A veces conviene arriesgarse y
dejar caer la coraza bajo la que nos protegemos. Parafraseando al
poeta-cantante, "nadie se ha muerto por ir sin dormir una vez al
currelo". Ahí te lo dejo: arriésgate!!!
Nada es lo que parece, pues hasta el más romántico de los hombres tiene su lado oscuro.
A veces conviene arriesgarse y
dejar caer la coraza bajo la que nos protegemos. Parafraseando al
poeta-cantante, "nadie se ha muerto por ir sin dormir una vez al
currelo". Ahí te lo dejo: arriésgate!!!
Indisciplinada, y poseída por la excitación que se apoderó de su mente, no
fue capaz de moderar su comportamiento, y agitando su cuerpo, desoyó mis
instrucciones buscando su placer, retorciendo mi verga en el interior de su
sexo con endiablados movimientos, hasta que oleadas de rítmicas contracciones
la hicieron correrse al tiempo que me vaciaba en su interior, jadeando como una
auténtica bestia.
Pero en su irreverencia está el castigo, pues sería por mi parte ser muy
mal mentor si no corrigiera tales actitudes.
Y tras el reposo llegó la lección, esa que le enseñaría a escuchar las
señales de su cuerpo, esa que la ilustraría en el delicado arte de disfrutar de
cada sutil sensación, esa que le exigiría obediencia a las órdenes de su Señor,
que solo busca hacer de ella una mujer capaz de disfrutar, que solo busca su
mayor, exquisito y sibarita placer.
Se mostró dispuesta y colaboradora, consciente de su error, y ella misma,
completamente desnuda, ató sus tobillos a las patas traseras de una silla.
Mientras yo contemplaba la escena de esa mujer en cueros y en cuclillas anudándose,
acelerándome el pulso. Me acerqué por su espalda y le tapé los ojos con un
largo pañuelo de seda negra. Acto seguido, anudé sus muñecas al alto respaldo
de la silla.
Estira la espalda, le dije, y se arqueó haciendo sobresalir su culo y
elevando sus hombros. Vas a sentir el flogger en tus nalgas, le susurré al oído
y, por unos segundos, contuvo la respiración. Arrastré despacio las colas de
cuero entre los cachetes de sus glúteos, subiendo despacio por su espalda, y al
llegar a sus hombros deshice el camino, lo que le provocó un escalofrío que le
erizó la piel, despertando sus hasta ahora inocentes pezones.
Dejo de tener contacto y le susurré: “contrae fuerte el culo”, lo tensó,
haciéndolo brillar con el reflejo de la luz, y las colas del flogger se
estrellaron contra sus nalgas, abrazando todas sus redondeces, al tiempo que
exhaló un sonoro suspiro.
¿Te ha dolido? –no, contestó, y mi mano acarició su culo, reconfortándolo.
Serán nueve más, le advertí, y sin pronunciar una sola palabra asintió con la
cabeza.
Al recibir la quinta imposición, sus nalgas se veían sonrosadas y al tacto
de mi mano se mostraban hipersensibilizadas, pero el castigo comenzaba a ser
efectivo.
Cada vez que el cuero contactaba con su cuerpo, un ligero temblor hacía
vibrar sus pechos. Los acuné en mis manos, endureciéndose por momentos y
pinzando sus pezones ya turgentes.
Aprieta fuerte el culo, vamos a por la sexta, y cada vez lo apretaba más
fuerte, con más intensidad, durante más tiempo, apenas relajándolo un instante
cuando sentía la caricia de la palma de mi mano.
Y llegó la décima, que consolé como el resto, advirtiendo como su sexo
había comenzado a manifestarse. Sus labios vaginales estaban desplegados y de
ellos colgaban penduleantes hilillos de su viscoso flujo.
Cogí el flogger al revés, dejando su mango de cristal torneado libre y lo
llevé entre sus muslos hasta su pubis. Presioné y lo arrastré abriendo por
completo su vulva hasta llevarlo a su ano, que empecé a acariciar lubricándolo
con sus propios flujos.
Y el placer se desató de nuevo, comenzando a gemir y a mover su culo,
buscando frotarse como una yegua en celo. Le volví a susurrar, -no, todavía no,
no se te ocurra correrte de nuevo, pero mis palabras, lejos de calmarla, la
alteraron más todavía.
