Incontrolable fue el placer que entregado a ti me diste. Oírte
susurrándome: “túmbate y cierra los ojos” fue lo suficientemente demoledor como
para evitar mostrarte en plenitud máxima mi masculinidad palpitante. Poco más
recuerdo que tu aliento cálido y húmedo sobre la piel de mi vientre, cuando mi
mente se fundió a negro, como en el mejor plano cinematográfico. La oscuridad
cayó en mis ojos, la sordera en mis oídos y lo único que sentía era tu lengua
ávida devorando la parte más sensible de mi anatomía, engulléndome con gula y
proporcionándome un placer indescriptible. Sentí que el control perdía y mi
tímida súplica “para, no aguanto más” sólo hizo que animarte a acelerar tus
movimientos y la presión de tus labios sobre mi intimidad. Apreté mis músculos
intentando contenerme, tensé mis muslos, contraje mi esfínter, pero
incontrolablemente comencé a sacudirme espasmódicamente mientras lanzaba con
fuerza el jugo de mi excitación acompañado de indescriptibles sonidos
guturales. Obtuviste tu premio “buen chico” me dijiste, sabiendo que ahora
llegaba tu turno.