

Es hora de apretar, le indiqué. Aprieta fuerte de nuevo y mantén la contracción, y sus labios vaginales se tensaron. ¿Sientes la diferencia? Pregunté. Sí, confirmó. Y el juego comenzó. Relaja, ordené, y al soltar tiré despacio sacando un tercio del juguete. Ahora aprieta de nuevo, y tras unos minutos le pedí que relajara, y tiré de nuevo sacando otro tercio, Y el juego continuó, apretando y relajando, sacando y metiendo, hasta que su coño comenzó a licuarse de nuevo, llorando esos hilos de viscoso y transparente flujo.

Mi verga estaba hinchada y el glande brillaba violáceo. Me puse tras ella y deslicé mi polla entre sus muslos, sintiendo inmediatamente su humedad. La cogí por el cabello y tiré hacia atrás haciéndole levantar la cabeza. ¿Sientes mi polla?, sí contestó. ¿La quieres? Por favor, rogó. Y comenzó a doblar sus rodillas para separar más sus muslos. Tenía las manos ocupadas, una en su cabello y la otra con el flogger, cuyas colas sujetaba hacia arriba para que no interfirieran en esa deseada cópula. Comenzamos a buscarnos y no tardamos en hacer coincidir su mojado y caliente coño con mi erecto miembro. Sentí en mi glande una humedad que abrasaba, y al sentirme, ella comenzó a agitarse poseída. Tranquila, no cometas dos veces el mismo error, le advertí, e inspirando profundamente aplacó su instinto. De un empujón entré hasta lo más profundo de su coño, comenzando a sentir su humedad en mis huevos, que colgaban abandonados en el abismo de su entrepierna. Aprieta fuerte, le dije, y comenzó a apretar, ciñendo sus paredes vaginales a mi verga. Sentía su presión y eso me enloquecía. Relaja, indiqué, pasados unos minutos, y mi polla quedó liberada, palpitando ahora ella por sí misma. Aprieta de nuevo, y volvía a apoderarse de mí, relaja, y me soltaba a su antojo. Y así estuvimos hasta que sentí como mis huevos activaban el mecanismo de descarga. Aprieta ahora fuerte, le dije y empujé hacia arriba con todas mis fuerzas, haciéndola casi perder el equilibrio. Me voy a correr, me dijo y le concedí su orgasmo, dámelo ahora, al tiempo que comenzaba a bombear mi semen en su interior y tiraba del cristal, sacándolo de su culo mientras se corría, todo ello con la sinfonía de gemidos, jadeos y gruñidos que salían de lo más profundo de nuestro cuerpo.

Su espalda brillaba sudada y yo sentía correr la humedad por mis huevos. Apriétame ahora, le dije, ordéñame hasta la última gota. Y comenzó a contraer y relajar rítmicamente, manteniéndome empalmado unos minutos más.

Orgasmo didáctico que le hizo ser consciente de lo que se siente cuando se aprieta y cuando se relaja, cuando el cuero cae sobre tu piel y cuando una mano consuela con una caricia. Sensaciones únicas al sentirse invadida en plenitud.



 

domingo, 9 de julio de 2023

REFLEJOS





Y ver en el espejo nuestros cuerpos desnudos reflejados, y en tu rostro esa sonrisa oculta, esa mirada traviesa, cuando me sientes tras de ti, es lo que más excitación me provoca, pues intuyo que te gusta sentir mis labios en contacto con tus labios más sensibles, que disfrutas sintiendo mi lengua arrastrándose arrogante por tus rincones más ocultos, que deseas, cuando elevas tus caderas, que te colme plena con mi masculinidad rabiosamente erecta.

Y mientras me sientes invadiéndote, a la vez que gimoteas placenteramente tu mirada pícara brilla y se refleja como luna llena sobre el mar, pidiéndome silente que empuje con brío hasta desbordarte de placer.


 

sábado, 8 de julio de 2023

GENTLEMAN





Un caballero es, simplemente, un lobo paciente. ¿Será verdad?

 

viernes, 7 de julio de 2023

DÍA DE JUEGO





Día de descanso, día de placer. Voluntaria entrega. Que comience el juego!!!

 

jueves, 6 de julio de 2023

AGOTADO



Agotado tras una larguísima jornada, por fin, llegué a mi casa. Habían pasado más de diez horas desde que había salido por la mañana temprano. Según cerré la puerta de la entrada, dejé mi cartera en mi pequeño despacho y, camino del dormitorio, fui quitándome la chaqueta, la corbata, el cinturón y los zapatos, dejando la ropa colgada de sus perchas y los zapatos recogidos, como siempre hago. Estaba realmente agotado, desde que aparqué en el garaje, mi mente solo pensaba en una larga y reconfortante ducha, imagen en la que me recreé los segundos que el ascensor tardó en subirme al ático donde vivo y, tal era el cansancio, que con solo liberarme de la corbata y los zapatos sentí tal alivio, que me fui directamente a la ducha.

El agua templada comenzó a caer en forma de fina lluvia e inmediatamente, y con los ojos cerrados, me puse bajo ella. ¡Qué sensación tan agradable! Pensé, disfrutando del líquido elemento, hasta que, al alargar mi mano hacia el dispensador de gel, abrí los ojos y me percaté de que no había terminado de desnudarme. Una amplia sonrisa se dibujó en mi rostro y, lejos de disgustarme, continué disfrutando de esa ducha.

Comencé a desabotonar mi blanca camisa, completamente pegada a mi piel, mientras acariciaba mi pecho, hasta librarme de ella. Me quité los pantalones y los calcetines, totalmente empapados, y con la sensación de humedad en mi bajo vientre apreté con medida fuerza los atributos que mi bóxer protegía, produciéndome un intenso y efímero placer, aunque suficiente para despertar mi deseo.