Volví a recorrer su entrepierna con el mango de cristal, que resbalaba con
total facilidad, de delante hacia atrás, una y otra vez, recogiendo sus flujos
y llevándolos a su esfínter, y cada vez la sentía más mojada, más nerviosa, más
excitada. Y cada vez presionaba más fuerte contra su cuerpo y cada vez suspiraba
con más agitación hasta que no aguantó más la lenta agonía del orgasmo ausente
y suplicó que la dejara correrse.
No va a ser tan fácil, le dije al oído con voz grave. Y con la punta del
juguete, volví a presionar sobre su pubis, aplastando su clítoris, haciéndola
agitarse y, al resbalar entre sus labios, se puso de puntillas buscando la
mejor posición para engullir el cristal tallado, y al encontrarlo se dejó caer
insertándoselo hasta la unión con las colas de cuero mientras soltó un alarido
de placer que me hizo empalmarme como un semental. Sus flujos impregnaron mis
dedos y el olor almibarado del cuero mojado me sacó de mis casillas. Giré el
mango, dándole vueltas en su interior mientras arqueaba las caderas, y comencé
a retirarlo lentamente, mientras ella lo acompañaba con su cuerpo negándose a
dejar de sentirlo en lo más profundo de su coñito. Lo apretaba hasta casi
succionarlo y cuando salió el último tramó sonó como cuando se libera la
presión de una ventosa.
Ahora no aprietes, le ordené, relaja tu ano, y apoyando la redondeada punta
del cristal, comencé a presionar lentamente. Relaja, insistí, relaja el culito,
inspira profundamente, y al separar sus nalgas, y con una ligera presión, el
primer tercio del mango se introdujo en su esfínter, arrancándole un grito
ahogado de placer. ¿Quieres más? –sí, por favor. Buena chica, relaja un poco
más, y mientras yo ejercía una ligerísima presión, ella comenzó a empujar con
sus redondas nalgas hacia atrás, todo lo que las ataduras le permitían, pero lo
suficiente para follarse el culo con el mango completo.
Es hora de apretar, le indiqué. Aprieta fuerte de nuevo y mantén la
contracción, y sus labios vaginales se tensaron. ¿Sientes la diferencia?
Pregunté. Sí, confirmó. Y el juego comenzó. Relaja, ordené, y al soltar tiré
despacio sacando un tercio del juguete. Ahora aprieta de nuevo, y tras unos
minutos le pedí que relajara, y tiré de nuevo sacando otro tercio, Y el juego
continuó, apretando y relajando, sacando y metiendo, hasta que su coño comenzó
a licuarse de nuevo, llorando esos hilos de viscoso y transparente flujo.
Mi verga estaba hinchada y el glande brillaba violáceo. Me puse tras ella y
deslicé mi polla entre sus muslos, sintiendo inmediatamente su humedad. La cogí
por el cabello y tiré hacia atrás haciéndole levantar la cabeza. ¿Sientes mi
polla?, sí contestó. ¿La quieres? Por favor, rogó. Y comenzó a doblar sus
rodillas para separar más sus muslos. Tenía las manos ocupadas, una en su
cabello y la otra con el flogger, cuyas colas sujetaba hacia arriba para que no
interfirieran en esa deseada cópula. Comenzamos a buscarnos y no tardamos en
hacer coincidir su mojado y caliente coño con mi erecto miembro. Sentí en mi
glande una humedad que abrasaba, y al sentirme, ella comenzó a agitarse
poseída. Tranquila, no cometas dos veces el mismo error, le advertí, e
inspirando profundamente aplacó su instinto. De un empujón entré hasta lo más
profundo de su coño, comenzando a sentir su humedad en mis huevos, que colgaban
abandonados en el abismo de su entrepierna. Aprieta fuerte, le dije, y comenzó
a apretar, ciñendo sus paredes vaginales a mi verga. Sentía su presión y eso me
enloquecía. Relaja, indiqué, pasados unos minutos, y mi polla quedó liberada,
palpitando ahora ella por sí misma. Aprieta de nuevo, y volvía a apoderarse de
mí, relaja, y me soltaba a su antojo. Y así estuvimos hasta que sentí como mis
huevos activaban el mecanismo de descarga. Aprieta ahora fuerte, le dije y
empujé hacia arriba con todas mis fuerzas, haciéndola casi perder el
equilibrio. Me voy a correr, me dijo y le concedí su orgasmo, dámelo ahora, al
tiempo que comenzaba a bombear mi semen en su interior y tiraba del cristal,
sacándolo de su culo mientras se corría, todo ello con la sinfonía de gemidos,
jadeos y gruñidos que salían de lo más profundo de nuestro cuerpo.
