A la Cruz de San Andrés, resignada te sometiste, sabiendo que
después de la expectación, y la agonía del exclusivo placer, llegaría tu
ansiado clímax.
Nada es lo que parece, pues hasta el más romántico de los hombres tiene su lado oscuro.
A la Cruz de San Andrés, resignada te sometiste, sabiendo que
después de la expectación, y la agonía del exclusivo placer, llegaría tu
ansiado clímax.
Una noche movidita,
dos amantes agotados,
un domingo perezoso,
los rescoldos encendidos.
Una fuente de energía,
más pasión para la vida.
Desayuna, coge fuerzas,
te agotaré todo el día.
Hay cuerpos cruzados en profundo encuentro.
Nalgas que vibran y te hacen gozar.
Mentes lascivas que buscan provocar,
sexos mojados, sensibles, que comparten rezo.
Siempre supiste cómo besar.
Siempre dulce con tu acariciar.
Siempre atenta en tu saber lidiar.
Siempre firme. Sabes pisar.
Y queriéndote dar los buenos días, quedé atrapado entre tus
nalgas.
Tus caderas correspondieron, saludando cortésmente.
Y al besarnos nos fundimos en placer, quedando unidos por nuestro
íntimo deseo.
Íntima joya que adorna tu cuerpo, yergue tu carne, eriza tu piel.
En la húmeda dársena de tus muslos, encontró mi velero su mejor
puerto.
Con la ilusión de una niña, abriste
el regalo buscando tu deseado juguete. ¿Te gustó?
Cuando te vengan las ganas házmelo saber,
que tu timidez no nos prive de momentos de placer.
Y cuando te asomaste al precipicio, un sutil empujón nos hizo caer
en el abismo del placer.
La ténue luz del alba se colaba entre las cortinas reflejando bellas sombras sobre nuestros cuerpos desnudos. Todavía dormías, como un áng...