Los arrastré por mis muslos y aparté en un rincón de la ducha con el resto de la ropa, rozando mi sexo el algodón mojado, provocándome un excitante placer al tiempo que mi masculinidad adquiría cierta turgencia.

En ese instante recordé la noche que, llegando, como hoy, cansado a casa, y ya estando desnudo en la ducha, bajo el agua, apareciste en el baño como una diosa providencial, desnuda y bella, y te metiste conmigo, bajo el agua, abrazándome por la espalda. Sentir tus pechos aplastados contra mi espalda me produjo un cálido placer, a la par que una adolescente erección, que no pasó desapercibida para ti, cuando en tus manos, que rodeaban mi cuerpo, sentiste el tintineo de las palpitaciones de mi miembro enervado. Con delicadeza extrema abriste tus manos para asir con delicadeza mi falo mientras con la otra mano sopesaste mis testículos, y un gemido, largo e inspirador, salió por mi boca, mientras mis caderas comenzaban a moverse instintivamente.

Pasé mis manos hacia atrás, y alcanzando tu piel, te atraje hacia mí más todavía, para seguidamente deslizar mi brazo derecho entre nuestros cuerpos hasta alcanzar, con las yemas de mis dedos, los rizos de tu pubis, que acaricié con mimo tal como tú hacías conmigo. Separaste tus muslos y alargué mi mano que empujé todo lo que pude, hasta tenerte prisionera en la palma de mi mano, haciéndote elevar de puntillas al sentir tu sexo indefenso y provocado.

Me zafé de ti e invertimos los papeles, quedando ahora tú delante de mí, cara la pared, en la que apoyaste tus manos elevándolas por encima de tu cabeza. Te abracé, y subí con mis manos por tus caderas, tus costados, hasta sentir las redondeces de tus pechos, que acuné en mis manos, a la vez que mi pubis se frotaba contra tus nalgas, buscando con mi verga el hueco entre tus muslos. Pincé con las yemas de mis dedos tus pezones, de los que tiré hacia adelante, hasta que resbalaron de entre mis dedos y volvieron bamboleándose a su sitio, mientras te mordía en la nuca y comenzabas a respirar agitadamente. Separaste más tus muslos, arqueaste tus caderas, dejando tu trasero en una posición de ofrecimiento irrechazable y busqué tu entrada, topeteando contra ti, frotando con mi glande tu vulva, una y otra vez, mientras el agua seguía cayendo sobre nosotros. Ayudándome con mi mano, localicé la entrada de tu túnel y con un leve empujoncito deslicé mi glande en tu interior, robándote un gruñidito de placer. Me quedé quieto, disfrutando de como tu coño se contraía y relajaba sobre mí, oprimiéndome y liberándome, pero tus demonios se habían desatado y comenzaste a mover el culo como una posesa, provocando que, a cada giro, a cada vaivén, mi verga fuera introduciéndose en tu cuerpo cada vez más adentro, hasta que mis huevos, hinchados y pesados, cargados de mi esencia, quedaron en la linde de tu coño, pegados a tus labios vaginales, momento en el que embestí un poco más adentro de ti, casi haciéndote perder el equilibrio, exhalando un excitante grito.

Pasé una mano bajo tu ombligo y rápidamente encontré tu clítoris, que sobresalía hinchado, injustamente olvidado en esta fiesta, así que, apoyando sobre él mis dedos alineados y juntos, comencé a moverlos de izquierda a derecha, sintiendo como resbalaba y saltaba de dedo en dedo, completamente lubricado por esa excitante mezcla de tus flujos con el agua de la ducha, mientras nuestras caderas ejecutaban con absoluta perfección el rito del más primitivo apareamiento, acompasando ritmos y embestidas. La sensación del agua, mezclada con tus fluidos, resbalando por mis huevos, nublaba mi raciocinio, y cada vez empujaba con más fuerza, provocando que de tus nalgas salieran rítmicamente los excitantes sonidos de un inspirador chapoteo.

Tus gemidos aumentaron y se convirtieron en libidinosos jadeos, que interpreté como de placer extremo, así que aumenté la velocidad y la intensidad con la que frotaba tu clítoris, con la que te follaba desde atrás, con la que mis huevos golpeaban tu cuerpo, con la que mordía tus hombros y tu nuca, dejando mis dientes marcados en tu piel, hasta que, a la par que gritabas sofocada, cerrabas con fuerza tus rodillas, encogiéndote sobre ti misma, regando mis huevos con una suerte de cálido líquido que propulsaste de tu coño y resbalaba por tus muslos, mientras tus contracciones ordeñaban mi polla, que vaciaba mis testículos dentro de tu cuerpo.

Sujeté tu cuerpo con un fuerte abrazo, ayudándote a equilibrarte de nuevo, todavía conmigo en tu interior. Quedamos inmóviles y comenzamos a recuperar el aliento mientras sentía como todavía palpitabas sobre mi pene, que poco a poco, iba resbalando de tu interior. Ya libres, nos pusimos frente a frente, nos miramos a los ojos, que transmitían felicidad y, nos fundimos en un sincero abrazo acompañado de un apasionado beso.

En ese instante recuperé la consciencia, abrí los ojos bajo el agua y me vi con la verga erecta en mi mano y los restos de una recientísima eyaculación siendo arrastrados hacia el desagüe de la ducha.

Recordarte me hizo volver a disfrutarte.

Echo de menos volver a ducharme contigo ¿Tú no?

 


 

LA TÉNUE LUZ DEL ALBA

La ténue luz del alba se colaba entre las cortinas reflejando bellas sombras sobre nuestros cuerpos desnudos. Todavía dormías, como un áng...