Su espalda brillaba sudada y yo sentía correr la humedad por mis huevos.
Apriétame ahora, le dije, ordéñame hasta la última gota. Y comenzó a contraer y
relajar rítmicamente, manteniéndome empalmado unos minutos más.
Orgasmo didáctico que le hizo ser consciente de lo que se siente cuando se
aprieta y cuando se relaja, cuando el cuero cae sobre tu piel y cuando una mano
consuela con una caricia. Sensaciones únicas al sentirse invadida en plenitud.
Y ver en el espejo nuestros cuerpos desnudos reflejados, y en tu rostro esa
sonrisa oculta, esa mirada traviesa, cuando me sientes tras de ti, es lo que
más excitación me provoca, pues intuyo que te gusta sentir mis labios en
contacto con tus labios más sensibles, que disfrutas sintiendo mi lengua
arrastrándose arrogante por tus rincones más ocultos, que deseas, cuando elevas
tus caderas, que te colme plena con mi masculinidad rabiosamente erecta.
Y mientras me sientes invadiéndote, a la vez que gimoteas placenteramente
tu mirada pícara brilla y se refleja como luna llena sobre el mar, pidiéndome
silente que empuje con brío hasta desbordarte de placer.
Un caballero es, simplemente, un
lobo paciente. ¿Será verdad?
Día de descanso, día de placer. Voluntaria
entrega. Que comience el juego!!!
Agotado tras una larguísima jornada, por fin, llegué a mi casa. Habían
pasado más de diez horas desde que había salido por la mañana temprano. Según cerré
la puerta de la entrada, dejé mi cartera en mi pequeño despacho y, camino del
dormitorio, fui quitándome la chaqueta, la corbata, el cinturón y los zapatos,
dejando la ropa colgada de sus perchas y los zapatos recogidos, como siempre
hago. Estaba realmente agotado, desde que aparqué en el garaje, mi mente solo
pensaba en una larga y reconfortante ducha, imagen en la que me recreé los
segundos que el ascensor tardó en subirme al ático donde vivo y, tal era el
cansancio, que con solo liberarme de la corbata y los zapatos sentí tal alivio,
que me fui directamente a la ducha.
El agua templada comenzó a caer en forma de fina lluvia e inmediatamente, y
con los ojos cerrados, me puse bajo ella. ¡Qué sensación tan agradable! Pensé,
disfrutando del líquido elemento, hasta que, al alargar mi mano hacia el
dispensador de gel, abrí los ojos y me percaté de que no había terminado de
desnudarme. Una amplia sonrisa se dibujó en mi rostro y, lejos de disgustarme,
continué disfrutando de esa ducha.
Comencé a desabotonar mi blanca camisa, completamente pegada a mi piel,
mientras acariciaba mi pecho, hasta librarme de ella. Me quité los pantalones y
los calcetines, totalmente empapados, y con la sensación de humedad en mi bajo
vientre apreté con medida fuerza los atributos que mi bóxer protegía,
produciéndome un intenso y efímero placer, aunque suficiente para despertar mi
deseo.
Los arrastré por mis muslos y aparté en un rincón de la ducha con el resto
de la ropa, rozando mi sexo el algodón mojado, provocándome un excitante placer
al tiempo que mi masculinidad adquiría cierta turgencia.
En ese instante recordé la noche que, llegando, como hoy, cansado a casa, y
ya estando desnudo en la ducha, bajo el agua, apareciste en el baño como una
diosa providencial, desnuda y bella, y te metiste conmigo, bajo el agua,
abrazándome por la espalda. Sentir tus pechos aplastados contra mi espalda me
produjo un cálido placer, a la par que una adolescente erección, que no pasó
desapercibida para ti, cuando en tus manos, que rodeaban mi cuerpo, sentiste el
tintineo de las palpitaciones de mi miembro enervado. Con delicadeza extrema
abriste tus manos para asir con delicadeza mi falo mientras con la otra mano
sopesaste mis testículos, y un gemido, largo e inspirador, salió por mi boca,
mientras mis caderas comenzaban a moverse instintivamente.
Pasé mis manos hacia atrás, y alcanzando tu piel, te atraje hacia mí más
todavía, para seguidamente deslizar mi brazo derecho entre nuestros cuerpos
hasta alcanzar, con las yemas de mis dedos, los rizos de tu pubis, que acaricié
con mimo tal como tú hacías conmigo. Separaste tus muslos y alargué mi mano que
empujé todo lo que pude, hasta tenerte prisionera en la palma de mi mano,
haciéndote elevar de puntillas al sentir tu sexo indefenso y provocado.
Me zafé de ti e invertimos los papeles, quedando ahora tú delante de mí,
cara la pared, en la que apoyaste tus manos elevándolas por encima de tu
cabeza. Te abracé, y subí con mis manos por tus caderas, tus costados, hasta
sentir las redondeces de tus pechos, que acuné en mis manos, a la vez que mi
pubis se frotaba contra tus nalgas, buscando con mi verga el hueco entre tus
muslos. Pincé con las yemas de mis dedos tus pezones, de los que tiré hacia
adelante, hasta que resbalaron de entre mis dedos y volvieron bamboleándose a
su sitio, mientras te mordía en la nuca y comenzabas a respirar agitadamente.
Separaste más tus muslos, arqueaste tus caderas, dejando tu trasero en una
posición de ofrecimiento irrechazable y busqué tu entrada, topeteando contra
ti, frotando con mi glande tu vulva, una y otra vez, mientras el agua seguía
cayendo sobre nosotros. Ayudándome con mi mano, localicé la entrada de tu túnel
y con un leve empujoncito deslicé mi glande en tu interior, robándote un
gruñidito de placer. Me quedé quieto, disfrutando de como tu coño se contraía y
relajaba sobre mí, oprimiéndome y liberándome, pero tus demonios se habían
desatado y comenzaste a mover el culo como una posesa, provocando que, a cada
giro, a cada vaivén, mi verga fuera introduciéndose en tu cuerpo cada vez más
adentro, hasta que mis huevos, hinchados y pesados, cargados de mi esencia,
quedaron en la linde de tu coño, pegados a tus labios vaginales, momento en el
que embestí un poco más adentro de ti, casi haciéndote perder el equilibrio,
exhalando un excitante grito.
Pasé una mano bajo tu ombligo y rápidamente encontré tu clítoris, que
sobresalía hinchado, injustamente olvidado en esta fiesta, así que, apoyando
sobre él mis dedos alineados y juntos, comencé a moverlos de izquierda a
derecha, sintiendo como resbalaba y saltaba de dedo en dedo, completamente
lubricado por esa excitante mezcla de tus flujos con el agua de la ducha,
mientras nuestras caderas ejecutaban con absoluta perfección el rito del más
primitivo apareamiento, acompasando ritmos y embestidas. La sensación del agua,
mezclada con tus fluidos, resbalando por mis huevos, nublaba mi raciocinio, y
cada vez empujaba con más fuerza, provocando que de tus nalgas salieran
rítmicamente los excitantes sonidos de un inspirador chapoteo.
Tus gemidos aumentaron y se convirtieron en libidinosos jadeos, que
interpreté como de placer extremo, así que aumenté la velocidad y la intensidad
con la que frotaba tu clítoris, con la que te follaba desde atrás, con la que
mis huevos golpeaban tu cuerpo, con la que mordía tus hombros y tu nuca,
dejando mis dientes marcados en tu piel, hasta que, a la par que gritabas
sofocada, cerrabas con fuerza tus rodillas, encogiéndote sobre ti misma,
regando mis huevos con una suerte de cálido líquido que propulsaste de tu coño
y resbalaba por tus muslos, mientras tus contracciones ordeñaban mi polla, que
vaciaba mis testículos dentro de tu cuerpo.
Sujeté tu cuerpo con un fuerte abrazo, ayudándote a equilibrarte de nuevo,
todavía conmigo en tu interior. Quedamos inmóviles y comenzamos a recuperar el
aliento mientras sentía como todavía palpitabas sobre mi pene, que poco a poco,
iba resbalando de tu interior. Ya libres, nos pusimos frente a frente, nos
miramos a los ojos, que transmitían felicidad y, nos fundimos en un sincero
abrazo acompañado de un apasionado beso.
En ese instante recuperé la consciencia, abrí los ojos bajo el agua y me vi
con la verga erecta en mi mano y los restos de una recientísima eyaculación
siendo arrastrados hacia el desagüe de la ducha.
Recordarte me hizo volver a disfrutarte.
Echo de menos volver a ducharme contigo ¿Tú no?
Me dijiste que venías, que fuera
preparando todo. Lo hice. Los dos tenemos muchísimas ganas, y no de dormir.
Solo faltas tú. ¿Tardarás en llegar?
Sabias palabras, bella cita,
sinergia creada entre nosotros que nos hará sentirnos plenos, entregados,
satisfechos y realizados.
Del mismo modo que hay pequeñas
molestias que resultan insufribles, hay inmensos placeres que nunca son
excesivos. ¿No lo crees así?
Algunas mañanas de lunes me mantienen amarrado a la cama con una inmensa
pereza. Otras, en cambio, amanezco pletórico, vigoroso, activo, excitado. ¿La
razón? No la sé, más mi cuerpo despierta sensible, reaccionando al más mínimo
estímulo. Somnoliento todavía, disfruto de una dulce y agradable sensación.
Percibo esa rigidez bajo mi ombligo, que aumenta al contacto con las sábanas.
Te recuerdo vagamente y tu aroma viene a mi nariz, tu calor a mi cuerpo, el
sabor de tu piel a mi boca y tu humedad a la punta del ariete que, enredado entre
las telas, despertó antes que yo.
Y mis caderas comienzan ese vaivén buscando tu cuerpo que se dibuja en mi
mente. Y mi cuerpo se altera más. Y el placer aumenta, llevándome a un estado
casi tántrico. Y despierto, pensando que todo ha sido un sueño, hasta que
siento mi sexo salvaje. Incrédulo, llevo mi mano a mi pubis y me acaricio.
Doblo las rodillas apoyando los pies sobre el colchón. Separando los muslos,
aparto la ropa de cama y siento mis masculinos atributos colgando pesados e
hinchados, acariciados ahora por una brisa de aire fresco que, lejos de amainar
mis deseos, los potencia. Y sigo con sutiles roces y caricias, mientras el dedo
índice de mi mano izquierda recorre mis ingles, mi perineo, circunvala mi
escroto, que se estremece, y me hace elevar mis caderas, y aumento el ritmo, y
mi respiración se agita. Sigo con fuerza mientras acaricio mi abdomen, hasta
pellizcar mis pequeños pezones. Me enervo, me tenso, me arqueo, me agito,
aprieto con fuerza mis huevos y mi pequeño volcán entra en erupción, lanzando
borbotones de blanca lava que caen sobre mi vientre.
Inspiro profundamente, recupero el aliento, tu imagen se desvanece de mi
cabeza y quedo sobre la cama, yaciendo satisfecho, mientras mi corazón se
recupera, mientras mi sexo vuelve a su estado de reposo después de vaciarme del
néctar acumulado.
Hay mañanas de lunes en las que hubiera preferido amanecer contigo.
Siento
haberte molestado.
Oh, no, está
bien.
Estornudar es
perfectamente normal, pero… ese… estremecimiento es un poco inusual.
Sí, lo sé.
Tengo una condición extremadamente rara, cada vez que estornudo tengo un
orgasmo.
Bueno, eso es
extraordinario, nunca he oído hablar de eso.
¿Qué tomas
para eso?
Pimienta.
Con estos cambios de tiempo y
metidos en plena primavera, es normal que terminemos constipados o sufriendo las
consecuencias de alguna ligera alergia, que nos tendrá estornudando
permanentemente, incómodamente, o no. Para algunos será un engorro, sin embargo,
hay quien disfruta de esos estornudos por las especiales sensaciones que ellos
provocan en su cuerpo. Disfrutemos de ellos. ¿Estornudamos juntos?, tengo
pimienta.
La ténue luz del alba se colaba entre las cortinas reflejando bellas sombras sobre nuestros cuerpos desnudos. Todavía dormías, como un áng...